La diarrea del intelecto es una marca comercial patentada
por los trotskistas: no paran de escribir porque es la mejor manera de que
luego se escriba sobre ellos, generando así un volumen de Letras que no tiene nada que ver con la realidad. El caso de su
maestro imprimió su sello a toda la Pocilga:
Trotski no sólo escribió su biografía, lo que ya es
insólito dentro de la historia del movimiento obrero, sino que además escribió
la de su adversario, Stalin. Así no dejaba ningún cabo suelto. En un modo de
producción que hace mucho tiempo tiene establecida la división entre trabajo manual
y trabajo intelectual, la sobredosis de trabajo intelectual expone la penuria
de trabajo manual. Quien tanto escribe no tiene callos, ni roña en la uñas. Esa
perversa escisión provoca que unos sean el motor de la historia mientras los
otros van por detrás escribiéndola a su manera. Los que cayeron en las
trincheras heroicamente, haciendo, no pudieron escribir, no nos llegan sus
voces, pero los que escriben (porque tienen tiempo para ello) es seguro que no
hacen y no hacen porque no están; escriben sobre lo qu
e se imaginan, sobre lo
que les dicen. Los historiadores son Intelectuales, normalmente burgueses que,
por tanto, valoran a los de su misma clase y condición. Por ejemplo,
TEXTO TOMADO DE El origen de la quinta columna
del libro de Michael Sayers y Albert E. Kahn: La gran conspiración contra Rusia,
Ediciones Nuestro Pueblo, París, 1948,
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