Escrito por :Carlos HERMIDA REVILLAS
RESUMEN
La figura de Stalin ha sido objeto de todo tipo de descalificaciones y ferozmente criticada cualquier faceta de su actividad política. La mayoría de historiadores le consideran una especie de encarnación del Mal equiparable a Hitler, Sin embargo, un análisis desapasionado de su obra ofrece luces y som- bras. Excepto aquéllos que ven la Historia con anteojeras doctrinales, nadie negará el inmenso des- arrollo económico, científico y cultural que experimentó la URSS en los años treinta gracias a los pla- nes quinquenales impulsados por Stalin. Y tampoco es posible ignorar el trascendental papel que jugó la Unión Soviética en la derrota del nazismo durante la Segunda Guerra Mundial. Junto a estos éxitos y logros también existe la cara sombría de la represión contra el propio partido bolchevique.
Lo que pretendemos en este trabajo es enfocar algunos aspectos de la política estalinista desde un ángulo diferente al que generalmente nos ofrecen los libros de historia, apuntando la necesidad de una reinterpretación histórica de Stalin, alejada de los tópicos y lugares comunes habituales en la historio- grafía sobre el tema. No se trata de justificar nada, sino de mostrar que las cosas son más complejas de lo que algunos interesadamente nos quieren hacer creer.
Palabras claves: Stalin, propaganda, Unión Soviética, Comunismo, Guerra Civil Española
1. INTRODUCCIÓN
Difícilmente encontraremos un dirigente político relevante, salvo el caso de Hitler, que haya sido objeto de una condena tan unánime por una mayoría de histo- riadores como lo ha sido Stalin. Su persona y su gestión política entre 1929, fecha en que ya se ha impuesto sobre sus adversarios políticos, y 1953, año de su muerte, han merecido los peores calificativos. No ha quedado ni una sola parcela de su gobierno que no haya sido juzgada con los términos más gruesos y la más absoluta de las descalificaciones. Desde la ayuda a la España republicana durante la Guerra Civil hasta el Pacto germano-soviético, pasando por los planes quinquenales y la colectivización de la agricultura, todo es considerado como una política pérfida y criminal fruto de una personalidad sádica y paranoica. Una condena que no sólo proviene de las filas de la burguesía, sino que en ella coinciden anarquistas, trots- kistas y socialistas, quienes al parecer consideran a Stalin una especie de encarna- ción del Mal al que se le atribuyen todas las derrotas del movimiento obrero entre las dos guerras mundiales.
En estos tiempos de pensamiento único y políticamente correcto, cualquiera que se atreva a realizar un juicio crítico sobre los clichés y estereotipos establecidos en torno a la figura de Stalin provoca las iras de los mandarines ideológicos del siste- ma y se arriesga a ser incluido en la nueva especie de nostálgicos, inadaptados, caducos y cuasi terroristas.
No es sencillo, pues, nadar a contracorriente en este tema, porque al impugnar las versiones canónicas sobre Stalin puede dar la impresión de que se están justifi- cando todas sus actuaciones, cuando de lo que se trata es de iluminar desde el rigor histórico unos años y una personalidad que no pueden despacharse con insultos y simplezas o interpretaciones psicológicas pedestres, como la que afirma que las señales de viruela en la cara ocasionaron en el dirigente soviético un comporta- miento patológico1.
A continuación esbozaremos algunas cuestiones que, desde nuestro punto de vista, no pueden darse por concluidas ni cerradas, y que necesitan una reinterpreta- ción histórica sin anteojeras doctrinales.
2. ANTES Y DESPUÉS DE LA REVOLUCIÓN DE OCTUBRE
Es un lugar común considerar que Stalin no desempeñó papel alguno en la revo- lución de Octubre y que era dentro del partido bolchevique una figura oscura y poco relevante. Es la caracterización que encontramos en numerosos textos de Trotski y en la mayoría de las biografías de Stalin. Isaac Deutscher afirma que “en los días de la sublevación, Stalin no figuró entre sus actores principales. Aún más que de costumbre, permaneció en la sombra”2. Nos parece un método pueril infravalorar a Stalin para realzar a Trotski. Es de sobra conocido que Trotski fue una figura capi- tal en la toma del poder, de la misma forma que los bolcheviques obtuvieron el triunfo en la guerra civil contra los blancos en buena parte gracias a su genio orga- nizativo, capaz de levantar el Ejército Rojo casi desde la nada. Pero todo esto no sig- nifica que Stalin fuera un provinciano del Caúcaso ignorado por Lenin.
Stalin formó parte del Partido Socialdemócrata desde sus orígenes y se unió a los bolcheviques sin dudarlo cuando se produjo la escisión en el IIº Congreso del par- tido celebrado en 1903 (Trotski, por el contrario, no ingresó en el Partido bolchevi- que hasta julio de 1917). Detenido en numerosas ocasiones y desterrado a Siberia, en vísperas de la revolución de Octubre Stalin desempeñaba en el Partido los siguientes cargos: director de Pravda, órgano central del Partido; miembro del Comité Central; miembro del Buró Político; y responsable del Centro Revoluciona- rio Militar del Comité Central, integrado por cinco miembros y encargado de diri- gir la insurrección. No parece, pues, que fuese un personaje tan insignificante en las estructuras organizativas del bolchevismo.
Tras el triunfo de la revolución, ocupó en el gobierno los cargos de Comisario de las Nacionalidades y Comisario para la Inspección Obrera y Campesina, y en abril de 1922 fue elegido Secretario General del Partido. Son suficientes estos datos para comprobar que Stalin estuvo siempre entre la élite dirigente de los bolcheviques y parece poco probable que hubiese alcanzado esa posición de ser un hombre tan falto de cualidades como en ocasiones se le retrata.
Algo similar ocurre cuando se valora su trayectoria como teórico. No hace falta insistir en que Stalin no era un intelectual brillante al estilo de Lenin, Bujarin y Trotski, pero eso dista mucho de la imagen del dirigente inculto, preocupado sólo por las intrigas políticas, que a veces se transmite.
Stalin conocía a fondo la teoría marxista. Sin ese conocimiento no hubiese podido escribir en 1913 El marxismo y la cuestión nacional, un estudio sobre el problema nacional que recibió los elogios del propio Lenin y del que el gran historiador Pierre Vilar dijo que era “el mejor estudio sintético del hecho nacional en el siglo XIX”3. Lenin no era una persona que prodigara alabanzas gratuitamente y mucho menos esta- ba dispuesto a realizar concesiones en cuestiones ideológicas o teóricas y Pierre Vilar, maestro de historiadores, fue una autoridad indiscutible en los temas relacionados con la nación y el estado nacional4. Sus opiniones son un aval de suficiente peso como para considerar que Stalin tenía una talla intelectual bastante notable. Sin ser un teó- rico de primera fila, muchos de sus escritos, como Los Fundamentos del leninismo (1924) o Sobre el materialismo dialéctico y el materialismo histórico, son lectura obligada para quien quiera adentrarse en el conocimiento del marxismo5.
Incluso sus críticos más encarnizados han reconocido que Stalin era un lector infatigable desde su juventud. Jean-Jaques Marie afirma refiriéndose a sus años escolares que “devora la biblioteca de la escuela.... y completa sus lecturas con obras no autorizadas de la biblioteca privada de la localidad...”6, y Donal Rayfield refiere que “el error fatal en que incurrirían los enemigos de Stalin consistía en olvidar que se trataba de alguien extraordinariamente leído. Nosotros conocemos este dato gracias a lo que queda de su biblioteca, que rondaba los veinte mil volú- menes, por la notas y cartas que escribía solicitando libros , y que aún se conser- van, y por los recuerdos de aquellos que le frecuentaron en su juventud.... Cuando cumplió los treinta había leído ya a los clásicos rusos y occidentales de la literatu- ra, la filosofía y la teoría política. En los cuatro años que pasó desterrado en Sibe- ria (1913-1917), asocial y poco comunicativo como era, leyó cuantos libros pudo tomar prestados de sus camaradas del exilio. Stalin leyó incluso en mitad del caos de la revolución y de la lucha por el poder. Desde los años veinte hasta su muerte, leyó además todas las publicaciones periódicas editadas por los emigrados”7.
Ni oscuro dirigente ni nulidad intelectual. Pero aún queda un argumento supre- mo para descalificar definitivamente a Stalin y considerarlo como un usurpador del poder. Nos referimos al conocido, y tantas veces citado, “Testamento” de Lenin. Se trata de un conjunto de notas dictados por Lenin a sus secretarias entre los días 23 de diciembre de 1922 y el 4 de enero de 1923, tras el ataque de apoplejía sufrido en la noche del 15 al 16 de diciembre, que le dejó parcialmente paralizado. En las notas dictadas los días 23, 24 y 25 de diciembre realizaba una caracterización de los prin- cipales miembros del Comité Central. Refiriéndose a Stalin y Trotski afirmaba8.
“El camarada Stalin, al convertirse en secretario general, ha concentrado en sus manos un inmenso poder y no estoy seguro de que siempre pueda utilizarlo con sufi- ciente prudencia. Por otra parte, el camarada Trotski, como ya lo ha demostrado su lucha contra el Comité Central, en la cuestión del Comisariado del Pueblo para las vías de comunicación, no se distingue únicamente por las más eminentes capacida- des. Personalmente es, sin duda alguna, el hombre más capaz del Comité Central, pero se deja llevar excesivamente por la seguridad en sí mismo y se ve arrastrado, más de la cuenta, por el lado administrativo de las cosas.
Estas dos cualidades de los dos jefes más notables del actual Comité Central pueden involuntariamente conducir a la escisión; si nuestro partido no toma las medidas para prevenirla, esta escisión se puede producir inopinadamente”.
De este texto conviene resaltar varios aspectos. En primer término es necesario reseñar que Stalin y Trotski eran considerados como los dirigentes más cualificados del Partido. Las propias palabras de Lenin desmienten la tesis de un Stalin oscuro y poco capacitado defendida posteriormente por Trotski. En segundo lugar, ambos son objeto de crítica. A Trotski se le reconoce su inmensa capacidad, pero se le reprocha el dejarse arrastrar por la vertiente administrativa de los asuntos, es decir, su inclinación al burocratismo. En el caso de Stalin se hace una advertencia sobre el enorme poder que concentra en su cargo de secretario general del partido. No creo que se pueda deducir de aquí una especial animadversión de Lenin hacia Sta- lin ni que éste hubiese caído en desgracia. En los escritos de Lenin se pueden encon- trar juicios durísimos sobre Trotski a propósito de su menchevismo y valoraciones muy positivas, de la misma forma que en febrero de 1913 llamó a Stalin “maravi- lloso georgiano”. En los 55 tomos de las Obras Completas de Lenin, en la edición castellana de la editorial Progreso, es fácil hallar todo tipo de citas si lo que se quie- re es emplearlas como arma arrojadiza para acusar de desviacionismo a cualquier dirigente bolchevique, pero el propio Lenin puso en guardia al partido sobre el peli- gro de reprochar a los militantes sus pasados errores políticos.
Unos día más tarde, el 4 de enero de 1923, Lenin dictó una breve nota para aña- dir al texto anterior:
“Stalin es demasiado brutal, y este defecto plenamente soportable en las relacio- nes entre nosotros, comunistas, se hace intolerable en la función de secretario gene- ral. Por lo que propongo a los camaradas que reflexionen sobre la manera de des- plazar a Stalin de este puesto y de nombrar en su lugar a un hombre que, en todos los aspectos, se distinga del camarada Stalin por su superioridad, es decir que sea más paciente, más leal, más educado y más atento con los camaradas, menos caprichoso, etc. Esta circunstancia puede parecer una bagatela insignificante, pero pienso que para preservar al partido de la escisión y desde el punto de vista de lo que yo he escri- to anteriormente sobre las relaciones mutuas entre Stalin y Trotski, no es una bagate- la, a menos de ser una bagatela que pueda adquirir una importancia decisiva”.
El cambio de tono y la contundencia que apreciamos en esta posdata están rela- cionados con la irritación que le causó a Lenin las noticias que le llegaron sobre el comportamiento de Stalin y Ordzhonikidze en relación con la cuestión de Georgia y su inserción en la URSS9. Lenin les acusó de nacionalismo ruso en unas notas dic- tadas a sus secretarias los días 30 y 31 de diciembre (“Contribución al problema de las naciones o sobre la autonomización”). Aun sin poner en duda la autoridad de Lenin, estamos en presencia de un nuevo debate político de gran calado en el seno del partido bolchevique, algo por lo demás habitual en la historia del bolchevismo. Y esos debates habían sido siempre intensos, apasionados, en los que la crítica política
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Carlos Hermida Revillas Cuestiones sobre Stalin
se ejercía sin concesiones. Que Lenin sugiriera la forma de desplazar a Stalin de la secretaría general no era algo novedoso. En vísperas de la revolución de Octubre exigió la expulsión de Zinoviev y Kamenev por exponer este último en el periódico Novaia Zhin su postura contraria a la insurrección. Una exigencia que no fue acep- tada por el Comité Central y una buena prueba de la democracia interna que regía la vida del partido.
Lo que sucedió tras la muerte de Lenin el 21 de enero de 1924 fue algo similar a lo acontecido entonces. El 22 de mayo de 1924, en una reunión del Comité Cen- tral, se decidió por unanimidad la continuidad de Stalin en su cargo y por 30 votos contra 10 se aprobó no leer el “testamento” en el decimotercer congreso del parti- do y darlo a conocer exclusivamente a los jefes de las delegaciones10. Nos parece bastante significativo que ni un solo miembro del Comité Central, incluido el pro- pio Trotski, estuviera dispuesto a cumplir la propuesta de Lenin. Pasados los años se pueden hacer todo tipo de interpretaciones y juicios de valor, pero en aquel con- texto histórico lo que sucedió realmente es que Stalin contó con el apoyo pleno de sus camaradas y Lenin fue desautorizado.
3. LOS AÑOS TREINTA: REVOLUCIÓN EN LA REVOLUCIÓN
Uno de los temas estrella de la historiografía académica, antes y después de la Guerra Fría, ha sido la represión estalinista. Con la finalidad de demostrar el supuesto carácter criminal del bolchevismo, una legión de historiadores han ido engordando sus méritos académicos con publicaciones en las que alegremente se han ofrecido cifras astronómicas de detenidos y fusilados en la URSS durante los años treinta. Aunque los archivos oficiales soviéticos estuvieron cerrados hasta los años noventa del pasado siglo, ello no fue obstáculo para que, saltándose todas las normas científicas de la investigación histórica, se afirmase con rotundidad que Sta- lin había asesinado a decenas de millones de personas, convirtiendo de esta forma al dirigente comunista en el paradigma de la malignidad, equiparable a Hitler. En definitiva, lo que se pretendía difundir —y en buena parte se ha conseguido— es que el nazismo y el comunismo son doctrinas similares y sistemas políticos geme- los, igualmente condenables por totalitarios.
Aunque desde cualquier punto de vista esta comparación constituye una aberra- ción, la teoría del totalitarismo ha sido aceptada en amplios medios intelectuales. Hitler y Stalin vendrían a ser las versiones alemana y rusa de un mismo sistema opresivo, esclavizador y criminal.
Arropados por los medios de comunicación, que les proporcionan una amplia cobertura informativa, los profesionales del anticomunismo pueden propagar su versión sin encontrar la oportuna respuesta. Pero las descalificaciones no pueden ocultar eternamente la realidad, y los que se han negado siempre a ver la historia en blanco y negro en el tema del estalinismo ven confirmados algunos de sus plantea- mientos a partir de la apertura de los archivos soviéticos.
Trabajando sobre los fondos documentales del Archivo Estatal de la Federación
de Rusia (GARF), del Centro Ruso de Conservación y Estudio de Documentos de la Historia Reciente (RtsJIDNI) y del Depósito Central de Documentación Recien- te (TsJSD), los investigadores J. Arch Getty y Oleg V. Naumov han calculado que la población reclusa a 1 de enero de 1939, fecha en la que acabaron las grandes pur- gas del período 1936-1938, ascendía a 2.022.976 personas, tanto por delitos políti- cos como comunes, aunque una buena parte lo eran por los primeros. Según los archivos del Comisariado Popular de Asuntos Interiores (NKVD), los fusilados en 1937-1938 fueron 681.692, cifra que ascendería a 786.098 personas para el período
1930-1953. Si se sumaran a esta cifra los muertos en los campos de trabajo y en las prisiones estaríamos alrededor de 1,5 millones de muertos causados por la represión de los años treinta11. Por su parte el historiador Viktor Zemskov proporciona la cifra de 2,5 millones de detenidos para los años 1937-1938 y 800.000 fusilados entre 1921 y 1953.
Evidentemente son cifras tremendas, pero muy alejadas de las que en su momen- to se proporcionaron y que sólo respondían a una labor propagandística y desinfor- madora. Robert Conquest en su libro The Great Terror, publicado en 1968 (hay tra- ducción castellana: El Gran Terror, Barcelona, Luis de Caralt, 1974), daba por buenas una cifra de detenidos entre 7 y 9 millones durante los años treinta, y Roy Medvedev estimaba las detenciones entre 4 y 5 millones12. En el lamentable y sec- tario Libro negro del comunismo (1998), que fue objeto de amplísimo y favorable tratamiento en los medios de comunicación, al contrario de lo que sucedió con El libro negro del capitalismo (Tafalla, Txalaparta, 2001), absolutamente ignorado por esos mismos medios que presumen de talante democrático, el número de detenidos en campos de trabajo se estima en 7 millones para los años 1934 a 1941.
Curiosamente, los nuevos datos proporcionados por los archivos no han provo- cado rectificaciones ni reflexiones por parte de los propagadores de versiones ofi- ciales, al menos en España. Muchos historiadores que lamentaban amargamente la imposibilidad de consultar los archivos soviéticos —lo que, por otra parte, les ser- vía para confirmar el carácter dictatorial de la URSS—, parece que ahora ya no tie- nen la menor intención de trabajar en ellos. Cuando la realidad no ha confirmado sus insidias, han preferido volverle la espalda y dedicar su atención a otros temas más productivos. Ahora, los intelectuales orgánicos de la burguesía están empeña- dos en su particular cruzada contra el pérfido islamismo.
No pretendemos aquí justificar la represión de los años treinta en la URSS, sino establecer unos elementos de objetividad al analizar un proceso histórico. Teniendo en cuenta que la población del país era de 170 millones de habitantes en 1939, la cifra muertos ocasionada por la represión, de acuerdo con los datos de Getty y Nau- mov citados más arriba, equivaldría al 0,89% de la población. En cuanto a los dete- nidos en el Gulag, supondrían entre el 1,19% y el 1,50%. Sin ignorar el sufrimien- to y la tragedia que se esconden tras estas cifras, no parece que se correspondan con el pretendido holocausto cometido por Stalin contra los pueblos de la URSS. En cualquier caso, la simple enumeración de datos no aclara demasiadas cosas sobre lo ocurrido durante los años treinta. Es necesario inscribir la represión en un contexto extraordinariamente difícil para la Rusia soviética, cuando el fascismo avanzaba imparable en Europa con la connivencia de Francia e Inglaterra, y el país se encon- traba sometido a un veloz proceso de cambio económico en un intento de construir el socialismo en un solo país. El aislamiento internacional y las tensiones sociales creadas por los planes quinquenales, así como el crecimiento de la burocracia, gene- raron probablemente una creciente sensación de amenaza en el grupo dirigente del Partido bolchevique. La represión no tuvo nada de plan premeditado ni era el resul- tado de mentes paranoicas, sino la respuesta a situaciones extremadamente comple- jas que no se deben pasar por alto. Por otro lado, debemos considerar que la repre- sión es una cara de la realidad; la otra es el enorme crecimiento industrial, el avance cultural y científico y las inmensas posibilidades de promoción que se abrieron para la clase obrera en aquellos años, cuestiones todas ellas sobre las que se suele pasar de puntillas o simplemente infravalorarlas.
Si fijamos nuestra atención en el tema educativo, el avance fue espectacular. En
1914, Rusia tenía 150 millones de habitantes, aproximadamente, y su tasa de anal- fabetismo se situaba en el 70,5% de la población13, aunque hay autores que elevan esta cifra hasta el 80%14. La revolución de Octubre abrió una etapa de inmensas transformaciones e innovaciones en el ámbito cultural y pedagógico, cuyo objetivo prioritario fue la lucha contra el analfabetismo y la elevación del nivel cultural de las masas, pero la guerra civil y la posterior reconstrucción del país dificultaron enormemente esa tarea. El censo de 1926 arrojaba una cifra de población de
147.027.915 habitantes. Sabían leer y escribir el 39,6% de la población. En los hombres la tasa alcanzaba hasta el 50,8% y en las mujeres descendía hasta el 29,2%. En Ucrania, la población alfabetizada llegaba al 44,9 %, pero en Uzbekistán bajaba hasta el 7,7%15.
Esta panorama cambió radicalmente con el inicio del Primer Plan Quinquenal (1928-1932). La política escolar, en consonancia con el impulso industrializador, se orientó hacia la rápida liquidación del analfabetismo, la escolarización obligatoria, la formación de especialistas y la cualificación técnica de los obreros.
Los resultados fueron impresionantes. De 1930 a 1932, en las “escuelas de liqui- dación del analfabetismo” estudiaban treinta millones de personas. En 1941, el número de “escuelas de diez años”, en las que era posible cursar el ciclo completo de estudios primarios y secundarios se había multiplicado por diez respecto al pri- mer plan quinquenal. La red escolar se extendió por todo el país y “el analfabetis- mo está a punto de desaparecer”16. El alumnado en establecimientos de enseñanza secundaria ascendía a 977.787 personas en el curso 1928-1929, mientras que en los años 1933-1934 pasó a 2.011.798 alumnos17.
El trepidante ritmo de la industrialización exigía una ingente formación de cua- dros técnicos y obreros especializados. Entre 1928 y 1932 se formó anualmente una media de 72.000 especialistas por las escuelas técnicas y 42.500 por las escuelas universitarias, frente a una media de 18.000 y 32.000, respectivamente, durante los años de Nueva Política Económica (NEP), que abarcó el período 1921-1928 18.
En cuanto a los estudiantes de enseñanza superior, su número era de 112.000 en
1914; 176.000 en 1929 y ¡675.000! en 1941. A la altura de 1937 había en la URSS
1.750.000 jefes de empresas, centros administrativos e instituciones culturales;
250.000 arquitectos e ingenieros y 822.000 economistas y estadísticos19. Frente a las 78 Universidades y Escuelas Técnicas de 1914, en 1939 funcionaban 449 esta- blecimientos de enseñanza superior.
En un período de doce años, el comprendido entre 1929 y 1941, la URSS fue capaz de superar su secular atraso cultural y científico y colocarse en una situación equiparable a las grandes potencias capitalistas. Y no fue el menor mérito de este esfuerzo educativo el formar una generación de técnicos, ingenieros y científicos que colocaron a la Unión Soviética en un nivel militar que hizo posible su victoria sobre la Alemania nazi en la IIª Guerra Mundial.
Asombrosos fueron también los resultados económicos de los tres primeros planes quinquenales20. La Renta Nacional se incrementó en un 86% durante el primer plan y otro 110% en el segundo, es decir, en diez años se había multipli- cado por cuatro. Cuando el tercer plan quedó interrumpido por la guerra, ya se había incrementado en una tercera parte. En conjunto, la Renta Nacional pasó, en miles de millones de rublos, de 24,4 en 1927/1928 a 128 en 1940. La producción industrial, que suponía el 34,8% de la producción total del país en 1928, alcanzó el 62,7% en 194021.
PRODUCCIÓN INDUSTRIAL DE LA URSS
1928 1940
Carbón (millones de toneladas) 35,5 165,9
Petróleo (millones de toneladas) 11,6 31,1
Electricidad (mil millones de Kw/h) 5,0 48,3
Acero (millones de toneladas) 4,3 18,3
Cemento (millones de toneladas) 1,5 5,7
Fertilizantes minerales (millones de toneladas) 0,1 3,2
Tractores (mil unidades) 1,3 31,6
FUENTE: DOBB, Maurice, El desarrollo de la economía soviética desde 1917,Madrid, Tecnos,
1972, p. 319.
Se construyeron cientos de fábricas y enormes presas, surgieron nuevas regiones industriales y se edificaron ciudades. Trotski calificó a Stalin de “enterrador de la revolución”, pero lo que ocurrió en la URSS en los años treinta difícilmente puede tener otro significado que no sea el de revolucionario. Una revolución educativa, pero también una revolución contra la NEP y la pequeña economía campesina. La planificación económica y la colectivización del campesinado fue una segunda revolución que removió a fondo las estructuras sociales del país. Una transforma- ción tan intensa y en un período tan corto no podía estar exenta de violencia. Las resistencias del campesinado a la colectivización —lógicas desde su posición, pero contraproducentes desde el punto de vista de una industrialización acelerada— des- encadenaron la respuesta represiva del Estado. El hecho de que las medidas de fuer- za se extendieran al Partido y al Ejército tuvo que ver sin duda con el miedo a la for- mación de núcleos de resistencia a la política planificadora en el propio aparato del Estado y las sucesivas depuraciones de los depuradores tendrían estarían relaciona- das con el objetivo de evitar la autonomía de la policía política. Las acusaciones contra los detenidos de mayor prestigio —espionaje, actividad contrarrevoluciona- ria, agentes del fascismo, etc— formaban la coartada ideológica, obviamente falsa, que envolvía contradicciones sociales y políticas más profundas y servía para justi- ficar ante los trabajadores la eliminación de personas tan conocidas como Zinoviev, Kamenev o Bujarin.
Juzgar los hechos a posteriori es demasiado sencillo y con la perspectiva de lo que ya ha sucedido se puede justificar cualquier cosa —e incluso cualquier cri- men—, pero es una realidad que la planificación económica de los años treinta, inseparable de la represión, permitió a la URSS derrotar a Hitler y, de esa forma, evitar que la Humanidad fuera esclavizada por el nazismo. No queremos hacer his-toria ficción, pero no hace falta tener una imaginación demasiado fértil para aven- turar lo que hubiese ocurrido si Hitler gana la guerra: el holocausto global.
A todos los que han hecho del anticomunismo su forma de vida —una forma muy bien remunerada-—no estará de más refrescarles la memoria y recordarles que durante la dictadura franquista, para el período 1936-1945, las cifras no bajarán de
150.000 fusilados, cuando aún hay archivos por consultar, cientos de fosas comu- nes por exhumar y una masa enorme de documentación desaparecida, a los que deberían sumarse los fallecidos por hambre, enfermedades y malos tratos en prisio- nes y campos de concentración. En conjunto, un mínimo de 200.000 fallecidos a consecuencia directa de la represión, equivalente al 0,82% de la población de 1936 (24,5 millones de habitantes). Si añadiéramos la población exiliada al acabar la con- tienda y los encarcelados, las consecuencias represivas del franquismo afectaron aproximadamente al 2,5% de la población española.
A la luz de estas cifras, la represión franquista fue proporcionalmente mayor que la estalinista y, paradójicamente, el tratamiento que recibe Franco por parte de los historiadores no es el mismo que el reservado para el dirigente soviético. Pero no podía ser de otro modo. Franco fue el defensor del orden capitalista y la burguesía española le mostró su agradecimiento en vida y se lo sigue mostrando tras su muer- te. Para eso están Pío Moa, Ricardo de la Cierva y César Vidal. Stalin fue, por el contrario, la representación de una revolución proletaria triunfante —con sus defec- tos, sus errores y sus deformaciones—, pero una revolución que amenazaba el orden burgués, y eso es algo que las clases dominantes ni olvidan ni perdonan. Y el resul- tado es que Stalin fue un asesino y Franco un dirigente autoritario. Así se escribe la historia —o algunos así la escriben—.
4. LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA
En la larga cadena de desastres atribuidos a Stalin, figura en el cuadro de honor la derrota de la República española en la guerra civil de 1936-1939. Tal es la ver- sión que mantuvieron en su momento el POUM y la CNT —y que todavía cuenta con numerosos defensores—, al considerar al PCE una marioneta de Stalin. Con su política de ganar la guerra por encima de todo, los comunistas españoles sacrifica- ron la revolución, desmoralizaron al proletariado, se plegaron a las diabólicas maniobras estalinistas y sellaron la derrota republicana. El ejército franquista no cuenta, ni la actitud de Francia e Inglaterra. Por supuesto, los militantes poumistas y cenetistas mantuvieron la pureza revolucionaria y no cometieron errores. Este cuento se alimenta periódicamente con aportaciones supuestamente científicas.
En 1998, el historiador Gerald Howson publicó Arms for Spain: The Untold Story of the Spanish Civil War (hay traducción castellana: Armas para España. La historia no contada de la Guerra Civil española. Barcelona, Península, 2000). La tesis central del libro defiende que el gobierno republicano, en su búsqueda deses- perada por comprar armas, fue objeto de todo tipo de engaños por parte de trafi- cantes sin escrúpulos. El mayor de estos timos habría sido perpetrado por Stalin, quien, según el autor, proporcionó a los republicanos españoles armas caras, escasas y obsoletas, auténticas piezas de museo cobradas a mayor precio que el de su valor real mediante la alteración artificial de los tipos de cambio entre la peseta, el dólar y el rublo.
En la página 181 de la versión española leemos: “...aparte de los aviones, tan- ques y 150 ametralladoras ligeras Degtyarev, todas las armas enviadas en 1936 eran viejas y en desuso: más de la mitad eran antiguas piezas de museo suminis- tradas con tan pocas municiones que eran prácticamente inservibles”. Ahora bien, si esto fuese cierto, ¿cómo fue posible que el Ejército Popular de la República resis- tiese durante tres años al ejército franquista, pertrechado masivamente por Hitler y Mussolini? La heroicidad de los soldados republicanos no creemos que hubiese sido suficiente para aguantar tres años de lucha. Si la República fue capaz de detener a Franco a las puertas de Madrid, vencer en la batalla de Guadalajara y tomar la ini- ciativa durante la batalla del Ebro, eso fue posible gracias al armamento que llegó de la URSS, unido, obviamente, a la férrea voluntad de vencer al fascismo que mos- traron los trabajadores españoles.
La derrota de la República española no se debió a Stalin, sino a la vergonzosa actitud de los gobiernos francés y británico, quienes se plegaron a las exigencias de Hitler, permitieron el intervencionismo nazi y fascista en favor de Franco e impi- dieron que el legítimo y legal gobierno republicano pudiese adquirir libremente armas en el mercado internacional. Frente a esta política criminal de las llamadas potencias democráticas, sólo la URSS suministró armas a la República española . Esa es una realidad incontestable.
El historiador Daniel Kowalski ha realizado un exhaustivo estudio sobre la implicación de la Unión Soviética en la guerra civil española, trabajando con la documentación registrada en los principales archivos soviéticos. El fruto de esa investigación ha sido el libro que lleva por título La Unión Soviética y la guerra Civil española. Una revisión crítica (Bracelona, Crítica, 2004).
En sus conclusiones leemos:
“Una vez involucrado en el conflicto y durante los diez primeros meses aproxi- madamente de ayuda militar, el régimen soviético no se anduvo por las ramas en su intento de cambiar el curso de la guerra y de ayudar a la República a ganarla. Se enviaron a España cantidades significativas de armamento de alta calidad y se pusieron al servicio de la República asesores militares de talento, tripulantes de carros de combate, pilotos y gran número de personal de apoyo. Los centros de adiestramiento militar de la URSS se pusieron a disposición de los jóvenes pilotos republicanos, y los mejores instructores rusos se encargaron inmediatamente de con- vertir en profesionales a los jóvenes aviadores de la República. Se envió a España la generación más nueva de aviones y tanques soviéticos, y se facilitó en cuanto fue posible las versiones más actualizadas de los mismos, especialmente el caza I-16 y el tanque rápido BT-5. Entre octubre de 1936 y otoño de 1937, los soviéticos abri- garon la esperanza de obtener la victoria en España, y no hay pruebas de que Sta- lin pretendiera sabotear las actividades bélicas de la República ni de hacer que el conflicto se alargara y se convirtiera en una guerra de desgaste.
Además de trabajar para conseguir la victoria de la República, Moscú perseguía otros objetivos a largo plazo: disponer en la República española victoriosa de un verdadero aliado en el Mediterráneo occidental. Si el Kremlin hubiera visto en la República sólo una fuente de divisas,, como han sostenido algunos, o un instrumen- to de manipulación estratégica entre Occidente y Alemania, como a menudo han pre- tendido otros, probablemente el régimen no hubiera intentado involucrarse en la causa republicana en tantos aspectos...”22.
La obra de Kowalski refuta punto por punto las leyendas tejidas sobre la aviesas intenciones de Stalin en España. Hay un episodio de la guerra extremadamente sig- nificativo sobre la ayuda soviética. Tras la batalla del Ebro, el ejército republicano tenía una acuciante necesidad de material bélico, pero las reservas de oro deposita- das en la URSS estaban agotadas. A mediados de noviembre de 1938, Negrín envió a Moscú a Hidalgo de Cisneros, jefe de la fuerza aérea republicana, con una carta dirigida a Stalin en la que solicitaba un enorme pedido de armamento: 250 aviones,
250 tanques, 650 piezas de artillería, 10.000 ametralladoras, etc. Stalin aceptó las peticiones y envió inmediatamente a España un cargamento de armas valorado en
55.335.660 dólares, tal como indican los documentos de los archivos soviéticos. Siete barcos, siguiendo la ruta del mar del Norte, transportaron 134 aviones, 40 carros de combate, 3.000 ametralladoras, quince lanchas torpederas y cuarenta mil fusiles, que fueron desembarcados en Francia. Sin embargo, la mayor parte de las armas no pudo ser utilizada por el ejército republicano, porque el gobierno francés retrasó su transito a territorio español y la ofensiva franquista sobre Cataluña en
1939 impidió que ese material llegase al gobierno republicano23.
Las pruebas documentales rebaten la tesis del abandono de la República por parte de la URSS y ratifican el esfuerzo de los soviéticos hasta el final de la con- tienda. El antiestalinismo visceral adopta posturas grotescas. Si Stalin apoya a la República, lo hace con intenciones ocultas. Si envía armas, son escasas y de mala calidad. Y si no las hubiera enviado, entonces se le acusaría de traicionar al prole- tariado español. Pero como el PCE defiende la República, lo que ahora traiciona Stalin es la revolución socialista. Por acción u omisión, Stalin siempre es culpable. En fin, por este camino pronto escucharemos y leeremos que la República no pere- ció a manos del fascismo. Todo fue producto de un contubernio que se urdió en el Kremlin. Si ya lo dijo Franco: “Rusia es culpable”.
5. EL PACTO GERMANO-SOVIÉTICO
Otro tema recurrente en la bibliografía sobre Stalin es el Pacto Germano-Sovié- tico de No Agresión firmado el 23 de agosto en Moscú por el ministro de asuntos exteriores alemán, Von Ribbentrop y su homólogo soviético, Molotov. El Pacto, con una duración de diez años, establecía que ambas partes se “comprometían a abste- nerse de todo acto de violación o acción agresiva, así como de todo ataque de la una contra la otra” (art. 1). Asimismo, en caso de que uno de los dos países fuera objeto de agresión militare por parte de una tercera potencia “la otra se comprome- te a no proporcionar apoyo alguno, de ninguna manera, a esa tercera potencia” (art. 2) ni tomará parte “en ningún grupo de potencias que directa o indirectamen- te, vaya en contra de la otra parte” (art. 4). La firma de este Pacto causó una enor- me conmoción en todo el mundo y, especialmente, entre los militantes comunistas, para quienes, en un primer momento, fue incomprensible que la Alemania nazi y la Rusia soviética llegaran a un acuerdo.
El pacto germano-soviético ha sido considerado por la historiografía burguesa como la mayor traición de Stalin, acusándole de ser el causante de la Segunda Gue- rra Mundial por dejar las manos libres a Hitler para atacar a Francia e Inglaterra. Sin embargo, la realidad histórica es muy distinta a la que describen ciertos especialis- tas acostumbrados a una visión maniquea de la historia.
Durante los años treinta las tensiones internacionales adquirieron un carácter explosivo debido a las agresiones de las potencias fascistas. El 30 de enero de 1933
Hitler fue nombrado canciller de Alemania e inició una política exterior cuyos ejes eran la destrucción del Tratado de Versalles y la conquista del “espacio vital”. Tras abandonar la Sociedad de Naciones (SDN), Hitler estableció el servicio militar obli- gatorio e inició el rearme alemán (marzo de 1935). Un año después, en marzo de
1936, remilitarizaba Renania. Ambos hechos constituían una flagrante violación del Tratado de Versalles, pero Francia e Inglaterra y la Sociedad de Naciones se limita- ron a protestas verbales. El 13 de marzo de 1938 Hitler se anexionó Austria (“Ans- chluss”) y a continuación exigió a Checoslovaquia la región de los Sudetes. En la Conferencia de Munich, celebrada en septiembre de 1938, Francia e Inglaterra capi- tularon ante el dictador alemán y obligaron al gobierno checo a entregar el territo- rio. Poco después, en marzo de 1939, las tropas alemanas entraron en Checoslova- quia. La parte occidental del país se convirtió en el “Protectorado de Bohemia y Moravia” y Eslovaquia pasó a ser un estado títere manejado por Alemania. El 23 de marzo, Hitler se anexionó, tras un ultimátum, el territorio lituano de Memel.
Por su parte, Mussolini ocupó Abisinia (Etiopía) en octubre de 1935 y Japón había invadido Manchuria en septiembre de 1931. Era evidente que las potencias fascistas se proponían cambiar el orden mundial y para ello estrechaban lazos y establecían alianzas. Hitler y Mussolini enviaron cantidades masivas de armamento a Franco durante la guerra civil española, y en octubre de 1936 se formó el “Eje Roma-Berlín”. Japón y Alemania firmaron en noviembre de ese mismo año el “Pacto Antikomintern”, para combatir a la URSS y a la Internacional Comunista. Italia se unió al pacto en enero de 1937 y Franco lo hizo en marzo de 1939.
Mientras la agresividad fascista no tenía límite, Francia e Inglaterra practicaban una política de apaciguamiento. En vez de oponerse resueltamente al fascismo, claudicaban una y otra vez, abandonando a su suerte a Checoslovaquia y traicio- nando a la República española. No se trataba de ceguera o de errores de apreciación,como apuntan algunos historiadores. Las clases dominantes inglesa y francesa veían en Hitler al anticomunista que les libraría de la Unión Soviética, al defensor del capitalismo que había destruido las poderosas organizaciones obreras en Alemania. Mientras Hitler marchara hacia el este, y allí estaba su espacio vital, se le podía dejar hacer24.
Pero las ambiciones del capitalismo alemán eran de orden mundial y terminaron por chocar con los intereses del imperialismo franco-británico. En marzo de 1939 Hitler exigió a Polonia la anexión de la ciudad de Dantzig y comunicación extrate- rritorial con Prusia Oriental. Francia e Inglaterra decidieron entonces endurecer su actitud y ofrecieron garantías militares a Polonia en caso de que fuese agredida y las hicieron extensivas a Grecia, Rumania y Turquía.
En esas circunstancias que anunciaban la guerra, el gobierno soviético propuso el 17 de abril la creación de una gran coalición antinazi que englobaría a la URSS, Francia e Inglaterra. Entre el 12 y el 21 de agosto se celebraron conversaciones mili- tares en Moscú. La delegación militar soviética , que estaba autorizada a firmar un convenio militar, propuso tres variantes de acción conjunta en caso de guerra. En la primera, si Alemania atacaba a Francia e Inglaterra, la URSS emplearía unas fuer- zas equivalentes al 70% de las fuerzas movilizadas por Francia e Inglaterra. En la segunda variante, si Alemania se lanzaba contra Polonia y Rumania, Inglaterra y Francia declararían inmediatamente la guerra y la URSS participaría con un núme- ro de divisiones equivalentes a las empleadas por los franco-británicos. A las tropas soviéticas se les dejaría atravesar Polonia. En la tercera variante, si Alemania ataca- ba a la URSS, Francia e Inglaterra entrarían en guerra aportando un 70% de las fuerzas movilizadas por la Unión Soviética y Polonia emplearía cuarenta y cinco divisiones para atacar Alemania25.
Los gobiernos de Francia e Inglaterra desplazaron a Moscú una delegación de rango inferior y alargaron las conversaciones sin intención de firmar un tratado mili- tar, tal como se pone de manifiesto en las Memorias del general francés Beaufré, miembro de la delegación franco-británica. Paralelamente a las conversaciones con los soviéticos, el gobierno inglés, a través de Horace Wilson, —intimo colaborador del primer ministro Neville Chamberlain— entró en contacto con Wohlthat, alto funcionario alemán, y propuso al gobierno de Alemania un acuerdo económico que 24 Hitler gozaba de amplias simpatías entre destacados miembros de la política europea, que le consi- deraron durante mucho tiempo un hombre razonable que había devuelto el orden a Alemania. Entre los admi- radores del nazismo se contaba Eduardo VIII, el monarca británico que presentó su abdicación en 1936 a causa de su matrimonio con la divorciada norteamericana W.W. Simpson, aunque otra versión apunta a que fue obligado a abdicar a causa de su ferviente apoyo al régimen nazi y que la historia de amor sirvió de pre- texto perfecto.
Grandes empresas norteamericanas como la Ford, General Motors, Standard Oil, ITT e IBM, por citar sólo algunas, hicieron grandes negocios con el régimen nazi antes de la segunda Guerra Mundial y durante la propia contienda. Sobre este tema, MUCHNIK, Daniel, Negocios son negocios. Los empresarios que financiaron el ascenso de Hitler al poder, Barcelona, Belacqva, 2004; POOL, James y POOL, Suzanne, Quién financió a Hitler. Subvenciones secretas de la subida de Hitler al poder implicaba el reparto de los mercados europeos y un pacto de no agresión. Aunque estas proposiciones no fructificaron, son una buena muestra de que las llamadas potencias democráticas estaban intentando pactar una vez más con Hitler y lanzar- lo contra la la Unión Soviética.
La negativa de Francia e Inglaterra a firmar un acuerdo militar con Stalin dejó a la URSS en una situación de aislamiento y con el riesgo añadido de que se volvie- ra a repetir con Polonia una situación similar a la de la Conferencia de Munich. Desde el VII Congreso de la Internacional Comunista (agosto de 1935) la política exterior de la URSS consistió en buscar alianzas con las potencias occidentales para hacer frente al fascismo, pero Francia e Inglaterra optaron por la vía de la claudica- ción frente a los dictadores fascistas. ¿Cuál debía ser la postura de Stalin en esas cir- cunstancias? ¿Afrontar el riesgo de una guerra frente a una superpotencia militar e industrial como Alemania o buscar algún tipo de acuerdo con Hitler para ganar tiempo y reforzar la capacidad militar de la URSS? Es evidente que la única salida que tenía Stalin era alcanzar un acuerdo con Hitler.
Culpar a Stalin del desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial es una ter- giversación monstruosa de los acontecimientos históricos. Fueron los gobiernos de Francia e Inglaterra, con su obsesión anticomunista, los que permitieron el rearme de Alemania y consintieron las violaciones del derecho internacional perpetradas por Hitler. El resultado fue una guerra que costó cincuenta y cinco millones de muertos.
6. EPISODIOS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
La falsificación del pasado forma parte del instrumental utilizado por las clases dominantes para imponer su hegemonía ideológica sobre el conjunto de las clases dominadas y anular los referentes políticos e ideológicos de los trabajadores. Mediante la tergiversación de los hechos o su ocultación, la burguesía transmite una visión de la historia acorde con sus intereses; una historia oficial que sacraliza deter- minados acontecimientos y personajes, mientras ignora o estigmatiza otros, aqué- llos que no encajan en su visión del mundo y en su orden.
No es de extrañar que la revolución bolchevique y toda la historia de la URSS sean objeto de manipulación sistemática, porque no ha existido otro hecho en el siglo XX que haya causado tanto pavor a la burguesía. Octubre de 1917 es la peor pesadilla del capitalismo hecha realidad: el poder en manos de los trabajadores, fábricas y tierras nacionalizadas, soviets, obreros con armas, racionamiento con carácter de clase... en fin, el mundo cabeza abajo. Por ello, la desaparición de la URSS no ha puesto punto final a la propaganda anticomunista; es preciso borrar su recuerdo de la memoria histórica de la clase obrera.
Un buen ejemplo de esta amnesia programada lo encontramos en determinados episodios de la Segunda Guerra Mundial. Si realizásemos una encuesta al azar pre- guntando a un número indeterminado de personas por el desembarco de Norman- día, la mayoría de los encuestados sabría situarlo históricamente y respondería que los estadounidenses lo protagonizaron; sin embargo, esa misma mayoría no sería capaz de ubicar la batalla de Stalingrado o sus referencias serían más borrosas. En el imaginario popular, Normandía fue el hecho decisivo de la Segunda Guerra Mundial, el desembarco que hizo posible la victoria de los aliados y selló la derrota de la Ale- mania nazi, mientras que Stalingrado va cayendo en el olvido, relegado a un hecho de armas menor. Y la verdad es bien distinta. Stalingrado fue la batalla más impor- tante de la Segunda Guerra Mundial, la que cambió el signo de la contienda, pero los potentes medios de comunicación norteamericanos, en especial el cine, han contri- buido a crear el mito de Normandía, ocultando el papel de la URSS en la guerra.
En la primavera de 1941 Hitler es dueño de Europa. Desde le comienzo de la conflagración el 1 de septiembre de 1939, los ejércitos alemanes han ocupado Polo- nia, Noruega, Dinamarca, la Francia atlántica, Gracia y Yugoslavia. Alemania cuen- ta con la alianza de Italia, Hungría, Bulgaria, Rumania y Eslovaquia, y algunos paí- ses oficialmente neutrales, como Suecia y España, colaboran activamente con los nazis. Sólo Inglaterra resiste, sometida a duros bombardeos y al bloqueo de la gue- rra submarina. Es ahora cuando Hitler decide acometer su gran objetivo militar, que no es otro que el del capitalismo alemán: la conquista de la Unión Soviética.
El 22 de junio de 1941 un gigantesco ejército de 5 millones de soldados, en el que se incluyen fuerzas húngaras, rumanas, finlandesas e italianas, inició el ataque contra la URSS. En los tres primeros meses de lucha los soviéticos sufrieron conti- nuas derrotas y los alemanes ocuparon las repúblicas bálticas, Bielorrusia, Molda- via y casi toda Ucrania. A pesar de las enormes pérdidas, la Unión Soviética resis- tió, y fue esta resistencia la que impidió que Hitler ganara la guerra. Si Stalin se hubiese rendido, como en junio de 1940 hizo el gobierno francés, los nazis habrían controlado las gigantescas reservas de materias primas del país, así como innume- rables fábricas e instalaciones industriales. Con este potencial económico en sus manos, no es difícil aventurar que el gobierno británico no hubiese podido continuar la lucha, pactando algún tipo de acuerdo con Alemania. No es exagerado afirmar, por tanto, que la tenacidad en la lucha del pueblo soviético fue trascendental para el curso de la guerra.
Mientras estos acontecimientos sucedían en la URSS, la guerra se hacía cada vez más universal. El 7 de diciembre de 1941 los japoneses atacaron la base naval esta- dounidense de Pearl Harbour. Estados Unidos declaró la guerra al Japón y pocos días después Alemania e Italia declararon la guerra a Estados Unidos. A finales de año la contienda alcanzó una dimensión mundial y quedaron definidos los dos ban- dos contendientes: de un lado, Alemania, Italia y Japón —el denominado EJE— y, de otro, los aliados, Estados Unidos, Inglaterra y la Unión Soviética.
En la primavera de 1942 el ejército alemán reanudó la ofensiva y en septiembre comenzó la batalla de Stalingrado. La conquista de la ciudad se convirtió para Hitler en un objetivo prioritario, pero su defensa adquirió también un valor simbólico para los soviéticos. Durante meses se combatió en la ciudad, que quedó completamente destruida, y los soldados soviéticos dieron innumerables muestras de heroísmo. El
2 de febrero de 1943 lo que quedaba del VI ejército alemán se rindió. El mariscal Von Paulus, 24 generales y 90.000 soldados fueron hechos prisioneros. Durante todo el período de la batalla los alemanes perdieron 1.500.000 hombres, aproximadamente el 25% de las fuerzas que operaban en el frente soviético, 2.000 tanques,10.000 cañones y 3.000 aviones26. El desastre fue de tal magnitud que los alemanes ya no lograrían recuperarse y las tropas soviéticas hicieron retroceder a la Wermacht durante el resto del año .En los primeros meses de 1944 continuaron los éxitos del Ejército soviético y la retirada de los alemanes.
La victoria de Stalingrado fue el resultado de varias causas. Una de ellas fue la enorme capacidad industrial de la URSS. A pesar de las enormes pérdidas de 1941, la economía planificada demostró su efectividad a lo largo de la contienda. Los soviéticos fueron capaces de fabricar más armamento, y en muchos casos de mejor calidad, que los alemanes. Los economistas neoliberales tienden a ridiculizar los logros de la planificación, pero los datos estadísticos son abrumadores. En 1941 la invasión nazi había privado a los soviéticos del 63% de toda la producción de car- bón, el 68% del lingote de hierro, el 58% del acero, el 60% del aluminio, el 41% de las líneas férreas, el 84% del azúcar y el 38% de los cereales. ¿Qué país hubiera resistido en esas circunstancias? Y la URSS resistió. Sobreponiendose a una situa- ción pavorosa, entre julio y noviembre de 1941 fueron desmontadas y transportadas hacia el este 1.523 empresas industriales. En sólo 19 días, del 19 de agosto al 5 de septiembre, se sacaron de la siderurgia “Zaporozhstal” 16.000 vagones cargados de maquinaria. Diez millones de personas fueron evacuadas ante el avance alemán. Las plantas industriales fueron montadas de nuevo lejos del frente, en los Urales, Sibe- ria Occidental y Asia Central. Nunca se había hecho nada parecido en país alguno27.
De estas fábricas salieron cantidades ingentes de armamento. La industria pro- dujo durante la guerra 489.000 cañones, 130.800 aviones y 102.500 tanques y caño- nes autopropulsados28.
Aunque en diversas publicaciones se afirma sin pruebas documentales que la Unión Soviética recibió un inmenso apoyo militar de sus aliados, Alec Nove, espe- cialista en economía soviética, sostiene que es “una realidad innegable que la ayuda de Occidente contribuyó relativamente poco a los armamentos de Rusia”29.
En segundo lugar, la identificación entre el partido comunista y el pueblo sovié- tico. Contrariamente a las esperanzas de los invasores, la población de la URSS no se levantó ni se rebeló contra el gobierno, aunque en muchas zonas, como ocurrió en el resto de Europa, hubo colaboracionismo con el ocupante. Este hecho vendría a confirmar que la represión de los años treinta no abrió ninguna brecha insalvable entre gobernantes y gobernados y que el apoyo al régimen, aun en una situación militar en ocasiones desesperada, fue mayoritario.
En tercer lugar, la victoria se debió también a la capacidad de Stalin, quien, supe- rando los graves errores iniciales, supo rectificar, tomar decisiones adecuadas y dejar una amplia iniciativa a los oficiales del Estado Mayor.
Stalingrado marcó la bisectriz de la guerra y así lo han reconocido multitud de historiadores. Henri Michel afirma que fue una victoria decisiva30, Williammson Murray y Allan Millet, autores nada sospechosos de prosovietismo, consideran que fue una derrota catastrófica para las armas alemanas que inclinó la balanza a favor de los soviéticos31 y Gerhard Weinberg estima que Stalingrado simbolizó el cambio de marcha de la guerra32.
El 6 de junio de 1944 los norteamericanos desembarcaron en Normandía. No se trata de menospreciar la contribución de Estados Unidos a la derrota del nazismo, pero la apertura del segundo frente en Europa se produjo cuando Alema- nia se encontraba en vísperas de su derrota. Estados Unidos e Inglaterra habían pos- puesto durante dos años el desembarco en Francia para debilitar a la URSS, pero en el momento en que vieron que era capaz de ganar la guerra con sus propias fuerzas, entonces se decidieron a intervenir para frenar la influencia política de la Unión Soviética y controlar los movimientos de resistencia en los países de Europa Occi- dental. Es evidente que la liberación de toda Europa por las fuerzas armadas sovié- ticas habría significado un durísimo golpe para el capitalismo a escala mundial y los Estados Unidos estaban dispuesto a evitarlo a toda costa. De igual manera les pre- ocupaba el protagonismo de los comunistas franceses e italianos en la lucha contra el ocupante alemán. A la altura de 1944 los problemas políticos pasaban a primer término, porque militarmente la guerra estaba ganada.
Durante tres años la Unión Soviética luchó sola. El sacrificio y las penalidades soportadas por el pueblo de la URSS fueron enormes. Las pérdidas humanas se ele- varon a 26 millones de personas, una buena parte civiles que fueron víctimas de la guerra de aniquilación practicada por los alemanes. Fueron destruidas 1.700 ciuda- des, 72.000 aldeas y 32.000 empresas industriales. En conjunto, la URSS se vio pri- vada del 30% de su riqueza nacional y el conjunto de sus pérdidas constituyó el 40% del total de las sufridas por todos los combatientes.
El aporte decisivo de la URSS en la victoria adquiere también su verdadera dimensión cuando se analizan las bajas del ejército alemán en territorio soviético. El número muertos y heridos de los alemanes en el frente del este fue seis veces superior al que tuvieron en el frente occidental y mediterráneo, y allí fue destruido también el 75% de su armamento.
7. LUCES Y SOMBRAS
Todavía queda un largo camino para reconstruir históricamente la realidad de la URSS entre 1929 y 1953, pero con lo que ya sabemos, ¿cuál es la valoración de esos años dominados por la figura de Stalin? ¿Cuáles son los elementos que necesitamos barajar para emitir un dictamen objetivo? No cabe duda de que el historiador debe manejar multitud de fuentes en su reconstrucción del pasado y sopesar innumera- bles de factores, entre ellos los éticos, pero nunca debe perder de vista la capacidad de un sistema político y económico para impulsar el desarrollo de las fuerzas pro- ductivas, el avance científico y el progreso social. Salvo los reaccionarios empeder- nidos, hay un acuerdo unánime en que la Revolución Francesa fue un factor de pro- greso no ya para Francia, sino para toda la humanidad. Y tampoco hay duda de que sin violencia revolucionaria no hubiera sido posible abatir el Antiguo Régimen. Si alguien descalificara la revolución de 1789 por el hecho de que Luis XVI y su espo- sa María Antonieta fueron guillotinados, pensaríamos que habría perdido el juicio.
Si juzgamos el pasado tomando como punto de referencia exclusivo el empleo de la violencia, cualquier época resulta espantosa. Desgraciadamente, el avance del mundo no ha sido un camino idílico. Ahora bien, no es lo mismo la violencia del esclavista que la violencia liberadora de los esclavos. Y tampoco son equiparables las guerras de agresión y las guerras de liberación. Que los medios de comunicación y la mayoría de intelectuales tiendan a mezclarlo y confundirlo todo, arrimando siempre el agua al molino de los intereses del capital, es una cosa y otra bien dis- tinta la objetividad histórica.
Consideramos que uno de los parámetros imprescindibles para analizar el tema que estamos tratando es el económico. De lo que se trata es de comprobar si la revo- lución bolchevique y concretamente la política económica diseñada por Stalin y el partido comunista sacaron a Rusia de su secular atraso y la acercaron al nivel de los países capitalistas más desarrollados. Para utilizar esta comparación nos basaremos en la producción per cápita entre 1913 y 1953.
PRODUCCIÓN PER CÁPITA (Números índices. 1913= 100)
1913 1938 1953
Australia 100 98,3 122,6
Bélgica 100 111,7 139
Canadá 100 99,6 180,9
Dinamarca 100 127,6 153,4
Francia 100 123,3 164,1
Alemania 100 132,2 146,3
Italia 100 129,7 150,5
Japón 100 192,1 153,8
Holanda 100 120,5 144,9
Noruega 100 169 214,8
Suecia
100
187,1
Suiza
100
149,9
190,4
Reino Unido
100
119,2
141,7
Estados Unidos
100
122,1
210,2
URSS (Rusia en 1913)
100
161,5
264,4
FFUENTE: MADDISON, Angus, Crecimiento económico en el Japón y en la URSS, México, Fondo de Cultura Económica, 1971, pág.190.
Como se observa en la estadística, la URSS es el tercer país que más creció entre
1913 y 1938, sólo por detrás de Noruega y Japón, y su crecimiento superó amplia- mente al resto de los países entre 1938 y 1953. Es decir, la distancia entre la URSS y el resto del mundo capitalista se acortó, en virtud de un crecimiento acelerado que tuvo lugar a partir de la planificación económica; y ese crecimiento casi parece un milagro si tenemos en cuenta que la Rusia soviética recibió en herencia el desastre económico ocasionado por la Primera Guerra Mundial, se vio asolada por la guerra civil de 1918-1921 y posteriormente devastada en gran parte de su territorio por la invasión hitleriana. Que después de esas catástrofes la Unión Soviética incrementa- se su producto per cápita por encima de los países capitalistas es un éxito sin pre- cedentes. ¿No demuestran estos datos que la política de Stalin en los años treinta fue correcta?
No somos tan ingenuos como para pensar que los éxitos económicos lo justifi- can todo. Detrás de las grandes magnitudes macroeconómicas siempre hay elevados costes sociales en forma de sufrimiento y sacrificio. Las gigantescas inversiones que hicieron posible la industrialización soviética salieron de los recursos proporciona- dos por las granjas colectivas. Lo que podríamos denominar proceso de acumula- ción socialista fue soportado por el campesinado de los koljoses en forma de bajo consumo33.
33 Tiende a olvidarse que tras la muerte de Lenin fueron Trotski y sus seguidores los que se mostraron partidarios de acelerar la industrialización del país. El economista Evgeni Preobrazhensky (1886-1937), ali- neado con las posiciones de Trotski, defendió en su obra La Nueva Economía (1926) que la acumulación socialista primitiva necesariamente se tendría que realizar a costa del campesinado, sobre la base de la apro- piación del excedente que generaba el campo. En la situación de la URSS a finales de los años veinte, es casi seguro que Trotski, si se hubiera impuesto sobre Stalin, habría aplicado una política económica muy simi- lar. En un país atrasado, en el que predominaba abrumadoramente la pequeña economía campesina, ¿de dónde extraer los recursos para la industria? Al fracasar la revolución proletaria en el resto de Europa, la pro- longación de la NEP afianzaba los elementos capitalistas en la economía soviética y amenazaba con sepul- tar la Revolución de Octubre. En ese contexto, “el socialismo en un solo país” defendido por Stalin era pro- bablemente la única alternativa salvo que se quisiera volver al capitalismo. Si Trotski perdió la batalla política frente a Stalin fue porque la teoría de la “revolución permanente”, aun estando bien articulada en sus presupuestos, alejaba indefinidamente la construcción del socialismo, que era la meta de los bolcheviques y de las masas obreras.
La represión formó parte de la gran transformación económica y social de los años treinta, pero es absurdo pensar que las fábricas se levantaron impulsadas por el terror. Multitud de testimonios de la época nos hablan de entusiasmo y orgullo por lo conseguido.
Los años treinta fueron un escenario con luces y sombras, brillo y penumbras. Lo que carece de sentido es considerar a Stalin como un Rasputín rojo que gober- naba mediante el terror, atrincherado en el Kremlin, odiado por la población y rode- ado de una corte de paranoicos sedientos de sangre. Quienes difunden estas fabula- ciones acostumbran a guardar silencio sobre las atrocidades del capitalismo y esa actitud les priva de cualquier autoridad moral en sus críticas.
Tampoco merecen más crédito todos esos ensayistas que durante años nos han estado contando lo terrible que era el socialismo soviético y ahora guardan silencio sobre la catástrofe de la Rusia capitalista.
En ocasiones la televisión nos ofrece imágenes de manifestaciones comunistas en la Plaza Roja de Moscú en las que personas muy mayores llevan pancartas con retratos de Stalin. La mayoría luce condecoraciones ganadas en la Segunda Guerra Mundial y las muestran con orgullo Los comentaristas les llaman despectivamente nostálgicos, pero se trata de algo muy diferente.
Lo que esos manifestantes saben muy bien es que en con Stalin se convirtieron en ingenieros, médicos, oficiales del ejército o trabajadores cualificados. Tenían tra- bajo y un amplio sistema de protección social. Ahora, en la Rusia de Putin domina- da por las mafias, están en la pobreza y muchos de ellos viven de la mendicidad.
1 “En las enfermedades físicas y psicológicas de Stalin se encuentran algunas de las claves de la personali- dad patológica del dictador”. RAYFIELD, Donald, Stalin y los verdugos, Madrid, Taurus Historia, 2003, p. 28.
2 DEUTSCHER, Isaac, Stalin. Biografía política, México D. F., Era, 1965, p. 166.
3 Palabras pronunciadas por Pierre Vilar en Madrid, en 1984, con motivo de la presentación de las Obras de Stalin, en J. Stalin: Obras. Tomo I, Madrid, Ediciones Vanguardia Obrera, 1984, pp. XXXVI-XLI.
4 En 1962 Pierre Vilar publicó su monumental obra Cataluña en la España moderna, fruto de treinta años de investigación sobre la nación catalana. Editada en francés, entre los años 1964 y 1968 se publicó en catalán (Barcelona, Edicions 62, 4 volúmenes). La editorial Crítica sacó al mercado una edición abreviada en tres volúmenes en 1978, 1987 y 1988.
5 En España, la editorial Vanguardia Obrera publicó en 1984 las Obras de Stalin en 15 volúmenes.
6 MARIE, Jean-Jaques, Stalin, Madrid, Ediciones Palabra, 2003, p. 35.
7 RAYFELD, Donald, op. cit., p. 41.
8 Las notas de Lenin estaban destinadas a ser leídas en el XIII Congreso del Partido del Partido Comu- nista (b) de la URSS y fueron entregadas por Nadiezhda Krúpskaya, la esposa de Lenin, en cumplimiento de la voluntad de éste, al Comité Central del partido. La denominación exacta de los documentos es “Carta al Congreso”, pero habitualmente se citan como el Testamento.
LENIN, Obras Escogidas en doce tomos. Tomo XII, Moscú, Progreso, 1977, pp. 359-370.
9 ORDZHONIKIDZE, Grigori Konstantinovich (1886-1937). Miembro del partido bolchevique desde
1903. En 1912 fue elegido para el Comité central y reelegido en 1921 y 1926. En 1930 formó parte del Buró
Político del Comité Central. En 1920 y 1921 organizó la lucha por el poder soviético en el Caúcaso. Desde
1926 presidió la Comisión Central de Control del Partido y desempeñó el cargo de Comisario del Pueblo de la Inspección Obrera y Campesina. En 1930 presidió el Consejo Superior de Economía Nacional y en 1932 fue nombrado Comisario del Pueblo de la Industria Pesada de la URSS. Se suicidó en 1937
10 CARR, E. H, Historia de la Rusia soviética. El Interregno (1923-1924), Madrid, Alianza Universi- dad, 1974, p. 357.
11 ARCH GETTY, J. y NAUMOV, Oleg, La lógica del terror. Stalin y la autodestrucción de los bol- cheviques, 1932-1939, Barcelona, Crítica, 2001, pp. 475-476.
12 MEDVEDEV, Roy, Que juzgue la Historia (orígenes y consecuencias del estalinismo), Barcelona, Destino, 1977, p. 268.
13 GRANT, Ted, Rusia. De la revolución a la contrarrevolución. Un análisis marxista, Madrid, Funda- ción Engels, 1997, p. 45.
14 CROUZET, Maurice, Historia General de las Civilizaciones. La época contemporánea. Vol I. En busca de una nueva civilización, Barcelona, Ediciones Destino, 1982, p. 392.
15 CARR, E. H, Historia de la Rusia soviética. Bases de una economía planificada (1926-1929). Vol. II, Madrid, Alianza Universidad, 1983, pp. 439-440.
16 DROZ, Jacques (director), Historia general del socialismo. De 1918 a 1945, Barcelona, destino,
1984, p. 92.
17 NOVE, Alec, Historia económica de la Unión Soviética, Madrid, Alianza Editorial, 1973, p. 205.
18 LEON, Pierre (director), Historia económica y social del mundo. Tomo 5. Guerras y crisis, 1914-
1947, Madrid, Zero-Zyx/Encuentro, 1978, p. 297.
19 CROUZET, Maurice, op. cit, p. 371.
20 Primer Plan Quinquenal (1928-1932) . Segundo Plan Quinquenal (1933-1937). El tercer plan quin- quenal abarcaba los años 1938-1942, pero no pudo concluirse debido al ataque de la Alemania nazi.
21 PALAZUELOS, Enrique, La formación del sistema económico de la Unión Soviética, Madrid, Akal,
1990, pp. 119-123
22 KOWALSKI, Daniel, la Unión Soviética y la guerra Civil española. Una revisión crítica, Barcelona, Crítica, 2004, pp. 344-345. Este libro contiene una inmensa cantidad de documentación consultada en nume- rosas bibliotecas y archivos: la Biblioteca Estatal Rusa (antigua Biblioteca Lenin), la Biblioteca Nacional Rusa (San Petesburgo), la Biblioteca Estatal de Historia (Moscú), el Archivo Estatal de la Federación Rusa, el Archivo Estatal Ruso de Protocolos Antiguos y el Archivo Estatal Ruso de Economía.
23 KOWALSKI, Daniel, op. cit., p. 236.
24(1919-1933), Barcelona, Plaza & Janés, 1981; y BLACK, Edwin, IBM y el holocausto, Buenos Aires, Atlántida, 2001.
25 ZHILIN, P (director): La Gran Guerra Patria de la Unión Soviética, 1941-1945, Moscú, Progreso,
1985, pp. 14-15
26 Anthony Beevor, en su obra Stalingrado (Barcelona, Crítica, 2000) proporciona una cifra de 500.000 bajas alemanas. En cualquier caso, una catástrofe militar que cambió el signo de la guerra
27 NOVE, Alec, op. cit., p. 285.
28 Cifras proporcionadas por la publicación oficial Istória velikoi otechestvennoi voini, 1941-1945. Vol.
6, p. 48., citadas por NOVE, Alec. Op. cit., p. 289.
29 Ibídem, pág, 289.
30 MICHEL, Henri, la Segunda Guerra Mundial. Tomo I, Madrid, Akal, 1990, 2 tomos, p. 397.
31 MURRAY, Williamson y MILLET, Allan, La guerra que había que ganar, Barcelona, Crítica, 2002, p. 331.
32 WEINBERG; Gerhard, la Segunda Guerra Mundial. Una visión de conjunto. Vol. 1, Barcelona, Gri- jalbo, 1995, 2 volúmenes, p. 471.
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