LUCHANDO CONTRA EL FASCISMO DESDE TODAS LAS TRINCHERAS

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Canciones de Combate

domingo, 15 de enero de 2012

LA REVOLUCIÓN Y LOS PUEBLOS


Escrito por: Enver Hoxha


Marx ha argumentado científicamente la necesidad de destruir la sociedad capitalista y construir una sociedad más avanzada, la del socialismo y después la del comunismo. En la obra El imperialismo, fase superior del capitalismo, Lenin, desarrollando el pensamiento de Marx, demostró que la época actual es la época del imperialismo y de las revoluciones proletarias. Esta es la época de la destrucción del viejo régimen capitalista; del colonialismo y del imperialismo, de la toma del poder por el proletariado y de la liberación de los pueblos oprimidos, el período del triunfo del socialismo a escala mundial.


Esto significa que hoy vivimos en la época de la substitución de la vieja sociedad explotadora, insoportable para la mayoría de la humanidad, para los oprimidos y los explotados, por una sociedad nueva, donde desaparece de una vez y para siempre la explotación del hombre por el hombre. Nuestro Partido, se ha basado precisamente en estas enseñanzas fundamentales y en el análisis marxista-leninista de la actual evolución mundial, al presentar en su VII Congreso la tesis de que el mundo se encuentra en una fase en que la causa de la revolución y de la liberación de los pueblos es un problema planteado que espera solución.


La lucha del proletariado contra la burguesía es dura, inexorable y se desarrolla de continuo. Frente a frente se encuentran dos grandes fuerzas sociales. De un lado, la burguesía capitalista imperialista, que es la clase más salvaje, más embaucadora y más sanguinaria que haya conocido la historia. De otro lado, está el proletariado, la clase totalmente despojada de los medios de producción, la clase oprimida y explotada despiadadamente por la burguesía, y, al mismo tiempo, la clase más avanzada de la sociedad, que piensa, crea, trabaja, produce, y que, sin embargo, no goza de los frutos de su trabajo.


Ambas clases intentan, cada una por su parte, agrupar fuerzas a su alrededor y prepararlas para conseguir sus objetivos: el proletariado para alcanzar la liberación nacional y social, para hacer la revolución; la burguesía para conservar su dominación y aplastar la revolución. Mientras la burguesía agrupa en torno suyo a las fuerzas más negras, más regresivas y criminales, el proletariado se esfuerza por ganar para su causa a todas las fuerzas revolucionarias y progresistas.


El marxismo-leninismo nos enseña que la lucha entre el proletariado y la burguesía se intensifica ininterrumpidamente y que con toda seguridad será coronada con la victoria del proletariado y de sus aliados. Pero, para que esta lucha sea coronada con éxito es necesario que el proletariado esté organizado, tenga su partido de vanguardia, haga conscientes a las amplias masas populares de la necesidad de la revolución y las dirija en la lucha por la toma del poder, por la instauración de su propia dictadura, por la construcción del socialismo y del comunismo, de la sociedad sin clases.


En el mundo hay muchos elementos exaltados, con buenas o malas intenciones, quienes piensan que es posible hacer la revolución en cualquier época, en cualquier momento y en cualquier parte. Pero se equivocan. La revolución no puede realizarse en cualquier momento y en cualquier parte, conforme a los deseos. La revolución estalla y se realiza en el eslabón más débil de la cadena capitalista. Para que estalle y triunfe, deben existir condiciones apropiadas, objetivas y subjetivas, y hace falta esperar el momento favorable para lanzarse a ella. Lo principal es que cuando hagan estallar la revolución, las amplias masas del pueblo, con el proletariado al frente, estén decididas y preparadas para llevarla hasta sus últimas consecuencias.


Lenin puntualiza que la revolución es obra del pueblo de cada país, que no puede ser exportada. Esto no significa que los marxista-leninistas, dondequiera que militen, no se sientan solidarios, mutuamente ligados por los sentimientos más puros del internacionalismo proletario y no contribuyan a la lucha del proletariado y de los pueblos de los otros países por su liberación. Por el contrario, todos los comunistas, los proletarios, todas las fuerzas revolucionarias de los diversos países tienen la obligación de ayudar a la revolución en cada país en particular y en todo el mundo con su propaganda, agitación, ayuda material, ejemplo de determinación y abnegación, y ateniéndose fielmente al marxismo-leninismo. Como es natural, el que esta ayuda sea bien aprovechada depende, ante todo, del nivel de preparación del proletariado y de su partido, del nivel de desarrollo de la lucha revolucionaria en uno u otro país.


Marx y Engels en el Manifiesto del Partido Comunista demuestran que los intereses del proletariado y del pueblo de un país son inseparables de los intereses del proletariado y de los pueblos de todo el mundo.


La revolución, como enseña Lenin y como la vida ha confirmado, triunfa en cada país en particular. Por eso, esta victoria depende, ante todo, de la clase obrera de cada país y de su partido revolucionario, depende de su capacidad para aplicar, de acuerdo con las condiciones concretas, las enseñanzas de Marx, Engels, Lenin y Stalin sobre la revolución.


Pero acerca de estas enseñanzas y sobre todo en tomo a la teoría leninista de la revolución, los revisionistas modernos titistas, soviéticos, «eurocomunistas», chinos, etc., que han asumido la misión de desorientar a la gente en cuanto al problema de la revolución y de evitar su estallido, han suscitado una confusión enorme y realizado una amplia actividad de zapa.


Hoy, cuando esta cuestión está planteada para ser resuelta, es una tarea imperativa disipar la neblina que han creado los revisionistas acerca de la revolución, denunciar las maniobras y las especulaciones que hacen en torno a esta cuestión, poner al descubierto sus objetivos contrarrevolucionarios, chovinistas y hegemonistas, comprender y aplicar correctamente las enseñanzas del marxismo-leninismo sobre la revolución.



Defendamos y apliquemos las enseñanzas marxista-leninistas sobre la revolución


El marxismo-leninismo nos enseña, y la experiencia de todas las revoluciones ha confirmado que, para que estalle y triunfe la revolución, deben existir los factores objetivos y subjetivos.


Lenin ha formulado esta enseñanza en su obra La bancarrota de la II Internacional y la ha desarrollado posteriormente en La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo y otros escritos.


Considerando la situación revolucionaria como el factor objetivo de la revolución, Lenin la caracteriza de este modo:


«1) La imposibilidad para las clases dominantes de mantener su dominio en forma inmutable»[22] debido a la profunda crisis que ha afectado a estas clases, crisis que provoca el descontento y la indignación de las clases oprimidas. «Para que estalle la revolución - indica - ordinariamente no basta que «los de abajo no quieran vivir» como antes, sino que hace falta también que «los de arriba no puedan vivir» como hasta entonces. 2) Una agravación... de la miseria y las penalidades de las clases oprimidas. 3) Una intensificación considerable, por las razones antes indicadas, de la actividad de las masas que... son empujadas... a una acción histórica independiente.»[23]


«En otras palabras, esta verdad se expresa del modo siguiente: la revolución es imposible sin una crisis nacional general (que afecte a explotados y explotadores).»[24]


«Sin estos cambios objetivos - puntualiza -, independientes no sólo de la voluntad de tales o cuales grupos y partidos, sino también de la voluntad de estas o aquellas clases, la revolución es, por regla general, imposible.»[25]


Pero no toda situación revolucionaria da lugar a la revolución, dice Lenin. En muchos casos, indica, las situaciones revolucionarias, como las de 1860-1870 en Alemania, 1859-1861 y 1879-1880 en Rusia, no se han transformado en revoluciones, porque no ha existido el factor subjetivo, es decir, una elevada conciencia por parte de las masas, su disposición para hacer la revolución,


«...la capacidad de la clase revolucionaria según las palabras de Lenin - para llevar a cabo acciones revolucionarias de masas lo bastante fuertes como para destruir (o quebrantar) al viejo gobierno, que jamás «caerá», ni siquiera en las épocas de crisis, si no se le «hace caer»».[26]


Como ha escrito Lenin ya en sus primeras obras, el partido revolucionario de la clase obrera, su función de dirección, educación y movilización de las masas revolucionarias, desempeñan un papel determinante en la preparación del factor subjetivo. El partido logra esto tanto elaborando una correcta línea política, que responda a las condiciones concretas, a los deseos y a las exigencias revolucionarias de las masas, como realizando un trabajo muy grande y acciones revolucionarias frecuentes y bien estudiadas en el plano político, que hagan tomar conciencia al proletariado y a las masas trabajadoras de la situación en que viven, de la opresión, la explotación y las bárbaras leyes de la burguesía, de la necesidad de hacer la revolución, como el medio para derrocar al régimen esclavizador.


De este modo las capas pobres reaccionarán con tal intensidad que a los ricos, a la burguesía en el poder, conmocionados también por las otras contradicciones internas y externas, les será difícil seguir dominando como antes. Cuándo estos requisitos se cumplen, cuando existen los factores objetivos y subjetivos, los cuales están entrelazados, entonces no sólo puede estallar la revolución, sino también triunfar.


En todo momento, los revolucionarios reflexionan hondamente sobre estas geniales tesis de Lenin y no sólo reflexiona, sino que además analizan las situaciones de modo concreto y en todos sus aspectos. Actúan con la vista puesta en no dejarse sorprender jamás por las situaciones revolucionarias, de forma que no se encuentren desarmados en esos momentos decisivos, sino que sepan aprovecharlas con la finalidad de preparar el estallido de la revolución.


¿Qué demuestra el análisis de la situación actual en el mundo? El Partido del Trabajo de Albania, partiendo de la teoría leninista de la revolución, concluye que hoy la situación en el mundo es en general revolucionaria, que en muchos países esta situación ha madurado o está madurando rápidamente, mientras que en otros este proceso está en desarrollo.


Cuando decimos que hoy la situación es revolucionaria tenemos en cuenta que el mundo de nuestros días está en movimiento hacia grandes estallidos. En general, la situación actualmente semeja un volcán en erupción, un fuego abrasador, cuyas llamas devorarán precisamente a las clases dominantes, opresoras y explotadoras.


El mundo capitalista y revisionista está sumido en una grave crisis económica y política, financiera y militar, ideológica y moral. La presente crisis, que ha sacudido todas las estructuras y superestructuras del régimen burgués y revisionista, ha recrudecido y profundizado aún más la crisis general del sistema capitalista.


Las consecuencias de la crisis se presentan muy serias y desastrosas sobre todo en el terreno de la economía. A partir de 1974 ha comenzado la profundización de la crisis económica más grave de las aparecidas en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial. Esto ha ocasionado una disminución en proporciones considerables de la producción industrial: en el Japón 20%, Gran Bretaña 15%, Estados Unidos de América 14%, Francia e Italia 13%, República Federal de Alemania 10%, etc. La crisis ha dado lugar a una depresión muy profunda. En muchos países capitalistas las capacidades productivas no aprovechadas en algunas ramas clave de la economía oscilan entre un 25 y 40 por ciento, y esta situación se viene prolongando desde hace años. Por esta razón ha quedado estancada la producción industrial. Los stocks de «excedentes» de mercancías que no encuentran salida alcanzan cantidades extraordinarias.


Pero no obstante estos stocks y a pesar de que no se explotan muchas capacidades productivas, las ganancias de los monopolios siguen aumentando debido al alza de los precios. Los precios suben de día en día, mientras que la inflación en determinados países ha alcanzado porcentajes muy elevados.


El alza de los precios y, sobre todo, la inflación, se han convertido en un medio muy apropiado en poder de los monopolios y el estado capitalista y revisionista para descargar el peso de la crisis sobre las espaldas de la clase obrera y de los demás trabajadores.


Con el pretexto de tomar medidas antiinflacionistas, los estados capitalistas y burgués-revisionistas elevan los impuestos sobre los ingresos de las masas trabajadoras, congelan sus salarios y, al mismo tiempo, reducen los impuestos sobre las ganancias de los monopolios, devalúan la moneda, etc. Todas estas medidas están dirigidas contra la clase obrera y todos los trabajadores, intensifican la explotación y atentan contra su nivel de vida.


A causa de la prolongación de la crisis económica ha empeorado y se ha agravado considerablemente la existencia de la clase obrera y de las masas campesinas. Como en raras ocasiones se ha incrementado el paro, el cual se ha convertido en un mal crónico, en una gran plaga de la sociedad burguesa y revisionista. En el mundo capitalista-revisionista han sido echados a la calle 110 millones de trabajadores. Sólo en los Estados Unidos de América existen de 7 a 8 millones de parados. Millones de personas están hoy al borde del hambre o efectivamente la padecen. Centenares de millones de personas viven en una situación de angustia a causa de la incertidumbre de su porvenir.


La penuria y la inseguridad en que viven las amplias masas trabajadoras, así como la política interior y exterior reaccionaria, antipopular, que siguen los regímenes capitalistas y burgués-revisionistas, vienen aumentando continuamente el descontento de las amplias capas populares. Esta grave situación ha suscitado en estas capas una incontenible indignación que se exterioriza por medio de huelgas, protestas, manifestaciones, choques con los órganos represivos del régimen burgués y revisionista, y en muchos casos a través de verdaderas rebeliones. Las masas populares sienten una creciente hostilidad hacia los regímenes que las subyugan.


Los gobiernos de los países imperialistas, capitalistas y revisionistas, hacen todo tipo de promesas y propuestas fraudulentas, esforzándose, también en esta situación de crisis, por acaparar el máximo beneficio, por atenuar el descontento y la indignación de las masas y desviarlas de la revolución.


Mientras tanto, los pobres se empobrecen cada vez más, los ricos se enriquecen mucho más, el abismo entre las capas sociales pobres y las ricas, entre los países capitalistas desarrollados y los países poco desarrollados se ahonda sin cesar.


La crisis actual se ha extendido asimismo a la vida política, atizando el fuego en los círculos dirigentes de los estados capitalistas y revisionistas. Claro testimonio de esto son las repetidas crisis gubernamentales y el cambio de los equipos en el poder.


La burguesía y las camarillas dominantes se ven obligadas a cambiar más a menudo los caballos de los carros gubernamentales, con el fin de engañar a los trabajadores y hacerles creer que los nuevos serán mejores que los viejos, que los responsables de la crisis y de que ésta prosiga son los anteriores, mientras que los substitutos mejorarán la situación, y otras cosas por el estilo, Todo este engaño que alcanza proporciones cada vez más vastas, se encubre, sobre todo durante las campañas electorales, con las falsas consignas de libertad, democracia, etc. Al mismo tiempo la burguesía, en los países capitalistas y revisionistas, refuerza sus salvajes armas de represión, el ejército, la policía, los servicios secretos, los órganos judiciales; refuerza el control de su dictadura sobre cualquier movimiento e intento de lucha del proletariado. Hoy en los países capitalistas y revisionistas es evidente la tendencia a intensificar la violencia burguesa y a restringir los derechos democráticos. Se observan con una intensidad cada vez mayor la propensión a fascistizar la vida del país y los preparativos para instaurar el fascismo, en el momento en que la burguesía se vea en la imposibilidad de dominar con métodos y medios «democráticos».


La crisis económico-financiera y política ha abarcado no sólo los monopolios, los gobiernos, los partidos y las fuerzas políticas internas de cada país, sino también las alianzas internacionales, los bloques económicos, políticos y militares, como el Mercado Común Europeo y el COMECON, la Comunidad Europea, la OTAN y el Tratado de Varsovia. Las contradicciones, las fricciones, las contestaciones, las disputas entre los socios de estas alianzas y bloques se manifiestan más abierta y violentamente.


Otra manifestación de la crisis y de los intentos para salir de ella es la carrera armamentista, los vastos preparativos bélicos y la provocación de guerras locales por parte de las superpotencias y las otras potencias imperialistas como en el Oriente Medio, el Cuerno de África, el Sahara Occidental, Indochina y otras regiones. Esto sirve a los planes hegemonistas y expansionistas de una u otra potencia imperialista. Fomenta y desarrolla la industria militar y el comercio de armas, que en la actualidad han cobrado proporciones inauditas.


Pero todos estos medios políticos y militares no son sino paliativos, incapaces de curar al sistema capitalista-revisionista de la grave enfermedad que padece.


A la actual crisis económica y política del mundo capitalista y revisionista hay que sumarle la crisis ideológica y moral sin precedentes. Jamás han existido una confusión ideológica y una corrupción moral como las que se observan hoy día. Jamás ha habido tanta variedad de teorías burguesas, de derecha, de centro y de «izquierda», disfrazadas de las más diversas formas, laicas y religiosas, clásicas y modernas, abiertamente anticomunistas y pretendidamente comunistas y marxistas. Nunca se ha visto una perversión moral tal, un modo de vida tan degenerado, una depresión espiritual tan grande. Las teorías burguesas y revisionistas, tan penosamente hilvanadas y tan ruidosamente propagadas como «guías para salvarse de los males de la vieja sociedad», como es el caso de las teorías de la «estabilización definitiva del capitalismo, del «capitalismo popular», de la «sociedad de consumo», de la «sociedad postindustrial», de la «prevención de las crisis», de la «revolución técnicocientífica», de la «coexistencia pacífica» jruschovista, del «mundo sin ejércitos, sin armas y sin guerras», del «socialismo con rostro humano», etc., etc., ya se han resquebrajado en sus propios cimientos.


Todos estos aspectos de la crisis general se encuentran no sólo en Yugoslavia, donde las consecuencias de la crisis son más evidentes, sino también en la Unión Soviética socialimperialista y en los otros países revisionistas. En todos ellos se han intensificado la opresión y la explotación, todos padecen los males del capitalismo, en las filas de los dirigentes y de las altas capas sociales han estallado rencillas y pugnas por apoderarse del poder y obtener privilegios, en todas partes bulle el descontento y la indignación de las masas populares. Así pues, también en estos países existen grandes posibilidades para la revolución. También en ellos la ley de la revolución actúa igual que en cualquier otro país burgués.


Es precisamente esta situación actual de crisis general del capitalismo, que tiende a profundizarse de continuo, la que nos lleva a sacar la conclusión de que la situación revolucionaria se ha dado o se está dando en la mayoría de los países capitalistas y revisionistas y que esta situación, por consiguiente, ha puesto la revolución en el orden del día.


La burguesía y los revisionistas, debido a la presión creciente de la crisis y de los fracasos que han sufrido sus profecías y sus maniobras para estrangular la revolución, intentan encontrar nuevos expedientes y fabricar otras teorías mistificadoras.


Hoy los revisionistas modernos han enarbolado la bandera de la defensa del sistema capitalista, de la opresión y la explotación de los pueblos, de la escisión del movimiento revolucionario y de liberación, y en general la bandera del embaucamiento de las masas. Pero correrán la misma suerte que los socialdemócratas y todos los demás oportunistas del pasado, que se convirtieron en meros lacayos de la burguesía.


La burguesía, en la situación en que se encuentra, atenazada por graves crisis económicas, políticas e ideológicas, exige a sus lacayos, los revisionistas, que acudan más abiertamente en su defensa.


Esto les obliga a quitarse cada vez más la careta, pero también a desacreditarse aún más. Lenin dice:


«Los oportunistas son enemigos burgueses de la revolución proletaria que, en tiempos de paz, realizan furtivamente su labor burguesa incrustándose en los partidos obreros, pero que en épocas de crisis se revelan enseguida como francos aliados, de toda la burguesía unida, desde la conservadora hasta la más radical y democrática y desde los burgueses librepensadores hasta los elementos religiosos y clericales.»[27]


Esta conclusión científica de Lenin es enteramente confirmada por el servicio que prestan hoy los revisionistas modernos al sistema capitalista en crisis.


Tomemos, por ejemplo, Italia, que es un país típico donde se refleja la descomposición del capitalismo en su base y superestructura. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, en Italia están en el poder los democristianos, el partido de la gran burguesía, el partido del Vaticano, que ha agrupado a su alrededor a toda la burguesía clerical-reaccionaria y a los elementos de derecha. Su gobierno domina en un país que se encuentra en una situación de quiebra. Las capas de la alta burguesía a partir de 1945 han entrado en una crisis tan grave que han cambiado unos 40 gobiernos, gobierno «monocolor» democristiano, gobierno democristiano-socialista, gobierno tripartido (democristiano-socialista-socialdemócrata), gobierno de «centro-sinistra», gobierno de «centrodestra», etc.


La profunda crisis gubernamental existente en Italia representa una situación de crisis interna general, que no encuentra ninguna salida. Como consecuencia, son cada vez más frecuentes las rencillas, los conflictos, los asesinatos y los escándalos políticos, como la destitución del presidente Leone, el asesinato del presidente del Partido Democristiano, Mero, etc.


Italia se ha convertido en una plaza de armas de los Estados Unidos de América. Su economía, que está en quiebra y apresada en los tentáculos del imperialismo norteamericano, está enredada también con el Mercado Común Europeo, en el que hace de último comparsa.


Como consecuencia de esta situación, las amplias masas trabajadoras de Italia han venido empobreciéndose de manera ininterrumpida. El paro existente es mucho mayor que en todos los demás países del Mercado Común Europeo. Italia es el país con la más grande emigración de mano de obra y donde la balanza comercial es muy deficitaria. Los países del Mercado Común Europeo, en particular Alemania Occidental y Francia, restringiendo la compra de géneros alimenticios a Italia, han puesto a la agricultura italiana en una difícil situación. Los precios de exportación de la mantequilla, la leche y las frutas italianas han registrado una baja considerable; mientras que la vida se ha encarecido extraordinariamente. Italia es el país de las grandes huelgas, en las que participan desde los obreros de la industria pesada y ligera, del transporte, hasta los carteros y los pilotos, e incluso la propia policía.


En tal situación de efervescencia, en la que los intereses de las masas y de la revolución exigen que todo este enorme descontento del proletariado y de todo el pueblo sea canalizado en la lucha contra la burguesía reaccionaria, contra los preparativos para el asalto fascista que se apresta a desencadenar, los revisionistas italianos y los sindicatos reformistas, toda la aristocracia obrera, así como también los sostenedores de la teoría china de los «tres mundos», actúan como bomberos de la revolución y como defensores del régimen burgués.


Todos lo partidos, desde el fascista hasta el partido revisionista de Berlinguer, defienden este putrefacto régimen burgués. El partido revisionista italiano se une con la burguesía precisamente para apuntalar este régimen burgués estremecido desde sus fundamentos. Intenta embotar y reprimir el ímpetu revolucionario del proletariado italiano pretendiendo hacerle creer que sigue y aplica un marxismo adecuado a las condiciones de su país.


Berlinguer hace tiempo que ha entrado no sólo en negociaciones con los democristianos, sino también en componendas; incluso acerca de muchos problemas, sin participar oficialmente en el gobierno, gobierna con ellos. El gobierno apoya a este partido y al mismo tiempo, por pura fórmula, da a entender que pretendidamente no está de acuerdo con él. De igual modo el partido revisionista italiano hace el mismo juego.


Los revisionistas italianos arman un gran ruido en torno a un programa gubernamental, elaborado entre los cinco partidos de la mayoría parlamentaria italiana, del que dicen que es una «importante victoria», una «nueva fase política» para su país. Pero esta fase política, a la cual se refiere Berlinguer, significa encuadrar el partido revisionista en los planes del capital italiano. Berlinguer califica esto como un acuerdo serio, realista y no dogmático. Pretende que este acuerdo dará lugar a una transformación real, no sólo de las relaciones políticas entre los partidos, sino de toda la vida económica, social y estatal del país.


Los revisionistas italianos recorren así justamente el mismo camino que ha previsto Lenin para los diversos oportunistas, quienes buscan la unidad con el capital para contener el ímpetu revolucionario de las masas. Con esta unidad piensan haber alcanzado hasta cierto punto su objetivo de llegar al socialismo a través del pluralismo. Huelga decir que esto es un sueño, y el presidente del Senado italiano, Amintore Fanfani, no se equivoca en absoluto al calificar de colección de sueños el acuerdo de los cinco partidos. Es una colección de sueños que acarician los revisionistas italianos, mientras que para las fuerzas del capital no son en absoluto sueños, sino un trabajo bien pensado a fin de liquidar las ideas del comunismo en Italia y rechazar las reivindicaciones del pueblo y del proletariado italianos, aplastar su lucha revolucionaria por construir una nueva sociedad. Los revisionistas italianos están recibiendo algunas migajas, pero, pretendiendo que el gobierno tiene necesidad de que el partido revisionista participe en él, tratan de encuadrarlo por completo, para que se sienta como el pez en el agua. En una palabra, el partido revisionista italiano intenta insertarse enteramente en el torbellino reaccionario del capital monopolista italiano.


El partido de Berlinguer es un partido totalmente degenerado en lo ideológico, con un programa socialdemócrata, de cabo a rabo reformista y parlamentarista. Apoya el orden establecido por una Constitución seudo democrática, en cuya formulación han tomado parte también los mismos «comunistas» italianos encabezados por Togliatti. Precisamente en nombre de esta Constitución, desde hace tres decenios, la burguesía reaccionaria y clerical dicta la ley en Italia, oprime al proletariado y las amplias masas populares. Los llamados comunistas italianos encuentran que esta opresión es justa y conforme a la Constitución.


El partido revisionista italiano, junto con los otros partidos burgueses, con los democristianos a la cabeza, desarrollan en el parlamento o fuera de él, en los órganos de prensa, a través de la televisión y la radio, una política y una demagogia desenfrenada que confunde a la opinión pública italiana, que la desorienta y desconcierta cada día a fin de embotar la voluntad revolucionaria del proletariado y la conciencia política de las masas trabajadoras.


Toda esta actividad les es muy útil a la reacción italiana y al Vaticano. El partido revisionista italiano trata de aplastar el movimiento revolucionario de las masas populares, con el proletariado a la cabeza, para detener la revolución, ayudar a la burguesía a salir del atolladero y evitar el derrocamiento del régimen existente.


Tomemos otro ejemplo, España. Después de la muerte de Franco subió al poder el rey Juan Carlos, que es el representante de la gran burguesía española, la cual, viendo que la larga dominación del régimen fascista había sumido al país en una grave crisis, llegó a la conclusión de que España ya no podía ser gobernada como en la época de Franco. Había, pues, que proceder a algunas modificaciones en la forma de gobierno y descartar del poder a la desacreditada falange de Franco. Después de las peripecias de un cambio de presidentes de gobierno, tomaron el poder los hombres de mayor confianza del nuevo rey, continuador del franquismo reformado.


En España las manifestaciones y las huelgas alcanzaron unas proporciones nunca vistas. Con ellas el pueblo exigía cambios, aunque naturalmente no ese «cambio» que se ha hecho, sino cambios profundos y radícales. En este país las huelgas, las manifestaciones y los choques ni se acabaron ni dejan de acabar. Las masas exigen libertades y derechos, y las diversas nacionalidades autonomía. En esta situación, el gobierno de Juan Carlos, a fin de engañar a las masas indignadas, también legalizó el partido revisionista de Carrillo-Ibárruri. Los cabecillas de este partido se convirtieron en dóciles lacayos del régimen monárquico español, asumieron el papel de francos esquiroles para castrar el gran ímpetu revolucionario, que hoy, en la situación existente, es mayor, para aplastar junto con la burguesía, a todos aquellos que mantienen vivas las ideas revolucionarias de la Guerra de España y simpatizan con la República.


Con esto vemos cómo el partido revisionista español desempeña el mismo papel de bombero que el partido revisionista italiano, pero con menor eficacia que éste.


Un papel análogo juegan los partidos revisionistas en Francia, el Japón, los Estados Unidos de América, Gran Bretaña, Portugal y en todos los demás países capitalistas, con el objetivo de defender al régimen burgués, para que éste supere las crisis y las situaciones revolucionarias, aturdir y paralizar al proletariado y demás masas oprimidas y explotadas, que se dan cuenta cada vez con mayor claridad de que ya no se puede vivir en la «sociedad de consumo» y en otras sociedades explotadoras, y se rebelan contra el régimen político y económico capitalista.


Los partidos revisionistas son en particular enemigos del leninismo. Esto quiere decir que son enemigos de la revolución, puesto que fue Lenin quien elaboró de manera perfecta la teoría sobre la revolución proletaria y la llevó a la práctica en Rusia. Sobre la base de esta teoría triunfó la revolución socialista en Albania y en otros países. La teoría leninista, que indica el camino para que la revolución triunfe en todas partes, pone al descubierto la falsedad de las teorías contrarrevolucionarlas revisionistas de la transición pacifica al socialismo, a través de la vía parlamentaria, sin destruir el aparato estatal burgués, incluso, según ellos, utilizándolo para realizar transformaciones socialistas pacíficas, sin tener necesidad de la dirección del proletariado y de su partido de vanguardia, ni tampoco de la dictadura del proletariado.


Precisamente en estos momentos tan revolucionarios, cuando existen muchas probabilidades de que la revolución estalle en los eslabones más débiles de la cadena capitalista y cuando se siente una enorme necesidad de elevar la conciencia de clase del proletariado, de preparar el factor subjetivo y reforzar la confianza en la justeza y en el carácter universal de la teoría marxista-leninista que indica al proletariado y a las otras masas oprimidas el verdadero camino a seguir para tomar el poder, los revisionistas prestan un servicio inestimable a la burguesía para que enfrente y evite la revolución. Por eso la burguesía recurre a todos los medios para encuadrar a los partidos revisionistas y los sindicatos influenciados por estos últimos, en la lucha contra la revolución y el comunismo. Toda la línea del imperialismo norteamericano, del capitalismo mundial y de la burguesía de cada país, tiende precisamente a alcanzar este objetivo. La burguesía procura que los partidos revisionistas se pongan de manera abierta y por completo al servicio del capital, pero actuando con disfraces «comunistas» y luchando supuestamente para cambiar la situación, y así crear una nueva sociedad híbrida, en la que no sólo digan su opinión la patronal y las clases ricas, sino presuntamente también las clases pobres, presentándose los partidos «comunistas» revisionistas y los partidos socialistas como representantes y defensores de éstas.


Sobre todo los revisionistas que están en el poder, yugoslavos, soviéticos y chinos, prestan un servicio muy grande al capitalismo mundial en la lucha para frenar y sofocar las revoluciones.


Los revisionistas yugoslavos son enemigos declarados del leninismo, son los más ardientes propagandistas de la negación del carácter universal de las leyes de la revolución socialista, encarnadas en la Revolución de Octubre y reflejadas en la teoría leninista sobre la revolución. Preconizan que supuestamente el mundo actual avanza de forma espontánea hacia el socialismo, y que por eso no son necesarias la revolución, la lucha de clases, etc. Los revisionistas yugoslavos presentan como modelo del socialismo auténtico, su sistema capitalista de la «autogestión», que, según ellos, es una panacea contra los «males» del socialismo «stalinista» y contra los males del capitalismo. Para instaurar este sistema, dicen ellos, no se precisan ni la revolución violenta, ni la dictadura del proletariado, ni la propiedad estatal socialista, ni el centralismo democrático. ¡La «autogestión» puede establecerse dulcemente, con el acuerdo y la colaboración entre los círculos dominantes, entre los empresarios y los obreros, entre el gobierno y la patronal! Precisamente porque el revisionismo yugoslavo es enemigo del leninismo y sabotea la revolución, el capitalismo internacional, en especial el imperialismo norteamericano, se muestra tan «generoso» a la hora de conceder ayudas financieras, materiales, políticas e ideológicas a la Yugoslavia titista.


Los revisionistas soviéticos de palabra no rechazan el leninismo y la teoría leninista de la revolución, pero en la práctica los combaten con sus posturas y su actividad contrarrevolucionarias. No tienen menos miedo a la revolución proletaria que los imperialistas norteamericanos y la burguesía de tal o cual país, porque saben que en su propio país la revolución les destrona, les despoja del poder y de los privilegios de clase, mientras en el exterior frustra sus planes estratégicos para dominar el mundo.


Pretenden presentarse como continuadores de la Revolución de Octubre, como seguidores del leninismo, con el fin de engañar al proletariado y a las masas trabajadoras tanto de la Unión Soviética como de los otros países. Hablan de «socialismo desarrollado» y de «transición al comunismo» para sofocar cualquier descontento, revuelta y movimiento revolucionario de las masas trabajadoras de su país contra la dominación revisionista, y reprimirlos como actos «contrarrevolucionario», «antisocialistas». De cara al exterior utilizan la máscara del «leninismo» para encubrir sus teorías y prácticas antimarxistas, antileninistas, para desbrozar el camino a los planes expansionistas y hegemonistas del socialimperialismo.


Los revisionistas soviéticos califican la revolución violenta en los países capitalistas desarrollados de muy peligrosa en la época actual, cuando cualquier estallido revolucionario puede transformarse, según ellos, en una guerra mundial y termonuclear, que exterminaría a la humanidad. Por eso, recomiendan que hoy el camino más adecuado, es la revolución por vía pacifica, la transformación del parlamento «de un órgano de democracia burguesa, en un órgano de democracia para los trabajadores». También presentan la «détente», la llamada reducción de la tensión que sirve a los objetivos de la política exterior soviética, como «la tendencia general de la actual evolución mundial», que supuestamente conducirá al triunfo pacifico de la revolución a escala mundial.


Con objetivos demagógicos, ellos no niegan la dictadura del proletariado, incluso teóricamente se presentan como defensores de la misma, dicen que, en casos especiales, puede utilizarse también la revolución violenta. Pero necesitan hacer estas declaraciones sobre todo para legitimar los complots y los putschs armados que urden en uno u otro país con el propósito de implantar regímenes y camarillas reaccionarias pro soviéticos, para apartar a los movimientos de liberación nacional del camino justo y colocarlos bajo su hegemonía, etc.


Ahora, también la China revisionista se ha convertido en celoso bombero de la revolución.


Toda la política interna y externa de los revisionistas chinos está dirigida contra la revolución, porque la revolución malogra su estrategia de hacer de China una superpotencia imperialista.


En China, la dirección revisionista reprime salvajemente cualquier brote revolucionario de la clase obrera y las masas trabajadoras contra sus posiciones y sus actos burgueses y contrarrevolucionarios. Ella se esfuerza por encubrir a toda costa las contracciones de la época actual, en particular la contradicción entre el trabajo y el capital, entre el proletariado y la burguesía. Los revisionistas chinos dicen que en el mundo actual hay una sola contradicción, la existente entre las dos superpotencias, que es presentada como una contradicción entre los Estados Unidos de América y todos los demás países del mundo, por un lado, y el socialimperialismo Soviético, por otro. Apoyándose en esta tesis prefabricada, llaman al proletariado y al pueblo de cada país a unirse con su propia burguesía para «defender la patria y la independencia nacional» contra el peligro que procede sólo del socialimperialismo soviético. Con esto, los revisionistas chinos predican a las masas la idea de renunciar a la revolución y a la lucha de liberación.


Para los revisionistas chinos, la cuestión de la revolución proletaria y de la revolución de liberación nacional no se plantea en absoluto en la época actual, debido también a que, según ellos, en ninguna parte del mundo existe una situación revolucionaria. Por eso aconsejan al proletariado que se encierre en las bibliotecas y estudie la «teoría», porque a su juicio no ha llegado la hora de las acciones revolucionarias. En este marco se ve a todas luces lo hostil y contrarrevolucionaria que es la política de los revisionistas chinos, que escinden el movimiento marxista-leninista y obstaculizan la unión de la clase obrera en la lucha contra el capital.


La prensa y la propaganda chinas, así como los discursos de los dirigentes chinos, dejan pasar en el silencio más absoluto las grandes manifestaciones y huelgas que desarrolla actualmente todo el proletariado en los diversos países capitalistas. Hacen esto porque no quieren estimular la revuelta de las masas, porque no quieren que el proletariado aproveche estas situaciones para combatir la opresión y la explotación. ¡Cuán hipócritas suenan sus consignas rimbombantes y hueras de que «los países quieren la independencia, las naciones quieren la liberación y los pueblos quieren la revolución»!


Los revisionistas chinos, al pretender que hoy en el mundo no existe una situación revolucionaria, no sólo entran en contradicción con la realidad, sino que también exigen que el proletariado con su partido marxista-leninista se cruce de brazos, no emprenda ninguna acción revolucionaria, no trabaje para preparar la revolución. Lenin, ya en el Segundo Congreso de la Internacional Comunista, había criticado semejantes puntos de vista capitulacionistas manifestados por el italiano Serratti, según el cual no cabe realizar acciones revolucionarias cuando no existe una situación revolucionaria.


«En eso reside -decía Lenin- la diferencia entre los socialistas y los comunistas: los socialistas rehúsan actuar en la forma en que lo hacemos nosotros en cualquier situación, o sea, realizar un trabajo revolucionario.»[28]


Esta crítica de Lenin es asimismo un bofetón para los revisionistas modernos chinos y para el resto de los revisionistas, los cuales, al igual que los socialdemócratas, están en contra de las acciones revolucionarias del proletariado y de las masas trabajadoras en general.


Lenin calificaba a Kautsky de renegado porque


«...ha desnaturalizado por completo la doctrina de Marx, tratando de adaptarla al oportunismo, «y ha renunciado a la revolución de hecho, reconociéndola de palabra»».[29]


Los dirigentes revisionistas chinos van algo más lejos que Kutsky. No reconocen ni de palabra la necesidad de la revolución.


Esta línea reaccionaria explica la política y las posiciones profundamente contrarrevolucionarias de la dirección revisionista china, la cual intenta por todos los medios establecer alianzas y colaborar con el imperialismo norteamericano y los otros países capitalistas desarrollados, apoya al Mercado Común Europeo y a la OTAN.


Aliándose y buscando la unidad con los imperialistas norteamericanos, que son, junto con los socialimperialistas soviéticos, los más feroces opresores y explotadores y los más grandes enemigos del proletariado y de los pueblos, y con los demás imperialistas dominantes, con la más negra reacción mundial, y exigiendo al proletariado de los países europeos y de los otros países capitalistas desarrollados que doble el espinazo ante la burguesía y acepte su opresión, los mismos revisionistas chinos participan en esta opresión y se unen al capitalismo mundial en la lucha contra la revolución, contra el socialismo, contra la liberación de los pueblos.


Como se puede observar, el capitalismo mundial con el revisionismo moderno y todos sus demás instrumentos desarrolla una lucha frontal, encarnizada y multilateral para impedir el estallido de las revoluciones.


Intentan con todas sus fuerzas superar las crisis, atenuar o sofocar las situaciones revolucionarias para que no se transformen en revolución. Pero las crisis y las situaciones revolucionarias son fenómenos objetivos que no dependen de la voluntad y los deseos ni de los capitalistas, ni de los revisionistas, ni de ningún otro. Sólo podrán ser evitadas cuando desaparezca el régimen capitalista de opresión y explotación que las origina de manera inevitable.


Los imperialistas, los demás capitalistas y los revisionistas saben bien que la revolución no estalla por sí misma en los periodos de crisis y de situaciones revolucionarias. Por eso, dirigen su atención y sus golpes principales contra el factor subjetivo. Por un lado, se esfuerzan por aturdir y embaucar al proletariado, a las masas trabajadoras, a los pueblos, por dificultar que adquieran conciencia de la necesidad absoluta de la revolución y por impedir que se unan y se organicen; por otro lado, pugnan por destruir el movimiento marxista-leninista internacional, para que no crezca ni se fortalezca, para que no se convierta en una gran fuerza política dirigente de la revolución, para que los auténticos partidos marxista-leninistas de cada país no se doten de la capacidad política e ideológica que les permita unir, organizar, movilizar y dirigir a las masas en la revolución y llevarlas a la victoria.


Pero, por más que los imperialistas, los capitalistas, los revisionistas y los reaccionarios se esfuercen y luchen, no podrán detener el avance de la rueda de la historia. Sus esfuerzos y su lucha chocarán con los esfuerzos y la lucha revolucionaria del proletariado y de los pueblos amantes de la libertad; a su vez, los revisionistas modernos correrán la misma suerte, que los socialdemócratas y todos los oportunistas del pasado, la misma suerte que todos los lacayos de la burguesía y del imperialismo.



La lucha de liberación de los pueblos, parte integrante de la revolución mundial


Cuando hablamos de la revolución no tenemos en cuenta sólo la revolución socialista. Como han explicado Lenin y Stalin, hoy en la época de la transición revolucionaria del capitalismo al socialismo, también la lucha de liberación de los pueblos, las revoluciones nacional-democráticas, antiimperialistas, los movimientos de liberación nacional, son parte de un proceso revolucionario único, de la revolución proletaria mundial.


«El leninismo -dice Stalin - demostró... que la cuestión nacional puede ser solucionada sólo en ligazón con la revolución proletaria y sobre la base de ésta, que el camino del triunfo de la revolución en el Occidente pasa por la alianza revolucionaria con el movimiento de liberación de las colonias y de los países dependientes, contra el imperialismo. La cuestión nacional es parte integrante de la cuestión general de la revolución proletaria, parte componente de la cuestión de la dictadura del proletariado.»[30]


Esta ligazón se ha vuelto más clara, más natural, hoy, cuando la mayoría de los pueblos, con el desmoronamiento del viejo sistema colonial, han dado un gran paso adelante en el camino hacia la independencia, creando sus propios estados nacionales y cuando, después de haber dado este paso, aspiran a avanzar más aún. Ellos quieren suprimir el sistema neocolonialista, toda dependencia del imperialismo, toda explotación del capital extranjero, quieren su plena soberanía e independencia económica y política. Está confirmado que estas aspiraciones pueden ser materializadas, que tales objetivos pueden ser alcanzados, sólo con la supresión de toda dominación y dependencia extranjeras, y poniendo fin a la opresión y la explotación de los burgueses y los terratenientes del país.


De ahí la ligazón y el entrelazamiento de la revolución nacional-democrática, antiimperialista, de liberación nacional, con la revolución socialista, porque la primera, al golpear al imperialismo y a la reacción, que son enemigos comunes del proletariado y de los pueblos, abre el camino también a las grandes transformaciones sociales, contribuye al triunfo de la revolución socialista. Y viceversa, la revolución socialista, al golpear a la burguesía imperialista, al destruir sus posiciones económicas y políticas, crea condiciones favorables y facilita el triunfo de los movimientos de liberación.


Así enfoca el Partido del Trabajo de Albania la cuestión de la revolución; la enfoca desde posiciones marxista-leninistas, por eso apoya y respalda con todas sus fuerzas las justas luchas de los pueblos amantes de la libertad contra el imperialismo norteamericano, el socialimperialismo soviético y las otras potencias imperialistas, contra el neocolonialismo, dado que con ellas aportan su contribución a la causa común de la destrucción del imperialismo, del sistema capitalista, y al triunfo del socialismo en cada país y a escala mundial.


Por eso, cuando sacamos la conclusión de que la revolución es un problema planteado que espera solución, que está a la orden del día, no sólo tenemos en cuenta la revolución socialista, sino también la revolución democrática antiimperialista.


El grado de madurez de la situación revolucionaría, el carácter y el desarrollo de la revolución, no pueden ser idénticos en todos los países. Ello depende de las condiciones históricas concretas de cada uno en particular, del estadio de su desarrollo económico y social, de la correlación de clases, de la situación y el nivel de organización del proletariado y de las masas oprimidas, del grado de intervención de las potencias extranjeras en diversos países, etc. Cada país y cada pueblo tienen planteados muchos problemas específicos de la revolución, que son bastante complejos.


En la actualidad se habla mucho de la situación en África, Asía, América Latina, y de la realización de la revolución en estas regiones. Los dirigentes chinos consideran la cuestión de la revolución, de la independencia y la liberación nacional de los países de dichas regiones, de manera global, como si fuese posible solucionarla a través de la unión de todo el «tercer mundo», por lo tanto de los estados, las clases, los gobiernos, etc., ignorando las situaciones y los problemas concretos de cada país y región. Este enfoque metafísico demuestra que los dirigentes chinos, en realidad, están en contra de la revolución y de la liberación de los pueblos de África, Asia, América Latina, etc., que están por el mantenimiento del statu quo y de la dominación imperialista y neocolonialista en estas regiones.


También nosotros hablamos de la cuestión de la liberación de los pueblos africanos, asiáticos, árabes, etc. Estos pueblos tienen que resolver considerables problemas comunes, pero cada uno de ellos en concreto tiene planteados problemas específicos muy complejos.


La aspiración general y común de estos pueblos es suprimir todo yugo extranjero imperialista colonial y neocolonial, la opresión que ejerce la burguesía interna. Los pueblos de África, América Latina, Asía y otras zonas expresan vehementemente su repulsa y su odio contra el yugo extranjero y también contra el de las camarillas dominantes burguesas o latifundista-burguesas internas, vendidas a los imperialistas norteamericanos, a los socialimperialistas soviéticos o a otros imperialistas. Ahora se han despertado y ya no soportan por más tiempo el saqueo de sus riquezas, de su sudor y su sangre, no pueden resignarse por más tiempo al atraso económico, social y cultural en el que se encuentran.


La lucha contra el imperialismo norteamericano y el socialimperialismo soviético, los principales enemigos de la revolución, de la liberación nacional y social de los pueblos, la lucha contra la burguesía y la reacción, hacen que los pueblos tengan muchos intereses comunes, muchos problemas comunes y que, sobre esta base, se unan.


La lucha contra Israel, el instrumento más sanguinario del imperialismo norteamericano, el cual se ha convertido en un gran obstáculo para el avance de los pueblos árabes, es una cuestión común a todos ellos. No obstante, en la práctica, no todos los estados árabes son de la misma opinión sobre la lucha que deben llevar a cabo conjuntamente contra Israel y sobre el carácter


que debe tener esta lucha contra ese enemigo común. Muchas veces, algunos la consideran desde un estrecho ángulo nacionalista. Nosotros no podemos estar de acuerdo con una posición de este tipo. Somos partidarios de que Israel se retire a su propia guarida y ponga fin a sus posturas y actos chovinistas, provocadores, ofensivos y agresivos contra los estados árabes. Exigimos que Israel devuelva a los árabes los territorios que les ha arrebatado, que los palestinos conquisten todos sus derechos nacionales, pero jamás seremos partidarios de que el pueblo israelí desaparezca.


Asimismo los esfuerzos encaminados a liberarse completamente de las garras del imperialismo y del socialimperialismo, a reforzar su libertad y su soberanía, son comunes a los pueblos árabes.


Sin embargo, cada pueblo árabe tiene sus propias características, tiene problemas específicos, diferentes de los problemas de los otros y que se derivan del grado de desarrollo económico-social, del nivel cultural, de la organización estatal, del grado de libertad y soberanía, de la unificación de las gens y tribus en muchos de ellos, etc. Es imposible confundir todos estos elementos particulares y pretender que el problema de la libertad, la independencia, la democracia y el socialismo en estos países sea solucionado para todos en la misma forma y al mismo tiempo.


En los países árabes que han presentado mayor interés para la burguesía, los diversos imperialistas han invertido considerables sumas para explotar las riquezas naturales y a los pueblos. Para este fin ha sido preciso que se creasen ciertas condiciones de trabajo tanto para los colonizadores como para los colonizados. Allí donde las riquezas naturales han sido más abundantes y mayores los intereses de los colonizadores, la explotación del pueblo y de las riquezas ha sido más intensa. Naturalmente, la explotación de las riquezas ha traído aparejado un cierto desarrollo, pero que no puede ser considerado como un desarrollo general y armonioso de la economía de este o aquel país. Los colonizadores han financiado y ayudado a los jefes de las principales tribus, que se habían entregado en cuerpo y alma y vendido las riquezas de sus pueblos a los ocupantes imperialistas, y que sólo recibían un pequeño tanto por ciento de las fabulosas ganancias que obtenían los colonizadores.


Con esto y con la ayuda de sus amos del exterior, los jefes de estas tribus, según el caso y según el potencial del estado que les había esclavizado, crearon una especie de estado, supuestamente independiente, sostenido y controlado por el país colonizador. Así, con la ayuda de los colonizadores, los jefes de las tribus se convirtieron en capas de la burguesía rica de los jeques que, por unas migajas, vendieron sus territorios y junto con ellos a los pueblos, colocándolos bajo un doble yugo, el de los colonizadores extranjeros y el propio. De esta forma, en los países árabes se crearon y se pusieron frente a frente, por un lado, la capa de la gran burguesía, de los grandes feudales, de los reyes medievales, y, por otro lado, los esclavos, el proletariado que trabajaba en las concesiones extranjeras. Las capas altas, con el dinero y las ganancias que les proporcionaban los explotadores extranjeros, adoptaron el modo de vida de la burguesía europea y norteamericana. Sus hijos fueron a cursar estudios a las escuelas de los colonizadores, donde recibieron una cierta cultura occidental. Se hacían pasar por representantes de la cultura de su pueblo, pero de hecho, fueron preparados para mantener subyugadas a las masas trabajadoras y permitir que los colonizadores explotaran a éstas de continuo y hasta la médula.


De los estados árabes, aquel que contaba con mayores riquezas, tuvo un desarrollo más rápido; el desarrollo del menos rico, fue más lento; mientras el que era pobre, permaneció en un estadio de desarrollo muy bajo.


El colonialismo, el poder de los reyes feudales y de la gran burguesía latifundista, al contar con una organización adecuada para ejercer una represión radical y al tener también en sus manos las fuerzas armadas, aplastaban en embrión cualquier conato de rebelión, cualquier reivindicación, aunque fuese de unos pocos derechos económicos muy limitados, y esto por no hablar ya de reivindicaciones políticas y de revolución.


En la actualidad, el desarrollo de los estados árabes no les plantea la solución de los mismos problemas. El rey de Arabia Saudita, por ejemplo, tiene una serie de problemas planteados y ve las cuestiones económicas, políticas, organizativas y militares, desde un determinado ángulo; pero los emires del Golfo Pérsico ven estas cuestiones desde un ángulo completamente diferente y en otra dimensión. Del mismo modo, Irak, Siria, Egipto, Libia, Túnez, Argelia, Marruecos, Mauritania etc., ven sus problemas con otros ojos.


Por eso, cuando nos referimos a los pueblos árabes, llegamos a la conclusión de que sus problemas no son idénticos, aunque tienen muchos intereses comunes, ni pueden ser solucionados de la misma manera en todos los países. Asimismo no podemos afirmar que entre estos países existan una alianza y la misma opinión sobre la solución de los problemas comunes. Los problemas de cada estado árabe son diferentes, no sólo debido a la diferente actitud de sus gobiernos, sino también a la actitud de los estados coloniales y neocoloniales que todavía hacen la ley en la mayoría de ellos.


Lo dicho para los pueblos árabes, es aplicable a los pueblos del continente africano. Africa es un mosaico de pueblos con una antigua cultura. Cada uno de ellos tiene su cultura, sus costumbres, su modo de vida, que se encuentran, en unos sitios más y en otros menos, en un estadio bastante atrasado, por causas conocidas. El despertar de la mayor parte de estos pueblos no hace mucho que ha empezado. De jure, los pueblos africanos han obtenido en general la libertad y la independencia. Pero no se trata de una libertad y una independencia auténticas, porque la mayoría de ellos se encuentran todavía en estado colonial o neocolonial. Muchos de estos países son gobernados por los cabecillas de las viejas tribus, que han tomado el poder y se apoyan en los viejos colonialistas o en los imperialistas norteamericanos y los socialimperialistas soviéticos. Tales métodos de gobierno en estos estados, no son ni pueden ser en este estadio otra cosa que un acentuado remanente del colonialismo. Los imperialistas dominan de nuevo en la mayor parte de los países africanos a través de los consorcios, de los capitales industriales invertidos, de los bancos, etc. La inmensa mayoría de las riquezas de estos países continúa afluyendo a las metrópolis.


Esa libertad e independencia de que gozan los países africanos, unos las han conquistado con la lucha, mientras que los otros las han obtenido sin ella. Durante el periodo de su dominación colonial en África, los colonizadores ingleses, franceses y otros han reprimido a los pueblos, mas también han creado una burguesía indígena más o menos educada a la manera occidental. De esta burguesía han surgido también personalidades. Entre ellas hay un considerable número de elementos antiimperialistas, de combatientes por la independencia de su país, pero la mayoría o bien se mantiene fiel a los viejos colonizadores, para conservar estrechos vínculos con ellos aún después de la desaparición formal del colonialismo, o bien se ha puesto bajo la dependencia económica y política de los imperialistas norteamericanos o de los socialimperialistas soviéticos.


En el pasado, los colonizadores no hicieron grandes inversiones. Así ocurrió, por ejemplo, en Libia, Túnez, Egipto y otros países. No obstante, en todos ellos los colonizadores saquearon las riquezas, se apoderaron de vastos territorios y crearon un proletariado, importante numéricamente, en determinadas ramas de la industria, como la de extracción y transformación de las materias primas. Asimismo trasladaron a las metrópolis, a Francia por ejemplo, pero también a Inglaterra, una gran cantidad de mano de obra barata que trabajaba en las minas y las fábricas de los colonizadores.


En las otras regiones de África; sobre todo en África negra, el desarrollo industrial ha quedado más atrasado. Todos los países de esta cuenca estaban repartidos especialmente entre Francia, Inglaterra, Bélgica y Portugal. Hace mucho que en ellos se descubrieron grandes riquezas del subsuelo, como diamantes, hierro, cobre, oro, estaño; etc., y que se creó una industria de extracción y tratamiento de los minerales.


En muchos países de África se han construido grandes ciudades, típicamente coloniales, donde los colonizadores vivían de manera fabulosa. Hoy, en ellos crece y se desarrolla, por un lado, la gran burguesía nativa y sus riquezas y, por otro, se agrava aún más la pobreza de las amplias masas trabajadoras. En dichos países se ha logrado, más o menos, un cierto desarrollo cultural, pero tiene más bien un carácter europeo. La cultura autóctona no está desarrollada, se ha quedado en general al nivel alcanzado por las tribus y no está representada fuera de ellas, en los centros donde se levantan los rascacielos. Esto ha sido así porque fuera de los grandes centros donde vivían los colonizadores, existían la miseria más negra y el infortunio más grande, reinaban el hambre, las enfermedades, la ignorancia y la explotación de los hombres hasta la médula, en toda la acepción de la palabra.


La población africana se ha quedado en un nivel de subdesarrollo desde el punto de vista cultural y económico y ha ido disminuyendo, decayendo, a causa de las guerras coloniales, de la feroz persecución racial, del tráfico de los negros africanos y de su traslado forzoso a las metrópolis, a los Estados Unidos de América y a otros países, para hacerlos trabajar como bestias en las plantaciones de algodón y otros cultivos, y para destinarlos a los trabajos más pesados en la industria y la construcción.


Por estas razones, los pueblos africanos aún tienen por delante una gran lucha. Esta lucha es y será muy compleja, diferente en los diversos países, debido a las condiciones del desarrollo económico, cultural y educacional, del grado de su despertar político, de la gran influencia que ejercen entre las masas de estos pueblos las diversas religiones, como la cristiana, la musulmana, las viejas creencias paganas, etc. Esta lucha resulta aún más difícil porque en muchos de estos países pesa actualmente la dominación neocolonialista junto con la de las camarillas nativas burgués-capitalistas. En ellos la ley la hacen los poderosos estados capitalistas e imperialistas que subvencionan o que tienen bajo su dependencia a las camarillas dominantes, a las que aupan al poder y derrocan cuando lo exigen los intereses de los neocolonizadores o cuando se rompe el equilibrio de estos intereses.


La política de los latifundistas, la burguesía reaccionaria; los imperialistas y los neocolonialistas tiende a mantener a los pueblos africanos continuamente subyugados, en el oscurantismo, a impedir su desarrollo social, político e ideológico, a obstaculizar su lucha por la conquista de estos derechos. En la actualidad, vemos que los mismos imperialistas que en el pasado dominaron a estos pueblos, y otros imperialistas nuevos, intentan penetrar en el continente africano, interviniendo de todas las formas en los asuntos internos de los pueblos. Todo ello ha hecho que se exacerben cada vez más las contradicciones entre los imperialistas, entre los pueblos y las direcciones burgués-capitalistas de la mayoría de estos países, entre los pueblos y los nuevos colonizadores.


Estas contradicciones deben ser aprovechadas por los pueblos, tanto para profundizarlas como para beneficiarse de ellas. Pero esto sólo se logrará a través de la lucha resuelta del proletariado, del campesinado pobre, de todos los oprimidos y los esclavos, contra el imperialismo y el neocolonialismo, contra la gran burguesía nativa, los latifundistas y todos los organismos creados por ellos. En esta lucha les corresponde desempeñar un papel particular a los hombres progresistas y demócratas, a los jóvenes revolucionarios y a los intelectuales patriotas, los cuales aspiran a ver sus países avanzando libres e independientes en el camino del desarrollo y del progreso. Sólo mediante una lucha continua y organizada se les hará la vida difícil y el gobernar imposible a los opresores y explotadores nativos y extranjeros. Esta situación, será preparada en las condiciones concretas de cada estado africano.


El imperialismo inglés y el imperialismo norteamericano no han concedido ni una sola libertad a los pueblos de África. Todos vemos, por ejemplo, lo que ocurre en África del Sur, que está dominada por los racistas blancos, por los capitalistas ingleses, dominada por los explotadores, los cuales reprimen ferozmente a los pueblos de color de este estado donde impera la ley de la jungla. Muchos otros países de África están dominados por los consorcios y los capitales de los Estados Unidos de América, Inglaterra, Francia, Bélgica, de los demás viejos colonizadores e imperialistas, que se han debilitado en cierta medida, pero que continúan controlando los puntos clave de la economía.


También los pueblos de Asia han recorrido un camino lleno de sufrimientos y penalidades, de despiadada opresión y explotación imperialistas. En vísperas de la Segunda Guerra Mundial las nueve décimas partes de la población de este continente, sin contar el Asia soviética, se encontraban en una situación de opresión y explotación colonial y semicolonial ejercidas por las potencias imperialistas de Europa, el Japón y los Estados Unidos de América. Sólo Gran. Bretaña poseía en Asia colonias con una extensión de 5 millones 635 mil km2 y con más de 420 millones de habitantes. La opresión y la explotación colonial de la aplastante mayoría de los países de Asia, los había dejado en un acentuado atraso económico-social y cultural y en una tremenda miseria. Sólo servían como fuentes de abastecimiento de materias primas a las metrópolis imperialistas (petróleo, carbón, cromo, manganeso, magnesita, estaño, caucho, etc.).


Después de la guerra también en Asia fue destruido el régimen colonial. En las viejas colonias se levantaron estados nacionales aparte. En la mayoría de ellas se logró esta victoria por medio de una lucha sangrienta de las masas populares contra los colonizadores y los ocupantes japoneses.


La lucha libertadora del pueblo chino, la cual condujo a la liberación de China de la dominación imperialista japonesa, al aniquilamiento de las fuerzas reaccionarias de Chiang Kai-shek y al triunfo de la revolución democrática, tuvo una particular importancia para el derrocamiento del colonialismo en Asia. Esta victoria, en un gran país como China, ejerció durante uno cierto periodo una amplia influencia en la lucha de liberación de los pueblos asiáticos y de los otros países dominados por las potencias imperialistas o dependientes de ellas. Pero esta influencia fue debilitándose paulatinamente, debido a la línea que adoptó la dirección china tras la creación de la República Popular China.


La dirección china proclamó que su país se había encauzado por el camino del desarrollo socialista. Los revolucionarios y los pueblos del mundo amantes de la libertad, que deseaban y esperaban que se convirtiera en un poderoso baluarte del socialismo y de la revolución mundial, saludaron calurosamente esta proclamación. Pero sus deseos y sus esperanzas no se confirmaban. La gente no quería creérselo, pero los hechos y la situación muy agitada y turbulenta que predominaba en China, demostraban que no marchaba por el camino del socialismo.


Mientras tanto, la lucha de los pueblos asiáticos no había finalizado con la destrucción del colonialismo. Los colonizadores ingleses, franceses; holandeses, etc., a pesar de verse obligados a reconocer la independencia de las antiguas colonias, querían conservar sus posiciones económicas y políticas a fin de continuar la dominación y la explotación bajo otras formas, neocolonialistas. La situación se agravó particularmente por la penetración de los Estados Unidos de América en Asia, sobre todo en el Lejano Oriente, en el Sudeste Asiático y en las islas del Pacifico. Esta zona tenía y tiene una gran importancia económica, militar-estratégica para el imperialismo norteamericano. Allí estableció grandes bases y flotas de guerra. Paralelamente a esto, el capital norteamericano clavó sus sangrientas garras en la economía de esas regiones. Entretanto, los imperialistas norteamericanos llevaron a cabo operaciones militares y acciones diversionistas de gran envergadura a fin de aplastar los movimientos de liberación nacional en los países asiáticos. Lograron dividir Corea y Vietnam en dos partes, implantando regímenes reaccionarios, títeres, en la parte sur de estos países. En numerosas ex colonias y semicolonias de Asia, se establecieron regímenes latifundistaburgueses pro imperialistas. De este modo se conservaron allí la esclavitud medieval, la feroz dominación de los maharajás, los reyes, los jeques, los samurais, de los señores capitalistas «modernizados». Estos regímenes vendieron otra vez sus países a los imperialistas, sobre todo al imperialismo norteamericano, frenando así considerablemente el desarrollo económico, social y cultural de estos países.


En estas condiciones, los pueblos de Asia, agobiados de nuevo por el pesado yugo imperialista y latifundista-burgués, se vieron obligados a no deponer las armas y continuar su lucha libertadora a fin de liquidar este yugo. En general esta lucha estaba dirigida por los partidos comunistas. Allí donde estos partidos habían logrado crear estrechos vínculos con las masas, hacerlas conscientes de los objetivos libertadores de la lucha, movilizarlas y organizarlas en la guerra revolucionaria, esta lucha dio resultados positivos. La histórica victoria que lograron los pueblos de Indochina, especialmente el pueblo vietnamita, sobre los imperialistas norteamericanos y sus lacayos nativos latifundistaburgueses, demostró al mundo entero que el imperialismo, aún siendo como los Estados Unidos de América una superpotencia, a pesar de su gran potencial económico y militar y los modernos medios de guerra de que dispone y que utiliza para aplastar los movimientos de liberación, no es capaz de someter a los pueblos y los países, sean grandes o pequeños, cuando están decididos a hacer cualquier sacrificio y luchar con abnegación hasta el fin por su libertad y su independencia.


En muchos otros países de Asia, como Birmania, Malasia, Filipinas, Indonesia, etc., se han desarrollado y todavía siguen desarrollándose las luchas armadas de liberación. Estas luchas seguramente habrían logrado mayores éxitos y victorias, si no hubieran sido obstaculizadas por la intervención y las actitudes antimarxistas y chovinistas de la dirección china, intervención y actitudes que han provocado escisión y desorientación en las fuerzas revolucionarias y los partidos comunistas a la cabeza de estas fuerzas. Por un lado, los dirigentes chinos decían apoyar las luchas libertadoras en estos países y, por el otro, sostenían a los regímenes reaccionarios, recibían y despedían con mil honores y elogios a sus cabecillas. Siempre han seguido la estrategia y la táctica de someter los movimientos de liberación en los países asiáticos a su política pragmática y a sus intereses hegemonistas. De continuo han presionado a las fuerzas revolucionarias y a la dirección de estas fuerzas para imponerles esa política. En realidad, no se han preocupado por la causa de la liberación de los pueblos y de la revolución en los países de Asia, sino por la realización de sus designios chovinistas. No han ayudado a estos pueblos, sólo los han obstaculizado.


El problema de la revolución y de la lucha de liberación en Asia, jamás se ha planteado con tanta fuerza y de manera tan imperativa como ahora; nunca ha sido más complicado que ahora ni su solución más difícil.


Esta complicación y estas dificultades se deben principalmente a los designios y a la actividad de los imperialistas norteamericanos, así como a los designios y la actividad antimarxista, antipopular, hegemonista y expansionista de los revisionistas y los socialimperialistas soviéticos y chinos.


Los Estados Unidos de América ambicionan e intentan por todos los medios y con todas sus fuerzas conservar y reforzar sus posiciones estratégicas, económicas y militares en Asia, puesto que consideran estas posiciones como vitales para sus intereses imperialistas.


A su vez, también la Unión Soviética aspira a extender las posiciones que ya ha conquistado en Asia y se vale de todos los medios y de todas sus fuerzas para conseguirlo.


China, por su parte, ha manifestado abiertamente su pretensión de dominar a los países asiáticos, estableciendo a este efecto alianzas con los Estados Unidos de América y, en especial, con el Japón, y contraponiéndose directamente a la Unión Soviética.


También el Japón pretende dominar en Asia; éste es un viejo objetivo del imperialismo japonés.


Por eso la Unión Soviética tiene tanto miedo a la alianza chino-japonesa y la combate tan enérgicamente. Pero tampoco el imperialismo norteamericano desea que esta alianza cobre mayores proporciones y supere los límites en que puedan verse afectados sus intereses, a pesar de que estimuló y dio el «visto bueno» a la firma del Tratado entre China y el Japón juzgando desde el punto de vista de que este tratado puede frenar la expansión soviética que va en perjuicio de la dominación norteamericana.


También la India, que es un gran país, tiene la ambición de convertirse en una gran potencia nuclear y con peso en Asia, de desempeñar un papel particular, sobre todo dada su posición estratégica en el cruce de los intereses expansionistas de las dos superpotencias imperialistas, la norteamericana y la soviética, en el Océano Indico y el Golfo Pérsico, y en sus fronteras septentrionales y orientales.


Tampoco el imperialismo inglés ha renunciado a sus designios de dominar los países asiáticos. Otros estados capitalista-imperialistas tienen asimismo una meta análoga.


Por esta razón Asia constituye hoy día una de las zonas en las que tienen lugar las rivalidades interimperialistas más agudas; se han creado, por lo tanto, muchos focos peligrosos que amenazan con transformarse en conflagraciones mundiales, que serían pagadas por los pueblos.


Para sofocar las revoluciones y las luchas de liberación en los países de Asia y abrir paso a sus planes hegemonistas y expansionistas, los revisionistas soviéticos y chinos, en una febril competencia entre si, han realizado y realizan un trabajo muy sucio de escisión y de zapa en el seno de los partidos comunistas y de las fuerzas revolucionarias y amantes de la libertad de estos países. Esta actividad fue una de las causas principales de la catástrofe que sufrió el Partido Comunista de Indonesia, de la escisión y del desbaratamiento del Partido Comunista de la India, etc. Predican la alianza y la unidad del proletariado y de las amplias masas populares con sus respectivas burguesías reaccionarias, esforzándose cada uno por separado en granjearse la amistad de estas burguesías dominantes.


La ingerencia de los socialimperialistas soviéticos y chinos en los diversos países de Asia, partiendo de sus posiciones y sus objetivos hegemonistas y expansionistas, amenaza con grandes peligros a los movimientos de liberación de estos pueblos y ha puesto directamente en peligro también las victorias de la lucha de liberación en Vietnam, Camboya y Laos.


En los países asiáticos, las fuerzas revolucionarias y amantes de la libertad, dirigidas por los partidos comunistas marxista-leninistas, deben enfrentar y desbaratar tanto el peligro que proviene de la reacción interna, armada por los amos imperialistas, como los peligros procedentes de la actividad escisionista y de zapa, y de los planes hegemonistas y expansionistas de los revisionistas soviéticos y chinos. Además deben liberarse de una serie de antiguas ideas y concepciones reaccionarias; religiosas, místicas, budistas, brahmanistas, etc., que frenan el movimiento. Del mismo modo no deben permitir que arraiguen «nuevas» ideas y concepciones reaccionarias, como las ideas revisionistas jruschovistas,

y otras teorías igual de reaccionarias, que desorientan a las masas, las engañan, las despojan de su espíritu combativo de clase, las meten en callejones tortuosos y sin salida.


Es cierto que la lucha de liberación que tienen por delante los pueblos de Asia es difícil, es cierto que choca con muchos obstáculos, pero no hay ni habrá lucha de liberación ni revolución fáciles, que no sorteen grandes dificultades y obstáculos, que se lleven a cabo sin sangre y sin grandes sacrificios, para alcanzar la victoria final.


Los países de América Latina en general tienen un desarrollo capitalista superior a los países de África y Asia. Pero el grado de dependencia de los países latinoamericanos respecto al capital extranjero no es menor que el de la gran mayoría de los países africanos y asiáticos.


La mayor parte de los países de América Latina, a diferencia de los países africanos y asiáticos, se proclamaron estados independientes mucho más temprano, a partir de la primera mitad del siglo XIX, como resultado de las guerras de liberación de sus pueblos en contra de los colonizadores españoles y portugueses. Estos países habrían avanzado mucho más si no hubieran caído, inmediatamente después de la supresión del yugo colonial español y portugués, bajo otro yugo, semicolonial, del capital extranjero, inglés, francés, alemán, norteamericano, etc. Hasta principios de este siglo, los colonialistas ingleses eran quienes dominaban la situación en América Latina. Saqueaban colosales cantidades de materias primas, construían puertos, ferrocarriles, centrales eléctricas, exclusivamente al servicio de sus propias sociedades concesionarias, y comerciaban con sus artículos industriales producidos en Gran Bretaña.


Esta situación cambió, pero no en provecho de los pueblos latinoamericanos, con la penetración en América Latina de los Estados Unidos de América, que estaban en la etapa de su desarrollo imperialista. El imperialismo de los Estados Unidos de América empleó el lema de «América para los americanos», que estaba encarnado en la «Doctrina Monroe»8, para sentar su dominación exclusiva en todo el hemisferio occidental. La penetración económica de los Estados Unidos de América en este hemisferio se llevó a cabo tanto a través de la fuerza militar y del chantaje político, como de la diplomacia del dólar, por medio del garrote y la zanahoria. Así, en 1930 las inversiones de capitales norteamericanos e ingleses en América Latina se igualaron, mientras que después de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos de América se convirtieron en los verdaderos dueños de la economía de esta parte del globo. Sus grandes monopolios se apoderaron de las ramas clave de la economía latinoamericana. Los países de esta región entraron a formar parte del imperio «invisible» del imperialismo norteamericano, que empezó a hacer la ley en todos ellos, a cambiar a su antojo jefes de estado y gobiernos, a dictarles su propia política económica y militar, interior y exterior.


Las sociedades monopolistas de los Estados Unidos de América sacaban fabulosas ganancias explotando las ricas fuentes naturales, el trabajo, el sudor y la sangre de los pueblos latinoamericanos. Por cada dólar invertido en los diversos países del continente, se embolsaban cuatro o cinco. Y esta situación ha seguido inalterable hasta nuestros días.


A pesar de que las inversiones de capitales en América Latina por parte de los estados imperialistas llevaron a la creación de una cierta industria moderna, especialmente la industria de extracción, y también la industria ligera y alimenticia, estas inversiones han frenado sobremanera el desarrollo económico general de sus países. Los monopolios extranjeros y la política neocolonialista de los estados imperialistas deformaron monstruosamente el desarrollo económico de estos países, le dieron un carácter unilateral, de monocultivo, los convirtieron en simples abastecedores de materias primas: Venezuela se especializó en el petróleo, Bolivia en el estaño, Chile en el cobre, Brasil y Colombia en el café, Cuba, Haití y la República Dominicana en el azúcar, Uruguay y Argentina en productos ganaderos, Ecuador en plátanos y así sucesivamente.


El carácter unilateral de la economía de estos países hacía que ella fuera totalmente inestable, totalmente incapaz de desarrollarse de manera acelerada y en todos sus aspectos, completamente dependiente de las coyunturas y las fluctuaciones de los precios en el mercado capitalista mundial. Cualquier descenso de la producción, cualquier síntoma de crisis económica en los Estados Unidos de América y en los otros países capitalistas, necesariamente se reflejaría de manera negativa, e incluso en mayor medida, también en la economía de los países de América Latina. Después de la Segunda Guerra Mundial, las metrópolis imperialistas comenzaron a hacer grandes inversiones directas en las diversas ramas de la industria, en las minas, la agricultura, a comprar empresas nacionales, etc. Dominaron sectores enteros de la producción, extremaron la expoliación de los países latinoamericanos. Al mismo tiempo, estimularon la concesión de empréstitos y las financiaciones con una elevada tasa de interés, sometiendo aún más dichos países a la dominación extranjera y, en primer lugar, a la de los Estados Unidos de América. Sólo Brasil y México deben a los bancos extranjeros respectivamente casi 40.000 y 30.000 millones de dólares.9


El desarrollo capitalista en América Latina se ha quedado en general atrasado, también por el hecho de que aún subsisten bastantes residuos de los latifundios, que no se han despojado por completo de su carácter feudal, y por eso algunos de los países latinoamericanos tienen un atraso tan acentuado como los de Asia y África. En función de la política económica y la intervención imperialista directa, en los países de América Latina se ha creado una oligarquía, una gran burguesía monopolista bastante poderosa que, junto con los grandes propietarios de tierras, detenta el poder y, siempre con el apoyo del imperialismo norteamericano y juntamente con él, oprime y explota despiadadamente a la clase obrera, al campesinado y a las otras capas trabajadoras, que llevan una vida miserable.


Este desarrollo ha creado también un proletariado industrial bastante grande, que junto con el proletariado agrícola y los obreros de la construcción y los servicios, representa casi la mitad de la población, a diferencia de África y Asia, donde en la mayor parte de los países la clase obrera es muy red ucida.


Además, en América Latina, el campesinado y la clase obrera, surgida de sus filas, poseen ricas tradiciones de combate revolucionario, adquiridas en las incesantes luchas por la libertad, por la tierra, por el trabajo y por el pan, tradiciones que se han desarrollado aún más en las batallas contra la oligarquía nativa y contra los monopolios extranjeros, contra el imperialismo norteamericano. Los pueblos de América Latina se encuentran entre los pueblos que más se han enfrentado a los opresores y explotadores internos y externos, y que más sangre han derramado. Las victorias que han logrado en estos enfrentamientos no han sido pocas ni pequeñas, pero todavía en ningún país han triunfado plenamente las libertades democráticas, ha desaparecido totalmente la explotación ni se ha logrado la plena independencia y soberanía nacionales. Los pueblos latinoamericanos cifraron muchas esperanzas, muchas ilusiones, en la victoria del pueblo cubano, la cual fue una inspiración y un estímulo en la lucha para sacudirse el yugo de los opresores capitalistas y terratenientes nativos y de los imperialistas norteamericanos. Pero estas esperanzas y esta inspiración se desvanecieron rápidamente, cuando vieron que la Cuba castrista no se desarrollaba por el camino del socialismo, sino del capitalismo de tipo revisionista, y con mayor motivo cuando se convirtió en vasalla y mercenaria del socialimperialismo soviético.


Al igual que en todos los continentes, también en América Latina hoy las situaciones se presentan complicadas.


En la mayoría de los países estas situaciones son revolucionarias y plantean a la orden del día las revoluciones, para derrocar el régimen burgués-latifundista y liquidar la dependencia imperialista. Naturalmente, estas revoluciones no pueden tener en todas partes el mismo carácter, seguir el mismo proceso y resolverse de la misma manera, por razones ya conocidas, esto es, por las condiciones y los problemas particulares que tiene cada país o grupo de países, los diferentes grados de desarrollo económico-social y de dependencia del imperialismo y del socialimperialismo, el nivel de moderación o de fascistización de los regímenes burgueses, etc. Pero una cosa parece indispensable, la necesidad de entrelazar, más que en muchos países de África y Asia, las tareas antiimperialistas, democráticas y socialistas de la revolución.


De la misma manera, en América Latina hay muchas ventajas para la preparación del factor subjetivo de la revolución, debido a una conciencia bastante elevada y a la disposición de las amplias masas populares a luchar contra la opresión y la explotación interna y extranjera, por la libertad, la democracia y el socialismo. Pero su completa preparación es obstaculizada, confundida y atacada con todas las fuerzas no sólo por los imperialistas, particularmente los norteamericanos, y la reacción interna, sino también por los revisionistas de los respectivos países y los otros oportunistas, lacayos del capitalismo, así como por los revisionistas soviéticos y chinos.


El imperialismo norteamericano, siguiendo la política de siempre para que América Latina continúe siendo su feudo, del cual saca superganancias colosales, maniobra con todos los medios, militares, diversionistas, demagógicos y mistificadores, para no permitir que algún otro imperialismo predomine allá, y garantizar que en ningún país estalle y triunfe la revolución. Quiere conservar así la completa dependencia de los países latinoamericanos respecto a los Estados Unidos de América y también el sistema burgués-latifundista en estos países.


A este efecto, una importante arma en manos de los Estados Unidos de América es la llamada Organización de Estados Americanos, que es manipulada por el presidente, el Pentágono y el Departamento de Estado norteamericanos. Los estatutos de esta organización les confieren el derecho de intervenir valiéndose de todos los medios y procedimientos, incluso los militares, para mantener el statu quo, tanto interior como exterior, en los países de América Latina.


Mientras tanto, los grandes monopolios norteamericanos han perfeccionado los métodos de explotación en estos países, organizando sociedades monopolistas multinacionales, cuyos hilos son manejados desde su central en los Estados Unidos de América, y utilizando en grandes proporciones el capitalismo estatal, a través del cual logran manipular los gobiernos y el aparato estatal de cada país en general.


Pero éstos y muchos otros medios que utilizan los Estados Unidos de América no pueden resolver los problemas provocados por la grave crisis económica y política que ha afectado también a los países latinoamericanos.


En un momento en que los capitalistas y los terratenientes nativos no pueden vivir a no ser que lo hagan bajo la tutela y con el apoyo del imperialismo norteamericano, la idea de la revolución, como el único medio indispensable para asegurar la liberación nacional y social, penetra cada vez más profunda y ampliamente en la conciencia del proletariado, del campesinado trabajador, de la intelectualidad progresista y de las masas de la juventud de estos países.


Para evitar las revoluciones, los imperialistas norteamericanos con los capitalistas nativos utilizan dos métodos principales. Uno, el de establecer regímenes militar-fascistas por medio de un pronunciamiento militar, cuando ven amenazadas de manera inminente sus posiciones. Así actuaron en Brasil, Chile, Uruguay, Bolivia, etc. El otro método es la organización de regímenes democráticoburgueses, con acentuadas limitaciones y una pronunciada carencia de libertades fundamentales,


como en Venezuela y México, o como están haciendo actualmente en Brasil, esforzándose así por atenuar las tensiones revolucionarias y dar la impresión de que la burguesía de dichos países y, en mayor medida, la administración de los Estados Unidos de América y su presidente, se preocupan por los «derechos humanos».


Pero tales medios y maniobras no pueden resolver los problemas de la crisis, no pueden evitar las situaciones revolucionarias, no pueden borrar la revolución del orden del día.


El proletariado con todas las fuerzas revolucionarias de los países latinoamericanos se encuentran ante tareas revolucionarias muy importantes. Para realizar estas tareas, llevar a cabo la revolución, conquistar la completa independencia nacional, instaurar las libertades democráticas y el socialismo, deben luchar en muchas direcciones, contra la oligarquía burguesa y latifundista nativa, contra el imperialismo norteamericano, así como contra los diversos servidores del capital, del imperialismo y del socialimperialismo, tales como los revisionistas pro-soviéticos y castristas, los revisionistas pro- chinos, los trotskistas y otros. No sólo tienen el deber de hacer frente a la actividad diversionista y escisioncita de los oportunistas y los revisionistas de diverso pelaje, sino también de liberarse de las influencias pequeñoburguesas que se reflejan en algunas concepciones y prácticas golpistas, foquistas, aventureras, que se han convertido en una cierta tradición, pero que no tienen nada en común con la verdadera revolución, por el contrario la perjudican enormemente. Pero esta cuestión requiere un tratamiento cuidadoso.


En lo que atañe a la tradición combativa de los pueblos de América Latina, en ella predomina el aspecto positivo, revolucionario, que constituye un factor muy importante y que hace falta utilizar lo mejor y más ampliamente posible en la preparación y el desarrollo de la revolución, dando a esta tradición un nuevo contenido, desprovisto de los elementos negativos propios de las prácticas de los pistoleros y foquistas.


Para realizar estas grandes tareas, los partidos marxista-leninistas de la clase obrera desempeñarán un papel decisivo. Estos partidos no sólo han sido creados ya en casi todos los países de América Latina, sino que la mayoría de ellos han dado importantes pasos hacia adelante en el trabajo por preparar al proletariado y a las masas populares para la revolución. En intransigente lucha contra los revisionistas y los demás oportunistas, contra todos los lacayos de la burguesía y del imperialismo, contra los puntos de vista y las prácticas castristas, jruschovistas, trotskistas, tercermundistas, etc., han elaborado una línea política correcta y acumulado una experiencia de lucha bastante grande para materializar esta línea, convirtiéndose en portadores de toda la tradición revolucionaria del pasado, para utilizarla y desarrollarla en adelante a favor del movimiento obrero y de liberación, con el fin de preparar a las masas y lanzarlas a la revolución.


La situación revolucionaria actual plantea ante estos partidos la necesidad de mantener vínculos lo más estrechos y consultarse lo más frecuentemente posible entre sÍ para que puedan aprovechar al máximo la experiencia mutua y coordinar sus posiciones y sus acciones en lo concerniente a los problemas comunes de la lucha contra la burguesía reaccionaria y el imperialismo, contra el revisionismo moderno soviético, chino, etc., en lo concerniente a todos los problemas de la revolución.


Ahora que los pueblos han despertado y ya no aceptan vivir bajo el yugo imperialista y colonial, que exigen la libertad, la independencia, el desarrollo y el progreso; ahora que crece el odio popular contra los opresores extranjeros e internos, ahora que África, América Latina y Asia se han transformado en una caldera en ebullición, para los colonizadores viejos y nuevos es difícil, si no imposible, dominar y explotar a los pueblos de estos países con los anteriores métodos y formas. Ellos no pueden abstraerse de saquear y explotar las riquezas, el sudor y la sangre de estos pueblos.


He aquí la razón de todos los esfuerzos que se despliegan para encontrar nuevos métodos y formas de engaño saqueo y explotación, para repartir limosnas, que sin embargo no benefician a las masas, sino a las clases burgués-latifundistas dominantes.


Mientras tanto, el problema se ha complicado aún más, porque desde hace tiempo en las antiguas colonias y semicolonias ha comenzado a penetrar profundamente el socialimperialismo soviético, y porque también la China socialimperialista ha iniciado febrilmente sus esfuerzos para introducirse en ellos.


La Unión soviética revisionista lleva a cabo su intervención expansionista tras la máscara de una política supuestamente leninista de ayuda a la lucha de liberación de los pueblos, presentándose como aliado natural de estos países y pueblos. Los revisionistas soviéticos, como medio para penetrar en África y en otras partes, emplean y propagan consignas de tinte socialista, a fin de engañar a los pueblos que aspiran a liberarse, a suprimir la opresión y la explotación y saben que el único camino que conduce a la completa liberación nacional y social es el socialismo.


En su intervención, la Unión Soviética arrastra además a sus aliados o, mejor dicho, a sus satélites. Esto lo vemos en concreto en África, donde los socialimperialistas soviéticos y sus mercenarios cubanos intervienen so pretexto de ayudar a la revolución. Desde luego, se trata de una mentira. Su intervención no pasa de ser una acción colonialista; cuyo objetivo es conquistar mercados y someter a los pueblos.


De esta índole es la intervención de la Unión Soviética y de los mercenarios cubanos en Angola. Ellos no han tenido ni tienen en absoluto el objetivo de ayudar a la revolución angoleña, sino el de clavar sus garras en este país africano que había ganado cierta independencia después de la expulsión de los colonizadores portugueses. Los mercenarios cubanos son el ejército colonial enviado por la Unión Soviética a ocupar mercados y posiciones estratégicas en los países del África Negra, a utilizar Angola para pasar a otros estados, a fin de que también los socialimperialistas soviéticos puedan crear un imperio colonial moderno.


La Unión Soviética y su mercenario, Cuba, con la excusa de ayudar a la liberación de los pueblos, intervienen en otros países con ejércitos dotados de cañones y ametralladoras supuestamente para construir el socialismo que no existe ni en la Unión Soviética ni en Cuba. Estos dos estados burguésrevisionistas se metieron en Angola para ayudar a una camarilla capitalista a tomar el poder, contrariamente a las aspiraciones del pueblo angoleño, que luchó contra los colonizadores portugueses para conquistar su libertad. Agostinho Neto hace el juego a los soviéticos. Estando en lucha contra la otra fracción, en sus intentos para hacerse con el poder, llamó a los soviéticos a acudir en su ayuda. La confrontación entre los dos clanes en lucha no tenía en absoluto un carácter revolucionario popular. El choque entre ellos era una lucha de camarillas por el poder. Cada una de éstas era apoyada por diversos estados imperialistas. De esta contienda salió victorioso Agostinho Neto, y en Angola, lejos de triunfar el socialismo, se implantó, después de la intervención extranjera, el neocolonialismo soviético.


También la China socialimperialista está haciendo grandes esfuerzos por penetrar en las antiguas colonias y semicolonias.


Un ejemplo de cómo interviene China es el Zaire, donde domina la camarilla más sangrienta y más rica del continente africano acaudillada por Mobutu. En los últimos combates que se desarrollaron en el Zaire, acudieron inmediatamente en ayuda de Mobutu, asesino de Patricio Lumumba, los marroquíes del reino jerifiano de Marruecos, acudió la aviación francesa, acudió asimismo China. La ayuda dada por los franceses es comprensible, porque con su intervención defienden las concesiones y los consorcios que poseen en Katanga, a la vez que defienden a sus gentes, así como a Mobutu y su camarilla. Pero los revisionistas chinos ¿qué buscan en Katanga? ¿A quién asisten? ¿Acaso auxilian al pueblo del Zaire oprimido por Mobutu, por su camarilla y por los concesionarios franceses, belgas, norteamericanos y otros? ¿No será que también ellos ayudan a la sangrienta camarilla de Mobutu? El hecho es que la dirección revisionista china socorre a esta camarilla no de manera indirecta, sino muy abiertamente. Para que esta ayuda sea más concreta y ostensible, mandó allí al ministro de Asuntos Exteriores Juan-Jua, envió expertos militares, asistencia militar y económica, actuando así de manera antimarxista, antirrevolucionaria. Su intervención tiene las mismas características que las del rey Hassán de Marruecos y las de Francia.


Los socialimperialistas chinos se inmiscuyen no sólo en este asunto, sino también en los otros problemas de los pueblos y de los países de África y de los otros continentes, sobre todo en los países donde tratan de penetrar a toda costa para crear bases económicas, políticas y estratégicas.


Ni siquiera los Estados Unidos de América acuden tan abiertamente en ayuda de Pinochet, verdugo fascista de Chile, como lo hace China. Incluso los norteamericanos no socorren de este modo ni siquiera a los gobernantes reaccionarios de los otros países, donde sus intereses son grandes. Esto no significa que los imperialistas norteamericanos renuncien a sus intereses. Defienden, incluso enérgicamente, estos intereses, pero en formas sutiles.


Con la actitud que mantiene China, llamada socialista, va en contra de los intereses y las aspiraciones de los pueblos, de los comunistas, de los elementos revolucionarios, en contra de las aspiraciones de todos los hombres progresistas de América Latina.


China asume la defensa de los diversos dictadores que dominan a los pueblos y que con todos los medios a su alcance, incluido el terror, reprimen los esfuerzos de los revolucionarios, del proletariado y de los partidos marxista-leninistas por la liberación nacional y social. Con estas posturas ha tomado el camino de la contrarrevolución. Disfrazándose con el marxismo-leninismo, trata de hacer ver que supuestamente exporta a los diversos países la idea de la revolución, pero de hecho está exportando la idea de la contrarrevolución. Con esto ayuda al imperialismo norteamericano y a las camarillas fascistas en el poder.


Las potencias imperialistas o socialimperialistas tratan, de igual modo, de impedir que los pueblos africanos, asiáticos, latinoamericanos desarrollen su lucha revolucionaria, etapa tras etapa, contra la opresión, contra la feroz explotación por parte de sus gobernantes y de los imperialistas que dominan en colusión con ellos y que les chupan la sangre.


El deber de los revolucionarios, de los hombres progresistas y patriotas, en los países con un bajo nivel de desarrollo económico-social y dependientes de las potencias imperialistas y socialimperialistas, es hacer que los pueblos tomen conciencia de esta opresión y explotación, educarles, movilizarles, organizarles, lanzarles a la lucha de liberación, teniendo siempre presente que la revolución es obra de las amplias masas, de los pueblos. Para lograrlo, es necesario analizar bien la situación interna y externa de cada país, su desarrollo económico-social, a correlación de las fuerzas de clase, los antagonismos entre las clases, los antagonismos entre el pueblo y las camarillas reaccionarias en el poder, y entre el pueblo y los estados imperialistas. Sobre esta base podrán sacarse justas conclusiones acerca de los pasos a dar y las tácticas a seguir. De las fuerzas revolucionarias se requiere un trabajo intenso, resolución e inteligencia, se requiere ante todo que se comprenda bien que la lucha de liberación en sus países puede alcanzar la victoria verdadera sólo ligando esta lucha con la causa del proletariado, con la causa del socialismo.


Por eso, es necesario que el proletariado de cada país cree su propio partido revolucionario, que sea capaz de aplicar con fidelidad las enseñanzas de Marx, Engels, Lenin y Stalin, en estrecha relación con las condiciones de cada país, con la situación de cada pueblo en particular. Es indispensable que estos partidos conozcan bien la mentalidad de las masas, el desarrollo económico, político, ideológico y cultural de cada país y que no actúen de manera imaginaria y aventurera, de manera blanquista, sino que luchen persistentemente para agrupar en torno suyo a los aliados del proletariado, a las amplias masas populares.


Los revolucionarios y las masas populares tienen necesidad de prepararse tenazmente, de tener en cuenta los actos de la burguesía reaccionaria y de los grandes latifundistas en el poder, de los opresores extranjeros, así como las intrigas de los neocolonialistas. Todos ellos son factores importantes que los elementos revolucionarios y los pueblos deben afrontar con madurez, con una sólida organización y con tácticas revolucionarias.


Naturalmente, no sólo no se excluye sino que también es imprescindible que entre las fuerzas y los elementos revolucionarios de los diversos países se establezcan vínculos de colaboración, de coordinación y de intercambio de experiencias. Esta tarea es facilitada por la existencia de muchas condiciones idénticas, tales como la opresión y la explotación de los neocolonialistas y de la burguesía reaccionaria, la cultura común y el objetivo común de liberarse de esta opresión y explotación. Las condiciones y los intereses comunes inducen a los elementos revolucionarios y progresistas de todos estos países a consultarse, a colaborar entre sí y coordinar sus actos, que se contraponen a los actos de los enemigos que les oprimen.


Viendo desde posiciones marxista-leninistas la situación de los pueblos que se encuentran bajo la dominación neocolonialista, a todos los auténticos revolucionarios se les plantea la tarea de respaldar y apoyar sin reservas la lucha revolucionaria y de liberación de estos pueblos, para que esta lucha vaya continuamente hacia adelante, para que la revolución siga siempre su línea ascendente, hasta su victoria completa.


Los auténticos revolucionarios llaman a los proletarios y a los pueblos a levantarse por el mundo nuevo, por el mundo socialista


La crisis general del capitalismo, como hemos explicado anteriormente, va profundizándose cada vez más. Esto hace que el proletariado, las clases y los pueblos oprimidos ya no soporten la explotación, exijan que cambie su vida, que sea derrocado el sistema burgués y suprimido el neocolonialismo, el imperialismo. Pero estas aspiraciones sólo pueden ser realizadas a través de la revolución. Ninguna victoria puede ser alcanzada sin enfrentarse y golpear a los enemigos de clase, internos y externos.


Los verdaderos partidos marxista-leninistas de la clase obrera como dirigentes de la revolución hacen tomar conciencia al proletariado, a las masas trabajadoras y a los pueblos, y les preparan política, ideológica y militarmente para esos enfrentamientos.


Los partidos marxista-leninistas, todos los revolucionarios, por poco numerosos que sean, penetran en el seno del pueblo, organizan sistemáticamente, con solicitud y gran paciencia a las masas, las convencen de su gran fuerza, de que están en condiciones de derrumbar al capital, de tomar en sus manos el poder y utilizarlo en interés del proletariado y del pueblo. Estos partidos no piensan que, por ser pequeños, no pueden hacer frente a la coalición de los partidos de la burguesía y a la opinión creada por éstos. El deber de los revolucionarios es probar ante las amplias masas del pueblo que dicha opinión, creada por la burguesía, es falsa, y hace falta acabar con ella y formar la verdadera opinión revolucionaria, que representa una gran fuerza transformadora.


Para realizar con éxito su misión, los partidos marxista-leninistas ante todo piensan en dotarse de una estrategia y una táctica revolucionarias, una acertada línea política que responda a los intereses y aspiraciones de las amplias masas populares, a la solución revolucionaria de los problemas y tareas que plantea en su curso la lucha por la destrucción del régimen burgués y de la dominación imperialista extranjera.


El marxismo-leninismo es la única ciencia que permite al partido revolucionario de la clase obrera elaborar una acertada línea política, definir claramente el objetivo y las tareas estratégicas, aplicar tácticas y métodos revolucionarios para la realización de los mismos.


Iluminado por el marxismo-leninismo y en conformidad con las condiciones concretas económicosociales y políticas del país, así como con las circunstancias internacionales, el partido marxistaleninista sabe orientarse y estar a la cabeza de las masas, en cada momento y cada etapa de la revolución, sea democrática, de liberación nacional o socialista. Una estrategia revolucionaria y una acertada línea política fundadas en el marxismo-leninismo, en la práctica revolucionaria del proletariado mundial y de las luchas de clases de su propio país, hacen posible determinar claramente el objetivo estratégico en una etapa dada, determinar cuáles son los principales enemigos internos y externos en contra de los cuales debe dirigirse el ataque principal, cuáles son los aliados internos y externos del proletariado, etc.


Los partidos marxista-leninistas tienen como meta derrocar el régimen capitalista y hacer que triunfe el socialismo, mientras cuando la revolución en sus países confronta tareas de carácter democrático y antiimperialista, tienden a desarrollarla ininterrumpidamente, a elevarla a revolución socialista y a pasar cuanto antes a la solución de las tareas socialistas.


Tanto el objetivo estratégico de los partidos marxista-leninistas como los caminos para alcanzarlo, son totalmente diferentes del objetivo y los caminos de los falsos partidos comunistas y obreros. Los primeros no pueden concebir el logro de este objetivo sin subvertir las relaciones capitalistas de producción y sin destruir desde sus cimientos el viejo aparato estatal, toda la superestructura burguesa. Se atienen a las enseñanzas de Lenin, que dice:


«La revolución consiste en que el proletariado destruye el «aparato administrativo» y todo el aparato del estado, substituyéndolo por otro nuevo, constituido por los obreros armados.»[31]


Los segundos predican la necesidad de conservar el viejo aparato del estado, aunque de palabra dicen que están por el socialismo. Según ellos, el socialismo puede ser implantado a través de reformas, a través de la vía parlamentaria, e incluso utilizando la vieja máquina estatal.


Una serie de partidos llamados comunistas actualmente se muestran más diligentes en la defensa del sistema capitalista existente que los partidos burgueses declarados. A título de ejemplo, el partido revisionista de Carrillo-Ibárruri defiende descaradamente al régimen monárquico de Juan Carlos, mientras que algunos partidos burgueses españoles exigen su substitución por un régimen republicano. Asimismo el partido revisionista de Berlinguer se presenta como un ardiente defensor de las leyes represivas del estado capitalista italiano que están dirigidas contra las libertades democráticas, en tanto que algunos partidos burgueses no lo hacen abiertamente. Los revisionistas chinos, por su parte, orientan a los partidos que siguen la línea china en los países capitalistas a luchar conjuntamente con los círculos más militaristas por el reforzamiento de los ejércitos y del aparato represivo de la burguesía para supuestamente defender la patria, pero en realidad es para aplastar la revolución, en caso de que estalle.


En sus designios por socavar el movimiento revolucionario y de liberación, y perpetuar el capitalismo y la dominación imperialista, la burguesía y sus adeptos; en particular los revisionistas modernos, intentan por todos los medios desorientar y escindir a las fuerzas revolucionarias, borrando la diferencia entre los amigos y los enemigos de la revolución. Son típicas las prédicas de los revisionistas chinos, los cuales presentan como aliados del proletariado y de los pueblos oprimidos a la gran burguesía monopolista, a los regímenes reaccionarios y fascistas, a la OTAN y al Mercado Común Europeo e incluso al imperialismo norteamericano.


En lo que concierne a los partidos marxista-leninistas, éstos consideran como condición indispensable para trazar una verdadera estrategia revolucionaria, la determinación de una línea neta de demarcación entre las fuerzas motrices de la revolución y sus enemigos, y la clara definición del principal enemigo interno y externo contra el cual, como señalaba Stalin, es preciso dirigir los golpes principales, sin subestimar ni olvidar la lucha contra los otros enemigos.


En nuestros días, en las condiciones del imperialismo, e principal enemigo interno de la revolución, no sólo en los países capitalistas desarrollados, sino también en los países oprimidos y dependientes, es la gran burguesía del país, la cual está a la cabeza del régimen capitalista y se vale de todos los medios, de la violencia y la represión, de la demagogia y el engaño, para conservar su dominación y sus privilegios, para estrangular y sofocar cualquier movimiento de los trabajadores que afecte mismamente a su poder y sus intereses de clase. Mientras el principal enemigo exterior de la revolución y de los pueblos es, en las condiciones actuales, el imperialismo mundial, sobre todo las superpotencias imperialistas. Aconsejar y llamar al proletariado y a los pueblos oprimidos a apoyarse en una superpotencia para combatir a otra, o a aliarse con las potencias imperialistas en nombre de a supuesta defensa de la libertad y la independencia nacional, como predican los revisionistas chinos, no es más que traicionar la causa de la revolución.


Los revisionistas han convertido en blanco suyo especialmente el papel hegemónico de la clase obrera en la revolución, que constituye uno de los problemas fundamentales de la estrategia revolucionaria.


«Lo fundamental en la doctrina de Marx -ha escrito Lenin- es el esclarecimiento del papel histórico mundial del proletariado como creador de la sociedad socialista.»[32]


Lenin consideraba la negación de la idea de la hegemonía del proletariado en el movimiento revolucionario como el aspecto más vulgar del reformismo.


Entre los revisionistas modernos, unos intentan demostrar que la clase obrera supuestamente se desproletariza y se convierte en «co-administradora» de las empresas, y que por eso no cabe la revolución proletaria, no hace falta un régimen social diferente del existente. Otros pretenden que proletarios ya no son únicamente los obreros, sino todos los hombres del trabajo y la cultura, todos los empleados, y que por el socialismo están interesadas no sólo la clase obrera, sino también otras clases y capas de la sociedad. Por ello, concluyen, el papel hegemónico de la clase obrera en el movimiento revolucionario actual ha perdido su sentido. Los revisionistas soviéticos, de palabra, no niegan el papel dirigente de la clase obrera, mientras en la práctica lo han liquidado, porque han despojado a dicha clase de toda posibilidad de dirigir. Pero también teóricamente eliminan este papel, dado que defienden la nefasta teoría «del partido y del estado de todo el pueblo». Los revisionistas chinos, como pragmáticos que son, colocan a la cabeza de la «revolución», según el caso, unas veces al campesinado, otras al ejército, en ocasiones a los estudiantes, etc.


El Partido del Trabajo de Albania defiende firmemente la tesis marxista-leninista de que la clase obrera constituye la fuerza decisiva del desarrollo de la sociedad, la fuerza dirigente de la transformación revolucionaria del mundo, de la construcción de la sociedad socialista y comunista.


La clase obrera sigue siendo la principal fuerza productora de la sociedad, la clase más avanzada, y más interesada que cualquier otra, en la liberación nacional y social, en el socialismo, la portadora de las mejores tradiciones de organización y lucha revolucionarias. Ella cuenta con la única teoría científica para conseguir la transformación revolucionaria de la sociedad y con su partido combativo marxista-leninista que la guían hacia esta meta. Objetivamente, la historia le ha encomendado la misión de dirigir toda la lucha para la transición del capitalismo al comunismo.


La hegemonía del proletariado en la revolución es decisiva para solucionar, en su propio beneficio y en el de las masas populares, el problema fundamental de la revolución, el problema del poder político.


El nuevo poder puede pasar por diversas fases y recibir diferentes nombres, de acuerdo con las condiciones concretas en las que se desarrolla la revolución y con las distintas etapas que pueda atravesar, pero no podrá haber una evolución de la revolución hacia el triunfo del socialismo sin la instauración de la dictadura del proletariado. Esto nos lo enseña el marxismo-leninismo, esto nos lo indica también la experiencia de todas las revoluciones socialistas victoriosas. Por ello, el partido marxista-leninista, en cualquier circunstancia que se desarrolle la revolución, jamás renuncia a su objetivo de implantar la dictadura del proletariado.


Los revisionistas de toda laya y de diversas corrientes, de un modo u otro, todos, sin excepción, niegan la necesidad de instaurar la dictadura del proletariado, porque están en contra de la revolución, porque están por salvaguardar y perpetuar el sistema capitalista.


El proletariado y su partido marxista-leninista van a la lucha junto con sus aliados. También éste es uno de los problemas más importantes de la estrategia revolucionaria.


El aliado natural y estrecho del proletariado es el campesinado pobre, unido al primero no sólo por el objetivo estratégico inmediato, sino también por el objetivo a largo plazo y final. Asimismo son aliadas suyas las capas pobres de los trabajadores urbanos. El proletariado con el campesinado pobre y los demás trabajadores oprimidos y explotados constituyen las principales fuerzas motrices de la revolución.


También la pequeña burguesía de la ciudad, que se encuentra constantemente en las tenazas del gran capital y bajo la amenaza de una completa expropiación, puede y debe ser su aliada.


El proletariado busca y lucha por hacer aliadas suyas a otras capas de la población, como el sector progresista de la intelectualidad, que es explotado por el capital interno y externo. En los países capitalistas y revisionistas el peso de la intelectualidad ha crecido. Pero, pese a los cambios que han sufrido la posición, el carácter y el papel de su trabajo, no es ni puede constituir una clase en sí, no es clase obrera ni puede ser diluida en ésta, como pretenden los diversos revisionistas. Por eso, como ha señalado Lenin y ha confirmado la historia, la intelectualidad no puede ser una fuerza social y política independiente. Su papel y su lugar en la sociedad son determinados por su situación económico-social y sus convicciones ideológicas y políticas. Por mucho que cambien esta situación y estas convicciones, la intelectualidad jamás puede sustituir a la clase obrera en el papel dirigente de la revolución. El deber del proletariado es conquistar al sector progresista de ella, convencerle de la inevitabilidad del hundimiento del sistema capitalista y del triunfo del socialismo, hacer de él un aliado en la revolución.


En los países de África, América Latina, Asia, etc., con escaso desarrollo económico-social y más dependientes del capital extranjero y donde las tareas democráticas y antiimperialistas de la revolución revisten particular importancia, el proletariado puede tener como aliados al campesinado medio y al sector de la burguesía que no está ligado al capital extranjero y que aspira a un desarrollo independiente del país.


La vinculación de esta parte de la burguesía con la revolución democrática y antiimperialista depende de la estrategia y de una táctica justa del proletariado, y de si el partido revolucionario de la clase obrera maniobra ágil y prudentemente. El proletariado con su partido puede convencer, de esta forma, no sólo a la pequeña burguesía, sino también a ese sector de la burguesía del que hablamos para que se ponga bajo su dirección y se levante para suprimir la dominación extranjera y a la grande y feroz burguesía capitalista, instrumento del imperialismo, que oprime y explota, que desmoraliza al pueblo y adultera sus sentimientos puros, su cultura secular.


Para hacer aliadas suyas a las otras clases y capas que están interesadas en lograr el objetivo estratégico en una determinada etapa de la revolución, el proletariado, al igual que en cualquier otro problema, se ve obligado a enfrentarse con la gran burguesía y los demás reaccionarios.


La burguesía reaccionaria y los terratenientes, previendo su derrota, hacen mil esfuerzos y maniobras para atraerse a la pequeña burguesía, al campesinado y a la intelectualidad progresista, e impedir que se conviertan en aliados del proletariado. Tratan de engañar también a la misma clase obrera, a fin de que la revolución no estalle y, si estalla, no vaya hasta el fin, se estanque o dé marcha atrás.


Por su parte, el proletariado y su partido marxista-leninista trabajan y cuentan con todas las posibilidades para unir en torno suyo a sus aliados contra los enemigos comunes, como la gran burguesía, los terratenientes, los imperialistas y los socialimperialistas, y no permitir que capas del campesinado y de la pequeña burguesía se conviertan en reservas del gran capital o de la dictadura fascista, como ocurrió en los tiempos de Hitler en Alemania, en los de Mussolini en Italia y en los de Franco durante la Guerra de España.


El partido marxista-leninista mantiene una actitud cuidadosa y hábil en particular respecto a los posibles aliados vacilantes o temporales, incluyendo diversas capas de la burguesía media, etc., que están atadas por numerosos hilos y diversos intereses, tradiciones y prejuicios al mundo del capital y al imperialismo. El proletariado y su vanguardia, el partido marxista-leninista, sin moverse en ningún momento de sus posiciones de principio, están interesados en ganar para la revolución y la lucha de liberación también a estas fuerzas, pese a sus vacilaciones y su inestabilidad, o por lo menos neutralizarlas para que no se conviertan en reservas del enemigo.


Las leyes de la revolución, al igual que en todas partes, actúan también en los países donde los revisionistas detentan el poder. ¿Cuál es la posición de la nueva burguesía que se desarrolla en los países revisionistas de Europa? Esta burguesía aspira a liberarse de la opresión multiforme y feroz de la burguesía soviética, del socialimperialismo soviético, pero los intereses radicales de ambas son comunes. La burguesía de estos países no puede vivir desligada de la burguesía soviética. Y si se divorciara de esta grande y feroz burguesía socialimperialista, no cabe duda de que se pondría pronto bajo la dominación de la burguesía de los estados capitalistas desarrollados de Europa Occidental y del imperialismo norteamericano.


Pero, a la vez, en los países revisionistas, que están integrándose económica, política y militarmente en el gran estado soviético socialimperialista, además del proletariado; también otras capas de la población están descontentas de la explotación a que las somete la nueva burguesía, y de la dominación del socialimperialismo soviético. Por eso, odian tanto a su propia burguesía dominante, como al hegemonismo y al neocolonialismo ruso. Es preciso que el proletariado de estos países despierte y tome conciencia de la necesidad histórica de descender de nuevo al campo de batalla, lanzarse a la lucha para derrocar y desbaratar a los traidores, para realizar una vez más la revolución proletaria, para restaurar la dictadura del proletariado. Debe crear sus nuevos partidos marxistaleninistas y agrupar en torno suyo a todas las masas populares.[33]


Ateniéndose consecuentemente al principio de que el factor decisivo del triunfo de la revolución es el interno, es la propia lucha revolucionaria del proletariado y del pueblo de un país dado, mientras que el factor exterior es auxiliar y secundario, los partidos marxista-leninistas no ignoran ni subestiman en absoluto a los aliados externos de la revolución. Al igual que para los aliados internos, mantienen al mismo tiempo una actitud flexible y de principios hacia los aliados externos.


En consonancia con las enseñanzas de Lenin y Stalin y con las condiciones actuales, ellos ven en el proletariado y en su movimiento revolucionario en los demás países, en el movimiento revolucionario antiimperialista de los pueblos oprimidos del mundo y en los verdaderos países socialistas, a los aliados externos, naturales y seguros, del movimiento revolucionario de cada país.


En determinados casos pueden darse circunstancias en que un país socialista o un pueblo que lucha contra la agresión imperialista o socialimperialista, se encuentre en un frente común incluso con países del mundo capitalista que luchan contra el mismo enemigo, como sucedió en el periodo de la Segunda Guerra Mundial.


En tales ocasiones, es de primordial importancia tener siempre en cuenta los intereses de la revolución, no olvidados, eclipsados ni sacrificados en nombre de un frente común o de una alianza con estos aliados provisionales, y que este frente o esta alianza no se convierta en un objetivo en sí. Especialmente es importante impedir que estos aliados intervengan para sabotear la revolución y arrebatarle la victoria. La experiencia del Partido Comunista de Albania respecto a la actitud hacia los aliados norteamericanos e ingleses en los años de la Lucha Antifascista de Liberación Nacional es significativa. Esta actitud fue salvadora para los destinos de la causa de la revolución en Albania.[34]


La estrategia revolucionaria es inseparable de las tácticas revolucionarias que aplican los partidos marxista-leninistas a fin de realizar el objetivo y las tareas de la revolución. Las tácticas, formando parte de la estrategia y estando a su servicio, pueden cambiar de acuerdo con los flujos y reflujos de la revolución, con las circunstancias y las condiciones concretas, pero siempre dentro de los límites de la estrategia revolucionaria y de los principios marxista-leninistas.


«La tarea de la dirección táctica - dice J. Stalin - es dominar todas las formas de lucha y de organización del proletariado y asegurar su justo aprovechamiento, para el logro del máximo de resultados en una correlación de fuerzas dada, cosa que es necesaria indispensablemente para preparar el éxito estratégico.»[35]


Los auténticos partidos marxista-leninistas, al adoptar tácticas y formas de lucha ágiles para llevar adelante la causa de la revolución, en todo momento se atienen con fidelidad a los principios revolucionarios. Rechazan y combaten toda tendencia a abandonar los principios en aras de las tácticas, son los más resueltos adversarios de toda política carente de principios, coyuntural y pragmática, que caracteriza toda la actividad de los revisionistas de todas las corrientes.


La revolución siempre es obra de las masas, dirigidas por la vanguardia revolucionaria. Por eso el partido marxista-leninista no puede dejar de prestar una gran atención a la organización revolucionaria de las masas en forma adecuada, partiendo de las condiciones y las circunstancias concretas, de las tradiciones que existen en cada país, etc. Sin lazos organizados del partido con las masas es inimaginable el levantamiento, la preparación y la movilización de las mismas en la lucha revolucionaria.


Justamente por esta razón el partido marxista-leninista dedica mucha importancia a la creación de organizaciones de masas, bajo su dirección. Como es natural, éste no es un problema de fácil solución, sobre todo en la actualidad cuando en todos los países capitalistas y revisionistas existen toda suerte de organizaciones sindicales, cooperativistas, culturales, científicas, juveniles, femeninas, etc., cuya mayoría se encuentra bajo la dirección y la influencia de la burguesía, de los revisionistas y de la iglesia.


Pero, como nos enseña Lenin, los comunistas deben penetrar y trabajar en todas partes donde estén las masas. Por eso no pueden dejar de trabajar en las organizaciones de masas controladas o influenciadas por la burguesía, la socialdemocracia, los revisionistas, etc. Los marxista-leninistas trabajan en ellas para socavar la influencia y la dirección de los partidos burgueses y reformistas, para propagar entre las masas la influencia del partido revolucionario de la clase obrera, para denunciar el carácter mistificador de los programas y de la actividad de los cabecillas de estas organizaciones, para dar a la acción de las masas un carácter político anticapitalista, antiimperialista, antirrevisionista. Mediante el trabajo revolucionario que despliegan en las filas de las masas, pueden formarse asimismo fracciones revolucionarias en el seno de estas organizaciones, e incluso puede darse la posibilidad de apoderarse de la dirección de estas organizaciones y orientarlas en el justo camino.


Pero, en cualquiera de los casos, el partido marxista-leninista nunca renuncia a su objetivo de levantar organizaciones revolucionarias de masas, bajo su propia dirección.


Las organizaciones de masas más importantes son los sindicatos o las tradeuniones. En general, hoy estas organizaciones en los países capitalistas y revisionistas sirven a la burguesía, al revisionismo, para mantener subyugados al proletariado y a todas las masas trabajadoras. Engels en su época decía que las tradeuniones en Inglaterra, se habían transformado de organizaciones que infundían terror a la burguesía, en organizaciones que servían al capital. Las organizaciones sindicales han atado al obrero con mil hilos, con miles de grillos esclavizadores, de manera que el obrero aislado, cuando se levante, sea fácilmente aplastado. Los dirigentes oportunistas de los sindicatos trabajan para que las revueltas de los obreros, de una o más empresas, que se lanzan a las huelgas y las manifestaciones, estén sujetas a su control y tomen únicamente un carácter económico. En este sentido, la aristocracia obrera se entrega a las más diversas manipulaciones. En los países capitalistas esta aristocracia desempeña un gran papel de corrosión, de coerción y mistificación, y hace tiempo que se ha convertido en bombero de la revolución.


Hoy, en todos los países capitalistas, los principales partidos burgueses y revisionistas tienen sus propios sindicatos. Ahora estos sindicatos actúan unitariamente y han establecido una estrecha colaboración para frenar el movimiento revolucionario del proletariado, para corromper política y moralmente a la clase obrera.


En Francia e Italia, por ejemplo, los sindicatos de los partidos revisionistas son grandes y poderosos. Pero ¿a qué se dedican? Tratan de mantener subyugado al proletariado, de adormecerlo y, cuando se subleva y se desata, llevado a la mesa de las conversaciones con la patronal y taparle la boca con alguna migaja muy insignificante procedente de las superganancias capitalistas. Y lo que le dan, vuelven a quitárselo a través del alza de los precios.


Por eso, para que el proletariado de cada país se libere del capitalismo es indispensable que se quite de encima el yugo de los sindicatos dominados por la burguesía y los oportunistas, así como el de cualquier organización o partido socialdemócrata o revisionista. Todos estos organismos secundan a la patronal en diversas formas, e intentan hacer creer que «constituyen una gran fuerza», que «son un freno», que «pueden imponerse a los grandes capitalistas» supuestamente en favor del proletariado. Esto no es otra cosa que una gran mentira. El proletariado debe destruir estos organismos. Pero ¿cómo? Combatiendo a la dirección de estos sindicatos, levantándose contra sus traicioneros vínculos con la burguesía, rompiendo la «tranquilidad», la «paz social» que intentan establecer, «paz» que es disimulada con las supuestas revueltas periódicas de los sindicatos contra la patronal.


Estos sindicatos pueden ser destruidos también penetrando en su seno, para combatirlos y socavados, para oponerse a sus decisiones y actos injustos. Esta actividad debe abarcar a grandes y poderosos grupos de obreros en las fábricas. En todo caso es necesario tender al logro de una unidad férrea del proletariado en la lucha no sólo contra la patronal, sino también contra sus agentes, los cabecillas sindicales. La enérgica denuncia de todos los elementos traidores que están a la cabeza de los sindicatos y del aburguesamiento de la dirección sindical y de los sindicatos reformistas en general, libera a los obreros de muchas ilusiones que abrigan todavía sobre esta dirección y estos sindicatos.


Los marxista-leninistas, al penetrar en los sindicatos existentes; jamás se deslizan hacia las posiciones tradeunionistas, reformistas, anarcosindicalistas, revisionistas, que caracterizan a la dirección de estos sindicatos. Jamás se asocian con los revisionistas y los otros partidos oportunistas y burgueses en la dirección de los sindicatos. Su objetivo es denunciar el carácter burgués y el papel reaccionario de los actuales sindicatos de los países capitalistas y revisionistas en general, minar estas organizaciones para permitir la creación de verdaderos sindicatos proletarios.


La organización de las masas juveniles tiene una importancia especial para los partidos marxista-leninistas. El papel de la juventud en los movimientos revolucionarios siempre ha sido importante. Por su propia naturaleza, la juventud está por lo nuevo y contra lo caduco, y se muestra dispuesta a combatir por el triunfo de todo lo que sea progresista, revolucionario. Pero por si sola no está en condiciones de encontrar el camino justo. Únicamente el partido de la clase obrera puede indicarle este camino. Cuando las inagotables energías revolucionarias de la juventud se unen a las energías de la clase obrera y de las masas trabajadoras para acabar con la opresión y la explotación, para lograr la liberación nacional y social, no hay fuerza capaz de impedir el triunfo de la revolución.


Pero hoy día la mayoría de la juventud en los países capitalistas y revisionistas malgasta sus energías siguiendo un camino equivocado, es engañada por la burguesía y el revisionismo, y a menudo pasa al aventurerismo y al anarquismo, o cae en la utopía y la desesperación, puesto que está desorientada y aturdida, y ve sombrío su futuro y la perspectiva de la satisfacción de sus reivindicaciones políticas, materiales y espirituales.


Los marxista-leninistas en todo momento dedican una gran atención a la juventud, se esfuerzan por esclarecerla y convencerla de que sólo por el camino que le indica el marxismo-leninismo y bajo la dirección de la clase obrera y de su partido pueden hacerse realidad sus aspiraciones y anhelos. Trabajan para apartar a la juventud de la influencia de la burguesía y de los revisionistas, de los movimientos «izquierdistas», trotskistas, anarquistas y arrastrarla a las organizaciones revolucionarias, para atraerla al sendero de la revolución.


El auténtico partido marxista-leninista y los comunistas revolucionarios participan activamente en las huelgas y las manifestaciones de los obreros y luchan por convertirlas en huelgas y manifestaciones políticas, a fin de hacer imposible la vida al capitalismo, a la patronal, a los cártels, a los monopolios y a los cabecillas sindicales. En el curso de esta vasta actividad, el proletariado se enfrentará de forma cada vez más frecuente y abierta con las fuerzas armadas del régimen burgués, y a través de los enfrentamientos aprenderá a combatir mejor. En el curso de la lucha encontrará las posibles formas de organización y de lucha revolucionaria justas y apropiadas. «A nadar se aprende nadando», dice una sentencia popular. Si no se lucha a través de huelgas, manifestaciones, si no se participa en acciones contra el capitalismo en general, no puede organizarse ni intensificarse la lucha para conquistar la victoria final, no puede ser derrocado el régimen burgués.


La revolución no se prepara con palabrería, como hacen los diversos revisionistas, o teorizando sobre los «tres mundos», como hacen los revisionistas chinos. No triunfa por la vía pacifica. Lenin ha hablado sobre esta posibilidad en casos particulares, pero siempre ha hecho hincapié principalmente en la violencia revolucionaria, porque la burguesía jamás entrega voluntariamente el poder. La historia del movimiento obrero y comunista internacional, del desarrollo de las revoluciones y de las victorias de la clase obrera en una serie de países que fueron socialistas, y en nuestro país socialista, demuestra que hasta el presente las revoluciones sólo han triunfado a través de la insurrección armada.


La insurrección armada revolucionaria no tiene nada en común con los putschs militares. La primera tiene por objetivo lograr cambios políticos radicales; destruir el viejo régimen desde sus cimientos. Los segundos no conducen ni pueden conducir al derrocamiento del régimen de opresión y explotación o a la liquidación de la dominación imperialista. La insurrección armada se basa en el apoyo de las amplias masas populares, mientras que el putsch es expresión de la desconfianza en las masas, de la separación de ellas. Las tendencias putschistas en la política y en la actividad de un partido que se hace llamar partido de la clase obrera constituyen una desviación del marxismoleninismo.


De acuerdo con las condiciones concretas de un país y con la situación en general, la insurrección armada puede ser un estallido repentino o un proceso revolucionario más largo, pero no sin fin y sin perspectiva, como preconiza la «teoría de la guerra popular prolongada» de Mao Tse-tung. Si se hace una confrontación entre las enseñanzas de Marx, Engels, Lenin y Stalin sobre la insurrección armada revolucionaria y la teoría de Mao sobre la «guerra popular», aparece claramente el carácter antimarxista, antileninista, anticientífico de esta teoría. Las enseñanzas marxista-leninistas sobre la insurrección armada se basan en la estrecha concatenación de la lucha en la ciudad y en el campo bajo la dirección de la clase obrera y de su partido revolucionario.


Oponiéndose al papel dirigente del proletariado en la revolución, la teoría maoista considera el campo como la única base de la insurrección armada y descuida la lucha armada de las masas trabajadoras en las ciudades. Preconiza que el campo debe mantener asediada a la ciudad, que es considerada como el reducto de la burguesía contrarrevolucionarla. Esto es una expresión de desconfianza en la clase obrera, es una negación de su papel hegemónico.


Ateniéndose sin vacilar a las enseñanzas del marxismo-leninismo sobre la revolución violenta como ley general, el partido revolucionario de la clase obrera es resuelto adversario del aventurerismo y jamás juega con la insurrección armada. Desarrolla sin cesar, en todas las condiciones y circunstancias, diversas formas de lucha y actividad revolucionarias a fin de prepararse a sí mismo y preparar a las masas para las batallas decisivas en la revolución, para poner fin a la dominación de la burguesía mediante la violencia revolucionaria. Pero, sólo cuando la situación revolucionaria está por completo madura, pone directamente la insurrección armada al orden del día y adopta todas las medidas políticas, ideológicas, organizativas y militares para llevarla a la victoria.


Un poderoso medio en manos del partido marxista-leninista para preparar a las masas para la revolución, es la propaganda, que debe ser activa, clara y convincente. La propaganda revolucionaria no tiene valor si se limita únicamente a la fraseología. Sólo una propaganda incisiva, correctamente relacionada con los problemas de la vida, con los problemas generales y con las cuestiones locales, una propaganda que ayude a crear en las amplias masas un espíritu de iniciativa, puede educar política e ideológicamente al proletariado y a las masas trabajadoras, lanzarlas a la acción, prepararlas para la revolución.


La burguesía capitalista en todos los países, además de manejar una gran fuerza como el ejército, la policía, etc., posee asimismo una vasta experiencia en la lucha contra el proletariado y su actividad. Cuenta igualmente con toda una red de propaganda, la prensa, la radio, la televisión, la cinematografía, el teatro, la música, etc. Todos estos medios de propaganda son tan corruptores, que son susceptibles de desorientar, viciar y debilitar durante cierto tiempo los esfuerzos del proletariado y su lucha de liberación.


En los estados de llamada democracia burguesa, donde existe una cierta «libertad democrática», no es suficiente desarrollar sólo una propaganda periodística corriente contra el capitalismo en general. Los órganos de prensa de los diversos partidos burgueses y revisionistas hablan sin orden ni concierto, naturalmente no en contra del régimen burgués, sino en contra de personas en particular, en contra de aquellos que pretenden reducir la tajada de los demás en la gran mesa, a la que se han sentado y en la que comen a expensas del pueblo.


La propaganda, sobre todo la prensa de los partidos marxista-leninistas recién creados, tiene una importantísima tarea: desenmascarar la falsedad de la «democracia» burguesa, denunciar todas sus maquinaciones, y también la demagogia de los revisionistas y de los demás lacayos del capital. La propaganda y la prensa marxista-leninista muestran la verdad al desnudo, indican que el camino de la liberación social y nacional pasa a través de la revolución, mientras que la propaganda y la prensa burguesa y revisionista embaucan, adormecen, desorientan a las masas para apartarlas de la revolución, meterlas en un callejón sin salida, mantenerlas esclavizadas.


Pero para esclarecer a las masas, para convencerlas de la justeza de la línea política del partido de la clase obrera, para prepararlas para la revolución, la propaganda por si sola no es suficiente. Lenin dice que para preparar la revolución,


«...se precisa la propia experiencia política de las masas»[36]



La propaganda misma es eficaz y hace mella cuando es acompañada de la acción revolucionaria. Sin acción, el pensamiento se marchita. Esta actividad no es ni debe ser una aventura, sino una lucha dura, un choque encarnizado con los enemigos de clase, que pasa de una forma sencilla a una forma superior, que vence innumerables dificultades y acepta todos los sacrificios que requiere la revolución.


Los auténticos partidos marxista-leninistas están a la vanguardia y no a la zaga de la acción revolucionaria. Las posibilidades momentáneamente escasas de su lucha y sus esfuerzos, con los cuales se oponen y deben oponerse a la gran fuerza de la reacción capitalista, no los desalientan. Enseñan a sus miembros a ser osados y a no perder de vista que su acción justa, ponderada, madura, resuelta, tiene hondas repercusiones en las masas que les ven actuar y les escuchan. Cuando se obra así, las masas comprenden que el objetivo de esta o aquella acción revolucionaría va en interés del proletariado y de los explotados. El valor y la madurez en las acciones tienen una gran importancia, porque de este modo, palmo a palmo, se gana terreno y se avanza en el ascenso de la marejada de la revolución. La acción revolucionaria liga a los partidos de la clase obrera con las masas, los pone a su cabeza, los hace vencedores sobre los partidos reformistas, revisionistas.


«Cada paso de movimiento real -decía Marx- vale más que una docena de programas.»[37]



En los países capitalistas, además de las fuerzas revolucionarias que están dirigidas por el partido marxista-leninista, hay otras fuerzas que luchan y se enfrentan con la policía, la gendarmería, etc. Muchas acciones y enfrentamientos de estas otras fuerzas tienen un carácter terrorista, aventurerista, anarquista, se presentan con toda clase de colores y etiquetas y están guiadas por diversas ideologías. Estas acciones a menudo son organizadas a instigación de los servicios secretos de los países capitalistas, son financiadas por ellos, y tienen por objeto, entre otras cosas, desacreditar a los partidos marxista-leninistas, atribuyéndoles tales acciones. Los elementos fascistas o los agentes secretos de la burguesía que organizan y dirigen frecuentemente estas acciones, se esfuerzan por sacar partida del descontento, la indignación y el coraje del proletariado, de los estudiantes, de la juventud en general, a fin de lanzar a los grupos y los diversos movimientos que forman estas masas a acciones que, además de no tener nada en común con los movimientos revolucionarios reales, ponen en peligro estos movimientos, crean la impresión de que el proletariado está en degradación, de que se ha transformado en lumpenproletariado.


Los partidos marxista-leninistas, dedicando la debida atención a esta cuestión, deben, de una parte, hacer que las masas se convenzan por su propia experiencia de que las acciones revolucionarias tienen un carácter totalmente diferente de los actos terroristas y anarquistas y, de otra parte, luchar para separar de las filas de los grupos terroristas y anarquistas a los elementos revolucionarios que han caído en su trampa, para separados de los fascistas y los agentes secretos de la burguesía infiltrados en dichos grupos.


Los partidos marxista-leninistas son partidos de la revolución. En oposición a las teorías y las prácticas de los partidos revisionistas, que se han hundido de pies a cabeza en el legalismo burgués y en el «cretinismo parlamentario», no reducen su lucha al trabajo meramente legal ni tampoco ven éste como su actividad principal. En el marco de los esfuerzos por dominar todas las formas de la lucha, dedican particular importancia a la combinación del trabajo legal con el ilegal, dando primacía a este ultimo, por ser decisivo para el derrocamiento de la burguesía y por ser una verdadera garantía para alcanzar la victoria.[38] Educan y enseñan a sus cuadros, a sus militantes y a sus simpatizantes para que sepan obrar con inteligencia, habilidad y valentía tanto en condiciones legales como ilegales. Pero también cuando actúan en las condiciones de la profunda clandestinidad, esforzándose por no exponer sus fuerzas ante el enemigo y proteger la organización revolucionaria de sus golpes, los partidos marxista-leninistas no se encierran en sí mismos, no debilitan ni rompen sus lazos con las masas, en ningún momento cesan su actividad viva entre las masas ni dejan de aprovechar en favor de la causa de la revolución todas las posibilidades legales que permiten las condiciones y circunstancias.


El partido marxista-leninista, despojado de cualquier ilusión acerca de la toma del poder a través de la vía parlamentaria, puede juzgar y considerar oportuno participar, en algunos casos particulares y favorables, también en actividades legales, como las elecciones municipales, parlamentarias, etc., con el único objetivo de propagar su línea entre las masas y desenmascarar el régimen político burgués. Pero el partido no convierte esta participación en línea general de su lucha, como hacen los revisionistas, no convierte estas formas en principales o, lo que es peor, en únicas formas de lucha.


A la hora de explotar las posibilidades legales, el partido busca, encuentra y utiliza formas y métodos de Carácter revolucionario, desde los más simples hasta los más complejos, sin medir sacrificios, haciendo esfuerzos para que estas formas y métodos sean lo más populares, lo más accesibles a las masas.


En su actividad, los marxista-leninistas, no se preocupan en absoluto de que, con sus acciones revolucionarias, pisotean y violan la constitución, las leyes, las reglas, las normas, el régimen burgués. Luchan para minar este régimen, para preparar la revolución. Por eso, el partido marxistaleninista se prepara y prepara a las masas para hacer frente a los golpes, que la burguesía puede dar en respuesta a las acciones revolucionarias del proletariado y de las masas populares.


En las condiciones actuales del desarrollo del movimiento revolucionario y de liberación, en tanto que un proceso complejo y con una base social amplia, en el cual participan muchas fuerzas de clase y políticas, el partido revolucionario del proletariado se enfrenta a menudo al problema de la colaboración y de los frentes comunes con otros partidos y organizaciones políticas en esta o aquella fase de la revolución, para estos o aquellos asuntos, de interés común. En relación con este problema, la justa posición de principios y al mismo tiempo ágil, lejos de todo oportunismo y sectarismo, es de trascendental importancia para ganar, preparar y movilizar a las masas en la revolución y en la lucha de liberación. El partido marxista-leninista no es ni puede ser en principio adversario de la colaboración o de los frentes comunes con otros partidos y fuerzas políticas, cuando lo exigen los intereses de la causa de la revolución y lo imponen las situaciones. Pero jamás ve esto como una coalición de cabecillas y como un fin en sí, sino como un medio para unir a las masas y lanzarlas a la lucha. Es importante que en tales frentes comunes el partido proletario no pierda de vista en ningún momento los intereses de clase del proletariado, la meta final de su lucha, que no se diluya en el frente, sino que conserve en él su individualidad ideológica y su independencia política, organizativa y militar, y luche para asegurar en el frente su papel dirigente y aplicar en él una política revolucionaria.


A fin de que el partido marxista-leninista pueda elaborar y aplicar una estrategia y una táctica revolucionarias, una línea política acertada, sepa orientarse correctamente en las situaciones difíciles, sea capaz de enfrentar a los enemigos y superar los obstáculos, es indispensable que desarrolle un grande y amplio trabajo para estudiar y asimilar la teoría marxista-leninista.


Una de las razones de que los antiguos partidos comunistas de los países capitalistas se convirtieran en partidos revisionistas es precisamente el haber descuidado por completo el estudio y la asimilación del marxismo-leninismo. La doctrina marxista-leninista sólo era utilizada como lustre, se había convertido en palabras vacías, en slogans, no había penetrado profundamente en la conciencia de los miembros del partido, no se había convertido en sangre y carne suya, no se había hecho un arma para la acción. Si se hacía alguna pequeña cosa respecto al estudio del marxismo-leninismo, tendía únicamente a dar a conocer al miembro del partido algunas fórmulas áridas, sólo para que pudiera decir que se llamaba comunista, para que amara el comunismo de manera sentimental, pero de cómo se llegaría hasta ahí, no sabía nada, porque no se lo hablan enseñado.


Los dirigentes de aquellos partidos, que tenían solamente palabras y nada en las alforjas, vivían en un ambiente burgués y contaminaban al proletariado de sus países con ideas liberales y reformistas.


De este modo, el viraje de los partidos revisionistas hacia la burguesía es una evolución socialdemócrata, oportunista, preparada desde hace tiempo por sus líderes socialdemócratas, por la aristocracia obrera que dirigía estos partidos llamados comunistas.


Los partidos marxista-leninistas no pueden dejar de tener en cuenta esta experiencia negativa, a fin de sacar de ella enseñanzas para organizar el estudio y la asimilación del marxismo-leninismo sobre bases sólidas, ligando siempre este estudio a la acción revolucionaria.



En la preparación de la revolución, la unidad y la colaboración de los partidos marxistaleninistas de los diversos países sobre la base de los principios del internacionalismo proletario, tiene una importancia particular.


Esta unidad se reforzará y esta colaboración se ampliará en lucha contra el imperialismo y el socialimperialismo, contra la burguesía y el revisionismo moderno de toda laya, jruschovista, titista, «eurocomunista», chino, etc.


Los revisionistas, en tanto que enemigos de la revolución, combaten con todas sus fuerzas y por todos los medios el internacionalismo proletario, para arrebatar al proletariado mundial en general y al proletariado de cada país en particular, esta poderosa arma en su lucha contra la burguesía y el imperialismo.


Los partidos marxista-leninistas tienen el deber de desenmascarar las maniobras tanto de los revisionistas titistas y «eurocomunistas» que hoy califican el internacionalismo proletario de anticuado y superado, como de los revisionistas soviéticos y de los revisionistas chinos, que lo han deformado y se esfuerzan por utilizarlo como arma para conseguir sus fines hegemonistas, socialimperialistas.


El Partido Comunista de China, que no sigue los principios del internacionalismo proletario ni apoya las luchas revolucionarias y de liberación de los pueblos, ha tomado el camino de acercarse y entablar amistad con los partidos socialdemócratas y burgueses, incluso con los más derechistas y reaccionarios. Simultáneamente trata de crear diversos grupos dependientes y dirigidos por él mismo. Necesita de tales agrupaciones para sabotear precisamente a los auténticos partidos marxistaleninistas y a los elementos progresistas, que se han dedicado al trabajo para despertar al pueblo, para lanzarlo a la revolución contra las camarillas dominantes, las cuales están ligadas a las superpotencias.


Los pequeños grupos que se hacen llamar partidos y que siguen la línea china, como oportunistas que son, no hacen otra cosa que defender y propagar las teorías revisionistas del grupo de Jua Kuofeng y de Teng Siao-ping, así como sus actos contrarrevolucionarios. Estos grupos carecen de toda personalidad y de resolución para luchar siguiendo la teoría marxista-leninista.


Según la consigna principal de estos partidos, que también es el slogan básico de la política china, en la situación actual el proletariado tiene como tarea fundamental y única la salvaguardia de la independencia nacional, amenazada supuestamente sólo por el socialimperialismo soviético. Repiten casi al pie de la letra las consignas de los cabecillas de la II Internacional, los cuales abandonaron la causa de la revolución sustituyéndola con la tesis de la defensa de la patria capitalista. Lenin ha desenmascarado esta consigna falsa y antimarxista, que no sirve para defender la verdadera independencia, sino que fomenta las guerras interimperialistas. Ha definido claramente cuál debe ser la actitud del auténtico revolucionario en los conflictos entre las agrupaciones imperialistas. Él ha escrito:


«Si se trata de una guerra imperialista y reaccionaria, es decir, de una guerra entre dos grupos mundiales de la burguesía reaccionaria imperialista, despótica y expoliadora, toda burguesía (incluso la de un pequeño país) se hace cómplice de la rapiña, y yo, representante del proleta riado revolucionario, tengo el deber de preparar la revolución proletaria mundial como única salvación de los horrores de una carnicería mundial...


Esto es internacionalismo, este es el deber del internacionalista, del obrero revolucionario, del verdadero socialista.»[39]



Los partidos de la línea china se han convertido en apologistas del incremento y el fortalecimiento de los ejércitos burgueses, justificando esto con la supuesta necesidad de proteger la independencia. Llaman a los trabajadores a ser dóciles soldados, y, junto con la burguesía, combaten a todos aquellos que luchan por debilitar esta arma principal de la dominación y la explotación capitalistas. En una palabra, quieren que el proletariado y las masas trabajadoras sean carne de cañón en las guerras de rapiña que preparan el imperialismo y el socialimperialismo.


Al mismo tiempo, estos apéndices de los chinos se han hecho ardientes defensores de las instituciones estatales capitalistas burguesas, especialmente de la OTAN, el Mercado Común Europeo, etc., considerándolos factores principales en la «defensa de la independencia». Ellos, al igual que los dirigentes chinos, blanquean y lustran estos puntales de la dominación y la expansión capitalistas. Ayudan precisamente a los organismos que, en realidad, han afectado gravemente a la independencia y a la soberanía de sus propios países.


La alianza con la gran burguesía, la defensa del ejército burgués, el apoyo a la OTAN, al Mercado Común Europeo, etc., constituyen para estos seudo marxistas un camino sin preocupaciones, puesto que no sólo no les conduce a enfrentarse con la burguesía, sino que les asegura sus favores.


Estas posiciones de estos elementos sin porvenir, contaminados por el espíritu de grupo, les conducen a unificarse con los partidos del «eurocomunismo» y de la burguesía, y esto ocurrirá, porque la propia China llama al proletariado a unirse con la burguesía. Entre estos seudo marxistaleninistas y Marchais ya no existe ninguna diferencia.


Los marxista-leninistas deben guardarse mucho de las frases que utilizan los revisionistas modernos, los socialdemócratas y los seudo marxista-leninistas acerca del internacionalismo proletario, de la unión de los proletarios para defender la paz, y otras patrañas por el estilo. El internacionalismo proletario es verdadero cuando la gente trabaja con abnegación por favorecer y desarrollar las acciones revolucionarias, por crear una verdadera situación de lucha revolucionaria, en primer lugar en su propio país. Al mismo tiempo, como dice Lenin, ellos deben apoyar con propaganda, con ayuda moral y material esta lucha, esta línea en todos los países, sin excepción. Todo lo demás, como nos enseña él, es mentira y maniovismo.


Por eso debemos tener mucho cuidado con tales elementos seudo marxistas, seudo revolucionarios, seudo internacionalistas, sean individuos particulares o pequeños grupos de personas, o partidos que se hacen llamar marxista-leninistas, pero que de hecho no lo son, son social chovinistas, centristas o pequeñoburgueses. Todos estos partidos que juran estar por el internacionalismo proletario, por la defensa de la paz, por reformas, etc., sirven al capital.


También los revisionistas chinos hablan de vez en cuando sobre el internacionalismo proletario, pero están en posiciones nacionalistas y chovinistas. Los dirigentes chinos son de los que se dan golpes de pecho y juran «por dios» que están por el internacionalismo proletario, por la paz, en pro de las luchas del proletariado y de sus reivindicaciones, pero en la práctica se cruzan de brazos y no sueltan más que frases fraudulentas para provocar la escisión de las fuerzas revolucionarias.


La importante tarea que se plantea a los partidos marxista-leninistas es la de fortalecer el internacionalismo proletario, que debe desarrollarse entre todos los partidos, sean grandes o pequeños, antiguos o recién creados. Todos ellos deben fortalecer la unidad entre sí y coordinar las acciones políticas, ideológicas y de combate.


Acentuando esta importante línea, que es una tarea primordial de los partidos marxista-leninistas para atacar frontalmente al capitalismo mundial, su política esclavizadora, así como sus intrigas, sus maldades y sus alianzas con el revisionismo moderno: soviético, titista, chino, italiano, francés, español y otros, estos partidos crearán un poderoso frente que se hará cada día más invencible. Si actúan unitariamente y atacan todos, a la vez, a las fuerzas de la reacción, si denuncian todas las intrigas que el capitalismo y el revisionismo moderno urden de diversas maneras para sofocar la revolución y la lucha de clases, su victoria será segura.


Nosotros, los marxista-leninistas, debemos luchar y llamar a los obreros, dondequiera que estén, a ponerse en pie contra sus enemigos seculares y romper las cadenas, hacer la revolución y no someterse a los monopolios y a los capitalistas, contrariamente a lo que predican los revisionistas modernos. La tarea de los marxista-leninistas, de los verdaderos revolucionarios, es llamar a los proletarios y a los pueblos a levantarse por el mundo nuevo, por su mundo, por el mundo socialista.



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[1] Véase: Enver Hoxha. Los Jruschovistas (Memorias), Casa Editora «8 Nëntori», Tirana, 1984, segunda edición en español.


[2] J. V. Stalin. Obras, t. XII, págs. 242-243, ed. en albanés.


[3] Ver: Enver Hoxha, Eurocomunismo es anticomunismo.


[4] C. Marx y F. Engels. Manifiesto del Partido Comunista, pág. 13, Tirana, 1974, ed. en albanés.


[5] V. I. Lenin. Obras, t. XXII, pág. 237, ed. en albanés.


[6] Ibidem, pág. 241.


[7] Los datos han sido extraídos de Monthly Bulletin of Statistics, United Nations, 1977; del Statistical Yearbook, 1976; de la revista norteamericana Fortune, 1976, etc.


[8] V. I. Lenin. Obras, t. XXII, pág. 247, ed. en albanés.


[9] V. I. Lenin, Obras, t. XXII, pág. 273, ed. en albanés.


[10] V. I. Lenin. Obras, t. XXIII, pág. 124, ed. en albanés.


[11] Revista norteamericana Survey of Business, pág. 44, agosto, 1976.


[12] V. I. Lenin. Obras, t. XXII, págs. 308-309, ed. en albanés.


[13] Anuario Estadístico de la RF de Alemania, 1977.


[14] V. I. Lenin. Obras, t. XXXI, pág. 159, ed. en albanés.


[15] V. I. Lenin. Obras, t. XXIII, pág. 122, ed. en albanés.


[16] V. I. Lenin. Obras. t. XXII, pág. 367, ed. en albanés.


[17] V. I. Lenin. Obras, t. XXII, pág. 347, ed. en albanés.


[18] V. I. Lenin. Obras, t. XXII, pág. 328, ed. en albanés.


[19] J. V. Stalin. Problemas económicos del socialismo en la URSS, Tirana, 1974, pág. 45, ed. en albanés.


[20] V. I. Lenin. Obras, t. XXI, págs. 145-146, ed. en albanés.


[21] V. I. Lenin. Obras, t. XXII, págs. 3 59-360, ed. en albanés.


[22] V. I. Lenin. Obras, t. XXI, pág. 223, ed. en albanés.


[23] Ibidem.


[24] V. I. Lenin. Obras, t. XXXI, pág. 83, ed. en albanés.


[25] V. I. Lenin. Obras, t. XXI, pág. 223, ed. en albanés.


[26] Ibidem


[27] V. I. Lenin. Obras, t. XXI, pág. 106, ed. en albanés.


[28] V. I. Lenin. Obras, t. XXXI, pág. 277, ed. en albanés.


[29] V. I. Lenin. Obras, t: XXVIII, pág. 257, en albanés.


[30] J. V. Stalin. Obras, t. VI, pág. 144, ed. en albanés.


[31] V. I. Lenin. Obras, t. XXV, pág. 577, ed. en albanés.


[32] V. I. Lenin. Obras, t. XVIII, pág. 651, ed. en albanés.


[33] Véase: Enver Hoxha. Obras Escogidas, t. IV, Casa Editora «8 Nëntori», Tirana; 1983, págs. 416-449, ed. en español.


[34] Véase: Enver Hoxha. Las tramas anglo-americanas en Albania (Memorias), Casa Editora «8 Nëntori», Tirana, 1982. ed. en español.


[35] J. V. Stalin. Obras, t. VI, pág. 164, ed. en albanés.


[36] V. I. Lenin. Obras. t. XXXI, pág. 92. ed. en albanés.


[37] C. Marx y F. Engels. Obras Escogidas, Tirana, 1975, t. II, pág. 8. ed. en albanés.


[38] Véase: Enver Hoxba. Obras Escogidas, t. IV, Casa Editora «8 Nëntori», Tirana, 1983, págs. 598-601, ed. en español.


[39] V. I. Lenin. Obras, t. XXVIII, págs. 324-325, ed. en albanés.

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