J. V. Stalin
¿En que se distingue la táctica
revolucionaria de la táctica reformista?
Algunos creen que el
leninismo está, en general, en contra de las reformas, de los
compromisos y de los acuerdos. Eso es
completamente falso. Los bolcheviques saben tan bien como cualquiera
que, en cierto sentido, «del lobo, un
pelo»; es decir, que en ciertas condiciones las reformas, en
general, y los compromisosy acuerdos en particular, son necesarios y
útiles.
«Hacer la guerra -dice
Lenin- para derrocar a la burguesía internacional, una guerra cien
veces más difícil,prolongada y compleja que la más encarnizada de
las guerras corrientes entre Estados, y renunciar de antemano a toda
maniobra, a explotar los antagonismos de intereses (aunque sólo sean
temporales) que dividen a nuestros enemigos, renunciar a acuerdos y
compromisos con posibles aliados (aunque sean provisionales,
inconsistentes, vacilantes, condicionales), ¿ no es, acaso, algo
indeciblemente ridículo? ¿No viene a ser eso como si, en la difícil
ascensión a una montaña inexplorada, en la que nadie hubiera puesto
la planta todavía, se renunciase de antemano a hacer a veces
zigzags, a desandar a veces lo andado, a abandonar la dirección
elegida al principio para probar otras direcciones?» No se trata,
evidentemente, de las reformas o de los compromisos y acuerdos en sí,
sino del uso que se hace de ellos.
Para el reformista, las
reformas son todo, y la labor revolucionaría cosa sin importancia,
de la que se puede hablar para echar tierra a los ojos. Por eso, con
la táctica reformista, bajo el Poder burgués, las reformas se
convierten inevitablemente en instrumento de consolidación de este
Poder, en instrumento de descomposición de la revolución.
Para el revolucionario,
en cambio, lo principal es la labor revolucionaria, y no las
reformas; para él, las
reformas son un producto
accesorio de la revolución. Por eso, con la táctica revolucionaria,
bajo el Poder burgués, las reformas se convierten, naturalmente, en
un instrumento para descomponer este Poder, en un instrumento para
vigorizar la revolución, en un punto de apoyo para seguir
desarrollando el movimiento revolucionario.
El revolucionario acepta
las reformas para utilizarlas como una ayuda para combinar la labor
legal con la clandestina, para aprovecharlas como una pantalla que
permita intensificar la labor clandestina de preparación
revolucionaria de las masas con vistas a derrocar a la burguesía.
En eso consiste la
esencia de la utilización revolucionaria de las reformas y los
acuerdos en las condiciones del imperialismo.
El reformista, por el
contrario, acepta las reformas para renunciar a toda labor
clandestina, para minar la preparación de las masas con vistas a la
revolución y echarse a dormir a la sombra de las reformas
«otorgadas» desde arriba.
En eso consiste la
esencia de la táctica reformista.
Así está planteada la
cuestión de las reformas y los acuerdos bajo el imperialismo.
Sin embargo, una vez
derrocado el imperialismo, bajo la dictadura del proletariado, la
cosa cambia un tanto. En ciertas condiciones, en cierta situación,
el Poder proletario puede verse obligado a apartarse temporalmente
del camino de la reconstrucción revolucionaria del orden de cosas
existente, para seguir el camino de su transformación gradual, «el
camino reformista», como dice Lenin en su conocido artículo «Acerca
de la significación del oro», el camino de los rodeos, el camino de
las reformas y las concesiones a las clases no proletarias, a fin de
descomponer a estas clases, dar una tregua a la revolución, acumular
fuerzas y preparar las condiciones para una nueva ofensiva. No se
puede negar que, en cierto sentido, este camino es un camino
«reformista». Ahora bien, hay que tener presente que aquí se da
una particularidad fundamental, y es que, en este caso, la reforma
parte del Poder proletario, lo consolida, le da la tregua necesaria y
no está llamada a descomponer a la revolución, sino a las clases no
proletarias.
En estas condiciones, las
reformas se convierten, como vemos, en su antítesis.
Si el Poder proletario
puede llevar acabo esta política, es, exclusivamente, porque en el
período anterior la revolución ha sido lo suficientemente amplia y
ha avanzado, por tanto, lo bastante para tener a dónde retirarse, sustituyendo
la táctica de la ofensiva por la del repliegue temporal, por la
táctica de los movimientos de flanco.
Así, pues, si antes,
bajo el Poder burgués, las reformas eran un producto accesorio de la
revolución, ahora bajo la dictadura del proletariado las reformas
tienen por origen las conquistas revolucionarias del proletariado,
las reservas acumuladas en manos del proletariado y compuestas por
dichas conquistas.
«Sólo el marxismo -dice
Lenin- ha definido con exactitud y acierto la relación entre las
reformas y la revolución si bien Marx tan sólo pudo ver esta
relación bajo un aspecto, a saber; en las condiciones anteriores al
primer triunfo más o menos sólido, más o menos duradero del
proletariado, aunque sea en un solo país. En tales condiciones, la
base de una relación acertada era ésta: las reformas son un
producto accesorio de la lucha revolucionaria de clase del
proletariado...
Después del triunfo del
proletariado, aunque sólo sea en un país, aparece algo nuevo en la
relación entre las reformas y la revolución. En principio, el
problema sigue planteado del mismo modo, pero en la forma se produce
un cambio, que Marx, personalmente, no pudo prever, pero que sólo
puede ser comprendido colocándose en el terreno de la filosofía al
de la política del marxismo... Después del triunfo, ellas (es
decir, las reformas. ) (aunque en escala internacional sigan siendo
el mismo «producto accesorio») constituyen además, para el país
en que se ha triunfado, una tregua necesaria y legítima en los casos
en que es evidente que las fuerzas, después de una tensión extrema
no bastan para llevar a cabo por vía revolucionaria tal o cual
transición. El triunfo proporciona tal «reserva de fuerzas», que
hay con qué mantenerse, tanto desde el punto de vista material como
del moral, aún en el caso de una retirada forzosa»
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